Crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él

Hace poco tiempo que celebramos la navidad y volvemos a tener un evangelio que hace referencia a ese importante tiempo litúrgico. Acompañamos a Jesús en todos los momentos importantes de su vida gracias a las escrituras.

Nuestro Señor Jesucristo nació como cualquier persona y le tocó vivir las mismas realidades que cualquier ser humano. Crecer y hacerse hombre o mujer supone grandes retos, desafíos y dificultades. Para Jesús y sus padres fue toda una aventura hacer las cosas que los demás hacían porque en momentos siempre había profetas que les recordaban la importante misión que debían realizar. Lo mismo pasa con nosotros.

Todos hemos nacido en familias, sociedades y familias muy concretas. Hemos tenido que crecer en una realidad social muy específica y sortear muchas dificultades pero lo mas importante es la llamada que tenemos de parte de Dios. Hemos sido “presentados” ante el Señor y consagrados a Él para realizar en esta vida un a misión. Tenemos una llamada o vocación: la de ser cristianos.

Hemos sido elegidos para formar parte del pueblo de Dios y reproducir la naturales misma de Dios que se ha manifestado en Jesús. El Señor quiere que seamos sus hijos. Esto supone hacer lo mismo que hizo Jesús, es decir, dar la vida por los demás. ¿Estás haciendo esto?

Amar a tu esposo o esposa, perdonar a tus enemigos, querer a tus hijos, ser un buen ciudadano o amigo y sobre todo, Amar a Dios por encima de todas las cosas es la misión a la que el Señor nos llama. Él nos invita a crecer en gracia, sabiduría y amor a Dios. Esto es el camino de la felicidad y la plena realización en nuestra vida. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.

Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.

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