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El Hijo del hombre debe sufrir mucho

La única “partecita” que no se entiende mucho del cristianismo es cuando Jesús habla del sufrimiento. ¿Por qué Dios ha querido salvar a la humanidad permitiendo que se matara a Jesús de una forma tan vergonzosa y atroz? ¿Por qué tenemos que sufrir siendo Dios tan bueno?

El sufrimiento nos escandaliza. Es lo que la razón humana no puede entender. Es lo que todos quisiéramos eliminar de la vida: tener que sufrir.

La buena noticia es que Jesús con sus sufrimientos nos mostró un camino mejor. Él convirtió los padecimientos de día a día en camino de santidad. Sufrir con sentido es lo mismo que hacer la voluntad de Dios. Es aceptar radicalmente la vida como es y aprovechar cada acontecimiento, bueno o malo, para crecer en santidad.

Seamos como el “Hijo de Hombre” que asume la historia como es y bendice a Dios por todo el bien que nos ha hecho. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,18-22): Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».

¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?

La fama de Jesús se extendió por todas partes, al punto que las autoridades querían verle, conocerle, hablarle. ¿Cuál es la razón de tanto “éxito”?

Los poderes de la tierra se sorprende que alguien sencillo, cercano y pobre pueda suscitar tanta admiración. Jesús encarnaba lo que se esperaba de un hijo de Dios. Su humildad y autoridad eran dos características inseparables de su vida. El Señor nos muestra con su ejemplo el camino que debemos seguir.

¡Ánimo! El mundo se inclina ante los profetas de Dios. Tenemos al autoridad que viene de lo alto. ¡No tengamos miedo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,7-9): En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?». Y buscaba verle.

Recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes

Por el hecho de estar bautizados, todos estamos enviados a la misión. Por el bautismo hemos sido constituidos en sacerdotes, reyes y profetas. En nuestra calidad de profetas tenemos la misión de anunciar el reino de los Cielos.

La forma más efectiva de anunciar la buena noticia es con el testimonio de vida. Si obramos según Dios, muchos creerán en Dios porque nuestro hechos demostrarán el poder de salvar y sanar que tiene nuestro Señor.

¿Cuáles son las obras que se esperan de un verdadero hijo de Dios? ¡El amor! Amar en la dimensión de la Cruz es el verdadero testimonio que el mundo espera de nosotros. Que amemos incluyendo a nuestros enemigos. Que donde hay oído sembremos perdón. Estamos enviados al mundo para manifestar el amor de Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,1-6): En aquel tiempo, convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos». Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.

Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen

No es un “boche” que le da Jesús a su madre y primos. ¡Jamás se atrevería! Lo quiere el Señor es aprovechar la situación para dar una palabra a los presentes. Les quiere enseñar la importancia de poner en práctica la palabra. No es solo oír. Debemos escuchar atentos y pedir a Dios la gracia de poner en práctica la palabra.

Jesús ama muchísimo a su madre. La virgen María es un ejemplo de obediencia y de la forma de poner en práctica la palabra. Ella fue la que dijo “si” al ángel e hizo posible el milagro de nuestra salvación.

Imitemos a la madre de Jesús. Hagamos de nuestra vida un ejemplo de amor y misericordia al prójimo. Perdonar a nuestro enemigos y dar la vida por aquellos que nos hacen algún mal. Eso es poner en práctica la palabra de Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 8,19-21): En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».

Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores

Las personas a escandalibaan porque andaba con públicanos y pecadores. Para que se entienda bien, esto significaba que andaba con corruptos, adúlteras y prostitutas. ¿Qué dirías tú si alguien que tú conoces anda con este tipo de personas? Me imagino que pensarías igual que los fariseos. Dirías algo como “si este señor anda con esa gente me supongo que también él es igual”. Hasta ahí llega la perversidad humana.

Jesús vino a salvar no a condenar. Aplica misericordia y perdón. Nosotros, en cambio, vivimos juzgando y condenando. Es por eso que quizás no eres cristiano.

Cambiemos de mentalidad y amemos como el Señor nos ama: perdona nuestros pegados siempre.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,9-13): En aquel tiempo, cuando Jesús se iba de allí, al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?». Mas Él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor

Nuestra mirada a la debilidad humana es distinta a la de Dios. Los seres humanas tenemos una tendencia a juzgar constantemente. La ley humana condena al malvado. No hay oportunidad de cambiar de vida.

En cambio, nuestro Dios tiene compasión de nosotros débiles y pecadores. Nos muestra su amor incondicional perdonando todos nuestros pecados. Nos abraza siempre con un corazón misericoridoso. Dios ama y perdona. Nosotros odiamos y condenamos.

Pongamos hoy el mandato del amor. No juzguemos a nadie. Perdonemos a todos y pidamos perdón. Si lo hacemos así, seremos verdaderos hijos de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,36-50): En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.

Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».

Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».

Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores

A Jesucristo lo difamaron y calumniaron. Ahora que vivimos en la era digital donde la maldad de las personas se expresan campañas digitales difamatorias, debemos recordar lo que le pasó a Jesús. Si mis queridos hermanos, a Jesús le acusaron de todo. Hasta le dijeron que era “hijo del Diablo”. ¿Qué hacia Jesús ante tanta maldad.

El Señor siguió adelante en su misión. Jamás se amilanó o acobardó. ¡Al contrario! Descubrió que todo ese sufrimiento era necesario y consecuencia lógica de su creciente liderazgo y parte fundamental de la misión. Como dicen popularmente: “solo a los árboles que tienen frutos le tiran piedras”.

¡No teman! Estamos en el mejor momento de la Iglesia. Estamos siendo purificados para que todo lo que no es cristianismo salga y pueda verse con mayor claridad el amor de Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,31-35): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no habéis llorado’. Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: ‘Demonio tiene’. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos».

Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande

Tiene Fe quien la tiene. Algunos piensa que por estar en la Iglesia tenemos garantizado el cielo. Nada que ver.

El mismo Jesús atacaba a los miembros distinguidos de su pueblo cuando pretendían asegurarse su prestigio religioso mediante prácticas externas de Fe.

Tener Fe es reconocer que Jesús es el mesías y Salvador. Es saber que Él tiene poder para sanar todas las dolencias. Es tomar conciencia de que somos unos pecadores y no merecemos las gracias y dones recibidas. En definitiva, tener siempre una actitud humilde y abierta al amor de Dios.

¡Ánimo! En Jesús podemos llegar a ser hijos de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,1-10): En aquel tiempo, cuando Jesús hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde Él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Éstos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga».

Jesús iba con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».

Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande». Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.

Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único

¡Oh admirable misterio! Dios ha querido salvarnos a través de la cruz. Nos ha amado hasta el extremo. Ha entregado a su único hijo a la muerte terrible de la cruz. Jesús ha tenido que padecer para que con su sufrimiento, dar sentido a los nuestros.

El Señor nos invita hoy a contemplar nuestra cruz. A responder la pregunta: ¿cuál es tu cruz? Es fundamental para un Cristiano saber que sufrimientos ha permitido Dios en su vida para salvarle u santificarme. ¡Si hermanos! Dios permite en nuestra vida situaciones y acontecimientos destinados a santificarnos. Hay sufrimientos redentores, que tienen la gracia de acercarnos a Dios, de prepararnos para el cielo.

Miremos la cruz con alegria y paz. Pidamos a Dios que nos de la gracia de aceptar nuestra cruz y experimentarla gloriosa.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 3,13-17): En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él».

Amad a vuestros enemigos

¿Quién no ha tenido en su vida algún enemigo? Enemigo no solo es aquel adversario que nos ha hecho un mal y por eso nosotros le guardamos rencor o rechazo. Hay muchos enemigos del “momento”. Es decir, aquellos que nos rodean o con quien nos encontramos en la vida que muchas veces con sus palabras o acciones nos hacen sufrir o molestar. Enemigo es todo aquel que va en contra de nuestra mentalidad, parecer o ser. ¿Cuál es la novedad del cristianismo de frente a esta realidad?

Para escándalo de muchos, Jesús nos dice, nada más y nada menos, que amemos a nuestros enemigos. ¡¿Cómo así?! ¡Que a ese desgraciado que nos ha hecho tanto mal debemos amarle! ¡Imposible!

Dios es aquel que hace salir su sol sobre buenos y malos. Estamos llamados a ser sus hijos. Por tanto, a tener su misma naturaleza. Por tanto, ser hijos de Dios es amar como Él ama. Amar en la dimensión de la Cruz. Amar al enemigo.

¡Ánimo! Humanamente hablando no podemos. Pero con la gracia de Dios si podemos. Amemos a los enemigos. En eso nos distinguimos de todos. Un cristiano tiene la naturaleza divina que ama a todos… especialmente a los enemigos.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 6,27-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos.

»Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».