Amad a vuestros enemigos

¿Quién no ha tenido en su vida algún enemigo? Enemigo no solo es aquel adversario que nos ha hecho un mal y por eso nosotros le guardamos rencor o rechazo. Hay muchos enemigos del “momento”. Es decir, aquellos que nos rodean o con quien nos encontramos en la vida que muchas veces con sus palabras o acciones nos hacen sufrir o molestar. Enemigo es todo aquel que va en contra de nuestra mentalidad, parecer o ser. ¿Cuál es la novedad del cristianismo de frente a esta realidad?

Para escándalo de muchos, Jesús nos dice, nada más y nada menos, que amemos a nuestros enemigos. ¡¿Cómo así?! ¡Que a ese desgraciado que nos ha hecho tanto mal debemos amarle! ¡Imposible!

Dios es aquel que hace salir su sol sobre buenos y malos. Estamos llamados a ser sus hijos. Por tanto, a tener su misma naturaleza. Por tanto, ser hijos de Dios es amar como Él ama. Amar en la dimensión de la Cruz. Amar al enemigo.

¡Ánimo! Humanamente hablando no podemos. Pero con la gracia de Dios si podemos. Amemos a los enemigos. En eso nos distinguimos de todos. Un cristiano tiene la naturaleza divina que ama a todos… especialmente a los enemigos.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 6,27-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos.

»Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».

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