Archivo por meses: junio 2020

¡Señor, sálvanos, que perecemos!

La tempestad y el mar son símbolos que representan, en algunos pasajes de las escrituras, la muerte, pruebas y sufrimientos que tenemos que enfrentar en el transcurso de nuestra vida. Todos los seres humanos nos vemos sometidos a momentos de angustia y desesperación, ¿quién podrá venir en nuestra ayuda?

Jesús es nuestro Salvador. Él tiene poder sobre todos los acontecimientos. A través de la palabra que sale de su boca podemos pasar de la inquietud a la paz y tranquilidad que solo puede brotar en el corazón de alguien que pone su confianza en Dios.

¡No tengamos miedo! Dios está con nosotros siempre. Aunque en este momento experimentamos los fuertes vientos de una tormenta existencial, Jesús está en la barca de nuestra vida y nos salvará. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,23-27): En aquel tiempo, Jesús subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero Él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?».

Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo

Jesús no fue reconocido por muchas personas de su tiempo. Pensaban que era un profeta más o un simple carismático que curaba y predicaba. El pueblo judío no le reconoció como su mesías esperando. Y tú, ¿qué dices de él?

Para poder ser perdonados por nuestros pecados y experimentar la salvación de Dios, es fundamental reconocer a Jesús como nuestro Salvador y mesías. Alguno podrá decir “pero yo le reconozco”. Sin embargo, en nuestras acciones diarias estamos negando a Jesús. Le quitamos autoridad a su palabra y preferimos llevarnos de todos los memes, mensajes de WhatsApp, publicaciones de redes sociales y palabras de “expertos” en la felicidad según una visión puramente material.

Nuestro Señor es el hijo de Dios que vino a quitar el pecado del mundo. Nos viene a liberar de las ataduras que nos hacen creer que la vida está en los ídolos de este mundo. Hoy es un buen día para proclamar solemnemente nuestra fe en Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre que nos resucita de la muerte. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Señor, si quieres puedes limpiarme

En tiempos de pandemia podemos reflexionar, de una manera más pertinente, sobre los diferentes tipos de enfermedades que pueden afectar al ser humano. Existen dolencias físicas, como el coronavirus, y otras afecciones espirituales que afectan el alma. Todos hemos padecido de algún virus que contagia nuestro ser.

Nuestro espíritu puede enfermar de orgullo, soberbia, odio, resentimiento, envidia, gula, avaricia, apego a los bienes materiales y diversas formas de afecciones espirituales. Dichas “fiebres” y “gripes” nos amargan la vida, nos roban el entusiasmo y nos meten en la tristeza. Necesitamos un buen médico que nos cure. ¿Quién nos devolverá la salud espiritual?

Nuestro Señor Jesús es nuestro médico que puede curarlo todo, no sólo las enfermedades físicas. Jesucristo es el doctor que sana nuestras dolencias y nos permite volver a ser personas felices y sin miedo. Pidamos al Señor que nos vacune de todo mal y nos proteja de todos los virus peligrosos que pueden matar nuestra alma. Confiemos en Él. Cristo es nuestro Salvador. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,1-4): En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio».

No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos

Edifiquemos nuestra vida sobre roca. La roca es Jesucristo. Él es verdadero camino que conduce a la vida. No hay en este mundo algo que pueda darnos la alegría que viene de Dios. ¿Cómo puedes construir sobre cimientos cristianos? Haciendo siempre la voluntad de Dios.

En muchas ocasiones queremos construir nuestros proyectos sobre arena. Nos confiamos demasiado en nuestras propias fuerzas. Creemos que no necesitamos auxilio divino. Es una equivocación pretender tener control absoluto de lo que sucederá hoy o mañana. Solo Dios sabe como terminará nuestras vidas.

La roca firme donde nos podemos apoyar es Jesús que da sentido a nuestra vida. Él puede y quiere salvarnos de las esclavitudes de los ídolos de este mundo: dinero, gana, soberbia, entre otros. Nuestro Señor es el único camino que nos conduce a la vida eterna. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,21-29): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!’.

»Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas.

Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios

Tenemos una llamada muy particular. Dios nos invita a dar testimonio valiente de Él en todo momento, así como lo hizo Juan El Bautista. Hemos sido elegidos para ser testigos del amor de Dios.

Nuestro Dios lo puede todo. Hace quedar embarazadas a las mujeres que se creen estériles. Si de un vientre que no da unos hijos el Señor hace nacer verdaderos hijos de Dios, ¿cómo no podrá cambiar tu vida y hacerte un apóstol valiente de su mensaje de salvación?

¡Ánimo! El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres. Nunca dudemos del amor y poder de nuestro Dios. Él da la vida y la muerte, hunde en el abismo y saca de él. No tengamos miedo. Amén.

Leer:
Texto del Evangelio (Lc 1,57-66.80): Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados.

Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.

No juzguéis, para que no seáis juzgados

A propósito de hoy, día en que celebramos la festividad de Santo Tomás Moro, debemos reflexionar sobre nuestro rol como laicos que estamos llamados a ser sal, luz y fermento de la tierra. ¿De qué manera podemos, los cristianos, cumplir la misión que el Señor nos ha encomendado? No juzgando a nadie.

En las próximas semanas veremos como el ambiente político se caldea. Lloverán ríos de difamaciones y calumnias por las redes sociales y diferentes medios de comunicación digital y tradicional. Los cristianos no podemos ser parte de ese circo. Santo Tomás Moro, un laico declarado patrono de los políticos y gobernantes por San Juan Pablo II y que llegó a ser en su tiempo canciller de Inglaterra, nunca juzgó a nadie. En cambio, siempre habló bien del Rey Enrique VIII, aún cuando éste le apresó y le mandó a decapitar por oponerse a su separación de la reina Catalina de Aragón y unión irregular con Ana Bolena. Tomás Moro denunciaba el pecado pero nunca odiaba al pecador. ¿Cómo podemos despreciar y juzgar a nuestro prójimo si Dios nos ha amado cuando hemos sido unos malvados y pecadores?

No juzgar, en este tiempo, sería la manera más hermosa y valiente de manifestar el amor de Dios en medio de una generación que daña y acusa antes que sanar y perdonar. ¡Ánimo! Mostremos la misericordia de Dios con hechos. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,1-5): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».

Mi yugo es suave y mi carga ligera

¡Qué tremendos somos! Nunca estamos conformes. Nos levantamos todos los días pensando en las cosas que nos faltan o que quisiéramos cambiar en nuestra vida. Nos molestan los hechos que no son según nuestros esquemas. ¿Cómo podemos encontrar paz en medio de tanta tormenta?

Dice el Señor: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Si, dice que aprendamos de él. Es decir, que dejemos nuestras quejas e inconformidades y aceptemos los “yugos” que Dios ha permitido en nuestra vida. Las cargas que pone el Señor sobre nuestros hombros son ligeros. Son para que podamos ser humildes, para que podamos ser santos, para que aprendamos a amar a Dios y al prójimo sabiendo que no somos mejores que nadie.

Aceptemos nuestra cruz de cada día. Pidamos al Señor que las cruces sean las escaleras que nos conducen a su voluntad. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 11,25-30): En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

»Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

Al orar, no charléis mucho

La oración es lo más importante para la vida de un cristiano. No puede darse la fe sin una continua comunión con Dios a través de la oración. ¿Cómo podemos orar?

El mismo Jesús nos enseña. Nos dice que la oración no es hablar mucho. Solo basta un corazón sincero y limpio que pone toda su atención en Dios. Al orar hablemos con el Señor con la misma confianza con que un hijo pequeño habla con un padre. Dios es nuestro Padre y sabe muy bien lo que necesitamos día a día.

¡Oremos siempre! Oremos en todo momento. Solo con mucha oración podemos ser felices estando siempre en la presencia de Dios. ¡Amén!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 6,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.

»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará

El Señor mira el corazón y no las apariencias. Nuestro Dios habita en lo profundo de nuestra alma y nos da la gracia de hacer su voluntad, y ¿cuál es? Que vivamos en comunión con Él.

Vivimos en un combate diario contra la carne, el mundo y el demonio. Este combate intenta separarnos de Dios y su voluntad. Es por eso que necesitamos armas espirituales que nos ayuden a salir victoriosos. Dichas ayudas divinas son el ayuno, la limosna y la oración. Dichas prácticas ascéticas no son para ser visto por las personas.

No podemos instrumentalizar las prácticas cristianas para que las personas vean que somos supuestamente buenos. Es por eso que nuestro Señor quiere que se realicen con la intención correcta. Nos invita a practicar nuestros ejercicio de piedad con un corazón limpio y con un profundo deseo de hacer siempre su voluntad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

»Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».

Amad a vuestros enemigos

Sinceramente, ¿tú amas a tus enemigos? Dime la verdad, ¿oras por aquellos que te han hecho mal? ¿Bendices a las personas que te insultan, te hacen alguna injusticia, te critican o difaman?

El ser humano no puede amar al enemigo. Es algo imposible para sus fuerzas naturales. Necesita una ayuda sobrenatural. Necesita ser transformado mediante la sangre preciosa de Jesús que da la vida por nosotros, muere y resucita, para mostrarnos su amor.

San Juan dice en sus cartas que podemos amar al hermano porque Dios nos ha amado primero. Es decir, que cuando éramos una malvados y pecadores, el Señor nos amó y dio la vida por nosotros. Ser hijos de Dios es precisamente amar de esa manera, amar incluyendo a los enemigos. ¿Tú amas así?

Tranquilos. No nos desanimemos. Dios nos dará la gracia, en cada momento particular, de amar como Cristo ama, en la dimensión de la Cruz. Lo hará el Señor, no nosotros. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».