La experiencia del amor de Dios en nuestras vidas pasa por el perdón. Nuestro Señor nos ha amado mucho porque nos ha perdona mucho, ¿eres consciente de eso?
Muchos de nosotros nos creemos la gran cosa. Pensamos, aunque muchas veces nos mostramos humildes, que somos mejores que los demás. Es por eso que vivimos criticando a los otros y murmurando a los demás. Nos creemos superiores a los que nos rodean. Le preguntan a alguien que si tiene pecados y ni siquiera sabe identificarlos. ¡Cuanta ceguera tenemos para conocernos interiormente!
Es fundamental que nos sintamos amados por Dios. Sin eso no hay fe y por lo tanto verdadera experiencia cristiana. Ese amor solo se experimenta si conocemos profundamente nuestras debilidades y sentimos como Dios nos perdona a pesar de todo lo que hacemos. ¡Ese es el verdadero amor! ¡Dios nos ama aunque seamos unos malvados y pecadores!
Leer:
Texto del Evangelio (Lc 7,36-50): En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.
Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».
Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».