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¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!

El sufrimiento es parte de la vida. Todos los miles de millones de seres humanos que habitan nuestro planeta lo experimentan a diario. Sufrir es inevitable, ¿cómo podemos vivirlo desde la fe cristiana?

Jesús nos mostró el camino de la vida eterna. Nos enseñó que sufrir purifica nuestra alma. La acerca a Dios y nos hace hace crecer en la fe. El sufrimiento nos muestra lo que hay en nuestro corazón, lo débiles que somos y nos hace apoyarnos en la roca firme que es Jesús. Como dice la escritura: “me hace bien el sufrir”.

Hoy estamos invitados a vivir el sufrimiento en la fe. Sabes que Dios nos ama y permite acontecimientos que nos ayudan a crecer y ser más fuertes interiormente. ¡No desesperemos! ¡Cristo ha resucitado! ¡Dios nos ama ciertamente! ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,33-35): En aquel tiempo, el padre de Jesús y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Porque han visto mis ojos tu salvación

Algunos privilegiados han tenido la dicha de ver físicamente al Señor Jesús. Vivieron con Él. Caminaban junto a Él. Reían y lloraban con Él. En fin, compartieron la existencia terrenal y fueron testigos oculares de sus milagros y predicación. ¿Es posible hacer la misma experiencia que esos hombres y mujeres hicieron hace dos mil años?

En el evangelio hay un pasaje que dice “dichosos aquellos que creen sin ver”. Es decir, aquellos que como nosotros no han visto físicamente al Señor pero le han conocido a un nivel mucho más profundo y cercano. A Jesús se le conoce y experimenta en lo profundo del corazón.

Simeón, hombre justo y piadoso, pudo ver y sostener en sus brazos al salvador del mundo. Nosotros podemos hoy, si abrimos nuestro corazón, sentir la presencia del Señor en casa momento, a cada instante de nuestra vida. Podemos, junto a Simeón, decir que hemos contemplado y vivido la salvación del mundo. La luz de Cristo ha iluminado nuestra vida y la ha hecho resurgir de la muerte. ¡Dichosos los que han visto y experimentado la presencia de Dios en sus vidas!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.

Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.

Éste está puesto para caída y elevación de muchos

La encarnación de nuestro Dios, mediante su hijo y nuestro salvador Jesús, inaugra en el mundo una nueva era de paz y liberación para todo el universo. Ciertamente, esto es un tiempo de alegría y de esperanza pero también de tensiones y confrotanciones. ¿Por qué? Porque como hay mucho que acogen al Señor y su palabra y se salvan; otros le rechazan y le persiguen. Esta es la norma en las cosas de Dios y su llamada. Algunos son llamados pero pocos los escogidos.

Inclusive, algunos de nosotros hemos tenido nuestros momentos. Cuando alguien nos hace algún mal o intenta destruinos, sentimos que Dios nos ha dejado solo. Tenemos la tentación de rechazar a Dios y seguir nuestras inclinaciones de venganza y odio.

En este tiempo de navidades estamos invitados a dar signos de amor. Dios quiere que tengamos paz y alegría. Que nunca seremos perseguidores del Señor. Que aprendamos que el sufrimiento es parte de la vida y que al contrario, nos hace crecer en santidad y en sabiduría. ¡Ánimo! Dios nos ama y nos da la fuerza para vencer toda adversidad.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,22-35): Cuando se cumplieron los días de la purificación según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y en él estaba el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al Niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Queden al descubierto las intenciones de muchos corazones

Pocas cosas hacen que pueda verse lo que hay en el corazón y la mente de las personas. La mayoría de los seres humanos ocultan sus verdaderas intenciones o pensamientos. Sin embargo, hay algo que si ayuda a la humildad y sinceridad del corazón: el sufrimiento.

Dios permite la cruz o el sufrimiento en nuestra vida para que se vea si verdaderamente solo hijos de Dios o estamos en una actitud indiferente o “religiosa devocional” con Dios. El sufrimiento nos purifica en corazón y nos hace ver que no somos “dioses” de nuestra vida.

María es ejemplo e imagen del cristianismo. Ella le dice sí al Señor y a la historia que Él permite en su vida. Acepta ser madre del salvador del mundo sabiendo lo que eso implica. Y así salva al mundo entero.

Esos acontecimientos dolorosos en tu vida son para que puedas descubrir a Dios y amar al Señor con todo el corazón, el alma y la mente. Ese es el camino de la vida eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,33-35): En aquel tiempo, el padre de Jesús y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!

El sufrimiento humanamente no tiene sentido. Todo el mundo lo rechaza. Nadie quiere sufrir. Nos pasamos la vida entera trabajando y esforzándonos para precisamente pasarla bien, ser felices y no sufrir. De hecho hay religiones que hablan de “Pare de sufrir”. ¿Puede el sufrimiento tener algo de sentido?

No hay nada parecido al sufrimiento de una madre que tiene que ver a su hijo condenado a muerte y ser Crucificado para vergüenza de toda su familia y de ella misma. ¡Qué duro es ver sufrir a su hijo querido!

María, da ejemplo de santidad. Ella no huye del sufrimiento. Antes bien, encuentra en el la oportunidad de santidad. Entra en la voluntad de Dios y al hacerlo, convierte el mal en bien, el sufrimiento en santidad. 

Sigamos hoy el “camino” de María que sabiendo la voluntad la realiza con la seguridad de que Dios le dará la felicidad verdadera.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,33-35): En aquel tiempo, el padre de Jesús y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel

Ayer celebramos la fiesta de la “Exaltación de la santa Cruz”. Un día muy especial para toda la iglesia. La palabra que la iglesia propone hoy para todos sus fieles tiene relación con dicha celebración litúrgica. ¿Por qué?

Jesús hizo posible la salvación de todo el género humano a través de su muerte en la cruz y posterior resurrección. El madero santo fue instrumento, por decirlo de alguna manera, de redención para todos los hombres y mujeres de todas las generaciones.

La cruz, en las escrituras, es símbolo de todo lo que nos destruye, nos mata o va en contra de nuestros esquemas o personalidad. Así como en Jesús fue un “trono de gloria” sobre el que reinó, así somos invitados todos los cristianos a ver en nuestras cruces de la vida instrumentos de santificación. ¿Hoy puedes decir que tu cruz es buena o “gloriosa”?

Una enfermedad, la muerte de un ser querido, alguna deformación física, una persona que nos hace sufrir, ente otras muchas cosas, pueden ser escándalo o causa de pérdida de Fe para muchos, pero para otros pueden ser los medios que Dios utiliza para salvarnos, acercarnos a Él o llevarnos a vivir la vida de una forma más plena.

Los momentos en que he tenido mayor paz y cercanía con Dios son precisamente aquellos en los que la cruz, al igual que la virgen María, me “atravesó el alma”.

Mis queridos hermanos y hermanas. Hoy bendigan a Dios por la cruz o cruces que nos ha regalado. ¡Dios es bueno! Su amor se manifiesta de formas misteriosas pero al final siempre nos libera de la muerte y ¡nos resucita!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,33-35): En aquel tiempo, el padre de Jesús y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».