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Nada hay oculto que no quede manifiesto

Las maravillas que Dios hace todos los días, en favor de nosotros, deben quedar en evidencia. No podemos callar las acciones del Señor. Se hace necesario, casi mandatorio, que proclamemos por todas partes los hechos portentosos de salvación. ¿Estás dispuesto?

Jesús es la luz que ilumina toda realidad. Con su muerte y resurrección ha destruido las tinieblas e iluminado al mundo entero con la Lu de la resurrección. Nosotros somos testigos de eso. En nuestra vida se ha realizado esta experiencia de victoria sobre nuestras muertes existenciales. ¡Por eso no podemos callar! Pongamos dicha luz bien alto, para todos queden iluminados con su esplendor.

Seamos discípulos dóciles al envío que el Señor nos hace. Tenemos la misión de hacer público lo que Dios ha hecho en nuestra vida. No tengamos miedo. El bien siempre triunfa sobre el mal. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 8,16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará».

Brille así vuestra luz delante de los hombres

Nosotros sabemos muy bien lo que significa no tener luz. La gente dice que cuando se va la energía eléctrica y nos quedamos sin luz hasta hace más calor. Las tinieblas siempre nos han dado preocupación y altera nuestro estado de ánimo. Partiendo de esa realidad, ¿cómo será no tener la luz de Dios en nuestros corazones?

Hemos experimentado, en algún momento de nuestra vida, la ausencia de Dios. Nos hemos sentido como si nada tuviera sentido. Y en medio de esa situación, el anuncio de la Buena Nueva ha cambiado todo. Una palabra proclamada, un sacramento vivido en plenitud o una oración intensa que pacifica nuestra alma, nos han parecido que son como una luz que lo ilumina todo. Eso es lo que experimentamos cuando Dios aparece en nuestra vida.

Recibir la luz de Dios nos convierte también en luz para el mundo. No somos nosotros los que iluminamos a los demás, es Dios habitando en nosotros el que nos convierte en testigos de su amor. Es por eso que debemos vivir según lo que significa ser cristiano. Ser luz es ser verdaderos hijos de Dios. Ser luz es amar a todos en la dimensión de la Cruz. Ser luz es dejar que la vida divina se refleje en nuestra vida. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,13-16): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».

Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas

¡Qué terrible es vivir en las tinieblas! Cuando no hay luz en nuestras casas, nos sentimos incómodos, desorientados y hasta sentimos más calor. Vivir en la oscuridad es como vivir sin vida, sin horizonte, sin esperanza, ¿alguna vez te has sentido así?

Hay momentos en los que pensamos que el mundo se nos acaba. No vemos signos de esperanza de un futuro mejor. Son los momentos de la depresión, de la preocupación por el sustento propio y familiar, de la necesidad de un amor que nunca acabe.

En Jesús encontramos luz. En él no hay tiniebla que prevalezca. Con su palabra lo ilumina todo. ¿Quieres ser iluminado por el Señor? Déjate amar por él. Cree que Dios ha resucitado a Jesús y junto con él nos pasa de la oscuridad a la luz. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 12,44-50): En aquel tiempo, Jesús gritó y dijo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí».

Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único

Jesús se conocen como la luz que nace de lo alto, palabra de Dios hecha carne que puede iluminar toda nuestra vida. ¿Quieres ser iluminado por el Señor?

Para conocer la luz de Cristo es necesario que renunciemos al mal y vivamos para Dios. De esa manera, muertos al pecado podamos experimentar una vida nueva. ¡Qué alegría! ¡Qué bendición! Hemos sido elegidos por Dios para que podamos ser resucitados en Cristo Jesús. Recuerda, ya no tenemos que hacer lutos ni llantos. Nuestro Salvador y Mesías ha resucitado!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 3,16-21): En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios».

Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz

Una gran luz se ha manifestado en el mundo y sigue manifestándose. Es la luz del Señor que ilumina todos los aspectos de la vida humana. Nuestro Salvador nos brinda su luz mediante su acción en nuestra vidas. ¿Tienes fe en Él?

Nuestra vida ha pasado muchas veces por momentos de oscuridad. Nos hemos sentido tristes o desesperados. Alguna enfermedad o sufrimientos nos ha hecho creer que estamos solos y que no hay salvación en nuestras vidas. Nada más lejos de la realidad.

Jesús viene hoy nuevamente a iluminarlo todo. Nos cura de nuestras dolencias e ilumina todas nuestras oscuridades. Nos saca del hoyo existencial en que podamos estar. ¡Ánimo! Nuestro Señor viene a salvarnos.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 4,12-17.23-25): En aquel tiempo, cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, se retiró a Galilea. Y dejando la ciudad de Nazaret, fue a morar en Cafarnaúm, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y de Neftalí. Para que se cumpliese lo que dijo Isaías el profeta: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz».

Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «Haced penitencia, porque el Reino de los cielos está cerca». Y andaba Jesús rodeando toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Y corrió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían algún mal, poseídos de varios achaques y dolores, y los endemoniados, y los lunáticos y los paralíticos, y los sanó. Y le fueron siguiendo muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea, y de la otra ribera del Jordán.

Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único

El Amor de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado por nosotros es el centro de nuestra Fe. Dios quiere que vivamos en la luz y esto significa que debemos mantenernos en el amor de Dios siempre.

Mantenernos en el orgullo, la soberbia, la lujuria, el odio, el resentimiento y la avaricia nos hace estar en la tinieblas. Los hijos de la Luz perdonamos a nuestros enemigos, nos reconciliamos con nuestros hermanos, despreciamos los bienes de este mundo y procuramos amar hasta nuestros enemigos.

Pidamos a Dios la gracia de ser sus hijos. Solo así seremos verdaderamente felices. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 3,16-21): En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios».

Yo soy la luz del mundo

Ya se acerca la semana más importante del año. Dentro de pocos días tendremos la bendición de celebrar una vez más el misterio de nuestra salvación. Si nos hemos preparado bien en esta cuaresma podremos avivar nuestra Fe y crecer en el conocimiento del amor de Dios.

La pascua es el tiempo litúrgico en el que los cristianos celebramos la victoria sobre la muerte. Hacemos presente que la luz triunfa sobre la oscuridad. Y eso podemos afirmarlo porque solos testigos de este misterio.

Con nuestras vidas podemos testimonear que Dios tiene el poder de devolvernos a la vida. Esa es la clave de nuestra felicidad, de la celebración de los próximos días. ¡Victoria!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,12-20): En aquel tiempo, Jesús les habló otra vez a los fariseos diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida». Los fariseos le dijeron: «Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale». Jesús les respondió: «Aunque yo dé testimonio de mí mismo, mi testimonio vale, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y si juzgo, mi juicio es verdadero, porque no estoy yo solo, sino yo y el que me ha enviado. Y en vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo soy el que doy testimonio de mí mismo y también el que me ha enviado, el Padre, da testimonio de mí».

Entonces le decían: «¿Dónde está tu Padre?». Respondió Jesús: «No me conocéis ni a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre». Estas palabras las pronunció en el Tesoro, mientras enseñaba en el Templo. Y nadie le prendió, porque aún no había llegado su hora.

Brille así vuestra luz delante de los hombres

Los cristianos estamos llamados a ser sal y luz del mundo. Ésta llamada no tiene nada que ver con nuestra capacidad de hacer el bien. Tiene relación con el poder de Dios que puede y quiere habitar en nosotros. La luz del Cristiano es en el fondo la luz de Cristo.

Una vez me hicieron una metáfora preciosa. Me dijeron que los cristianos somos como la luna y Cristo es el sol. La luna no brilla con luz propia. El Sol si. Es por eso que nosotros, cuando hacemos la voluntad de Dios, somos simple reflejo de las maravillas de Dios.

¡Ánimo! Seamos buenos espejos del amor de Dios. Nuestro reconocimiento sincero y humilde de la precariedad en que vivimos nos hace mejores discípulos de Cristo. El mundo necesita que demos testimonio sincero y profundo de su amor. Dejemos que Dios haga esa obra en nosotros.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,13-16): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».

Vosotros sois la luz del mundo

La luz del mundo es Cristo. Esa es la gran novedad del cristianismo. Todos aquellos que sienten vivir en las tinieblas, por algún sufrimiento que tengan o situación de crisis existencial, puede acercarse a Jesús y su vida quedará transformada totalmente.

Precisamente esa transformación nos convierte en testigos veraces del amor de Dios. Nos hace ser reflejos del amor de Dios. La luz que podamos mostrar no es nuestra. Es la naturaleza de Dios, que habitando en nosotros, puede mostrar al mundo que en medio de la precariedad de nosotros, se puede dar el amor.

Estamos llamados a amar a los demás, dando la vida, perdonando y amando a nuestros prójimos como lo ha hecho Jesús en la Cruz. Somos luz en la medida que mostramos el rostro amoroso del Señor. ¡Ánimo!

Leer:

Mt 5,13-16: Vosotros sois la luz del mundo.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

–«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero sí la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?

No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.

Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.

Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.

Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»

Porque han visto mis ojos tu salvación

Algunos privilegiados han tenido la dicha de ver físicamente al Señor Jesús. Vivieron con Él. Caminaban junto a Él. Reían y lloraban con Él. En fin, compartieron la existencia terrenal y fueron testigos oculares de sus milagros y predicación. ¿Es posible hacer la misma experiencia que esos hombres y mujeres hicieron hace dos mil años?

En el evangelio hay un pasaje que dice “dichosos aquellos que creen sin ver”. Es decir, aquellos que como nosotros no han visto físicamente al Señor pero le han conocido a un nivel mucho más profundo y cercano. A Jesús se le conoce y experimenta en lo profundo del corazón.

Simeón, hombre justo y piadoso, pudo ver y sostener en sus brazos al salvador del mundo. Nosotros podemos hoy, si abrimos nuestro corazón, sentir la presencia del Señor en casa momento, a cada instante de nuestra vida. Podemos, junto a Simeón, decir que hemos contemplado y vivido la salvación del mundo. La luz de Cristo ha iluminado nuestra vida y la ha hecho resurgir de la muerte. ¡Dichosos los que han visto y experimentado la presencia de Dios en sus vidas!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.

Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.