Ya quedan muy pocos granjeros, campesinos o trabajadores de la tierra. La palabra Conuco es extraña para la mayoría de los habitantes de este país a menos que no sea el restaurante de Gazcue donde se sirve comida muy rica. Es por eso que la parábola del Sembrador a veces nos resulta un poco extraña. Veamos de forma resumida las claves fundamentales de la misma.
El Señor nos enseña día a día por medio de palabras y acontecimientos que el permite para nuestra salvación. Jesús aprovecha el contexto en el que vive para dar una enseñanza oportuna. Un día aprovecho el campo y el sembrador para explicar algo de gran profundidad.
La tierra que prepara el campesino para sembrar se parece al alma del ser humano que debe ser preparada para recibir la “semilla” de la palabra de Dios. ¿Cual es la realidad? Que al igual que pasa en la vida del campo, esta tierra tiene enemigos. La parte mala del camino, la mala yerba y las piedras son símbolo de los obstáculos que enfrentamos cuando hablamos de recibir la palabra de Dios en nuestro corazón y dar “fruto”.
Las preocupaciones de la vida, la falta de interés en las cosas de Dios y la inconstancia o pereza nos hacen perdernos de la maravilla que Dios quiere hacer en nosotros.
Desde pequeño, cuando iba a Santiago a visitar a mi abuela, me encantaba ver los campos sembrados de arroz. Era una escena preciosa. Lo mismo pasa en nuestra vida. Si dejamos que la palabra de Dios se “siembre” en nuestros corazones y de frutos, seres tan hermosos como un campo bien sembrado rebosante de alimentos y verdor.
Leer:
Texto del Evangelio (Mc 4,1-20): En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción: «Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento». Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado comprender el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone».
Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento».