Nada hay oculto si no es para que sea manifestado

Un hijo, sobre todo en las primeras etapas de su vida, tiene como principal ejemplo a seguir a sus padres. Es fundamental tener tener un referente en la vida. Muchas personas nos hemos hecho profesionales en una área específica porque nos impresionó alguien y dijimos: “yo quiero ser como Él cuando sea grande”. Lo mismo pasa en el cristianismo.

Dios nos ha dado mucho. Nos ama, perdona y sana. Nos ha salvado de la muerte y quiere que vivamos felices. Esta obra del Señor produce unos frutos. Y estos frutos son, entre cosas, para que el mundo los vea y crea en Dios.

Las obras de Dios manifestadas en un cristiano son como luz que alumbra la oscuridad del mundo. ¿Tus obras producen este efecto? ¿Cuando las personas te ven, piensan en que Dios existe y ama a todos y todas?

Nuestra luz debe ser la luz de Dios. Si no somos espejo donde se pueda reflejar la naturaleza misma del Señor, entonces le hacemos un “flaco servicio”.

¡Tranquilo! Dios tiene misericordia de nosotros y nos ayuda hasta en lo que nos pide que hagamos. ¡Él nos ama! Su juicio es la misericordia.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 4,21-25): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga».

Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará».

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