La encarnación de nuestro Dios, mediante su hijo y nuestro salvador Jesús, inaugra en el mundo una nueva era de paz y liberación para todo el universo. Ciertamente, esto es un tiempo de alegría y de esperanza pero también de tensiones y confrotanciones. ¿Por qué? Porque como hay mucho que acogen al Señor y su palabra y se salvan; otros le rechazan y le persiguen. Esta es la norma en las cosas de Dios y su llamada. Algunos son llamados pero pocos los escogidos.
Inclusive, algunos de nosotros hemos tenido nuestros momentos. Cuando alguien nos hace algún mal o intenta destruinos, sentimos que Dios nos ha dejado solo. Tenemos la tentación de rechazar a Dios y seguir nuestras inclinaciones de venganza y odio.
En este tiempo de navidades estamos invitados a dar signos de amor. Dios quiere que tengamos paz y alegría. Que nunca seremos perseguidores del Señor. Que aprendamos que el sufrimiento es parte de la vida y que al contrario, nos hace crecer en santidad y en sabiduría. ¡Ánimo! Dios nos ama y nos da la fuerza para vencer toda adversidad.
Leer:
Texto del Evangelio (Lc 2,22-35): Cuando se cumplieron los días de la purificación según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y en él estaba el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al Niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».