Archivo por meses: diciembre 2018

Vio y creyó

En el evangelio hay un pasaje interesante. San Juan dice que corrió al sepulcro un discípulo a quien Jesús quería. ¿Acaso el Señor no quería a todos por igual? Me parece que esa frase nos muestra la relación que todos estamos llamados a tener con Jesucristo.

Juan sentía en su corazón el amor inmenso de su Señor. Había caminado, comido y vivido con Él tantas cosas. Era testigo del amor de Dios. Se le había manifestado la misericordia divina y por eso creía que era “querido” por Jesús. Ese el sentimiento más grande y puro que se pueda experimentar sobre la tierra.

En este tiempo de manifestación gloriosa del Señor Jesús a través de su nacimiento estamos llamados a reconocer su amor. Jesús nació para morir en la Cruz y luego resucitar para que nosotros seamos testigos de su amor. Esto es el centro de nuestra Fe. Cree que Dios te ama. ¡Nunca lo dudes!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 20,2-8): El primer día de la semana, María Magdalena fue corriendo a Simón Pedro y a donde estaba el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó.

Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres

Dios lo ha creado todo y lo gobierna todo. Todas las cosas le obedecen y están sometidas a su voluntad. Es por eso que nuestro Señor levanta del abismo, saca al pobre de la angustía y nos libra de todo mal. ¡Cuántos bienes nos ha regalado el Señor!

El tiempo de navidad es para vivir alegres y sin temor. Es para tener la seguridad de que nuestra vida,muchas veces estéril de buenas obras, puede convertirse en un verdadera fuente de agua capaz de saciar la sed de amor y perdón que todos tenemos.

¡No temas! Dios está con nosotros siempre.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,5-25): Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad.

Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».

Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad». El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo».

El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres».

Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”

Dios está siempre con nosotros. Nos ama tanto que ha enviado a su único hijo Jesucristo, hace dos mil años, para que manifestara su amor a todos. Hoy nuevamente se hace presente a través de su palabra, sacramentos, predicación y oración. Nuestro Dios es cercano y ha decidido habitar en nuestros corazones.

El mundo no entiende este lenguaje. Nos aleja de los misterios divinos. Es incrédulo ante los milagros de Dios. Es por eso que debemos alejarnos del mundo. Abrir nuestro corazón al amor de Dios que es capaz de hacer lo imposible: que una mujer Virgen de a luz a un hijo sin perder su virginidad.

Así Dios, que todo lo puede, pueden hacer de nosotros hijos suyos a pesar de nuestras grandes debilidades. No te mires a ti mismo. Contempla sin distraerte el gran amor que tiene te tiene. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 1,18-24): La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.

Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.

Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado

Dios, en este adviento, nos llama a conversión. El Amor divino no se impone. Es preciso que acoja con total libertad. Es por eso que se nos invita a convertirnos, nunca se nos obliga.

Los tiempos litúrgicos existen para ayudarnos a vivir los miestrios de nuestra salvación. En el adviento se subraya la escatología. Es decir, se nos invita a poner nuestro corazón en la realidad celestes. Para eso, es preciso que acogamos al Señor en nuestro corazón. Esa es la clave de este tiempo. Acoger a Dios en nuestros corazones.

Pidamos a Dios que tengamos la humildad de reconocernos pecadores y necesitados de la ayuda divina. Es tiempo de conversión. Es tiempo de adviento.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,13-19): En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras».

El que tenga oídos, que oiga

La disposición interna en nuestro corazón es fundamental para aceptar a Jesús en nuestro corazón. La acogida implica una apertura sincera y extrema. Nadie puede tener un encuentro profundo con el Señor sin reconocer en Él al mesías y Salvador.

Cuando en las escrituras se dice “el que tenga oídos que oiga” lo que se quiere es invitar a los que escuchan a una recta actitud ante la predicación. El que tenga oídos que oiga o mejor dicho que quiera oír. Esa es la clave de la frase. Hay personas que teniendo el oído para escuchar no lo hacen, porque teniendo oídos no escuchan porque no quieren escuchar.

Pidamos a Dios un corazón puro y recto que pueda acoger con radicalidad total al Señor en su corazón.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,11-15): En aquel tiempo, dijo Jesús a las turbas: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga».

Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados

La virgen María intercede por nosotros ante Dios Padre. El mismo Jesús nos dijo desde la cruz que ella era nuestra madre también. Podemos disfrutar de la bendición de saber que la madre de nuestro Salvador nos ama igual que a su hijo.

En el día de hoy y en el contexto del adviento podemos sentirnos contentos de tener la protección amorosa de la Virgen María. Ella nos enseña el camino que conduce a la vida. Nos invita a querer y obedecer a su hijo Jesucristo.

Pidamos a Dios una gracia especial por intercesión de la virgen. ¿Quién puede negarle algo a su madre? ¡Ánimo! Demos gracias a Dios porque tenemos una ayuda adecuada para aliviar nuestras cargas y penas.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños

¡Qué alegría saber que tenemos a un Dios que nos ama! El Señor nos cuida siempre como un pastor a sus ovejas. Tiene misericordia de todos. Siente ternura por las ovejas más débiles de su redil.

La Iglesia es un pequeño rebaño del Señor. Sus miembros son ovejas débiles que han sido apacentadas por el Señor. Necesitamos que alguien nos cuide, proteja y ame.

¡Nunca dudes del amor de Dios! Él te ama ciertamente.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».

Hoy hemos visto cosas increíbles

Hemos visto cosas increíbles. Un número impresionante de maravillas en nuestra vida y en la de nuestros hermanos. Dios nos ha colmado de bienes materiales y espirituales. ¿Cuál es el más grande de todos ellos? El perdón de nuestros pecados.

Ciertamente hemos tenido muchos sufrimientos, enfermedades y situaciones de conflicto. De todas estas cosas nos salva el Señor mediante el perdón. Experimentar el perdón de los pecados es conocer el amor de Dios. Es sentir que en Él todo tiene sentido. El Señor nos cura de todo con el bálsamo de su amor.

¡Ánimo! Adviento es esperanza. Adviento es sanación. Adviento es fe y amor en nuestro Señor Jesucristo.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 5,17-26): Un día que Jesús estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de Él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados».

Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?». Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dijo al paralítico- ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles».

No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial

Edificar sobre arena es un absurdo desde el punto de vista de la ingeniería. Todos los cálculos dan como resultado que semejante obra tendría como consecuencia un desastre. ¿Por qué queremos “edificar” nuestra vida sobre bienes efímeros y proyectos pasajeros?

Este tiempo litúrgico en que vivimos nos invita a poner nuestro corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra. Se nos pide que recorramos el camino de la verdadera felicidad. Amar a Dios por encima de todas las cosas es lo más prudente que podemos hacer. Eso es edificar sobre roca.

La roca verdadera es Cristo que nos ama y da la vida por nosotros. Seamos felices. Seamos ingeligentes. Pongamos nuestra confianza solo en Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,21.24-27): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».

Siento compasión de la gente

Se sufre mucho. Desde que nacemos hasta que morimos nos suceden cosas que consideramos buenas pero también algunas que nos hacen sufrir. Enfermedades, scontecimientos trágicos, muertes, humillaciones, carencias afectivas y materiales, en fin, una lista larga de situaciones que nos hacen sufrir, ¿qué hace Jesús al respecto?

Nuestro Señor siente compasión por nosotros. Sabe que necesitamos de Él y que en su palabra la vida tenga sentido y propósito. Es por eso que nos da de comer un alimento que sacia nuestra hambre y sed de amor. Nos muestra su misericordia perdonando nuestro pecados y dando la posibilidad de un futuro mejor.

¡Ánimo! ¡No pierdas la fe! Tenemos a un salvador que viene a transformar su vida para bien. Abre tu corazón al amor de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 15,29-37): En aquel tiempo, pasando de allí, Jesús vino junto al mar de Galilea; subió al monte y se sentó allí. Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos, mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y Él los curó. De suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y glorificaron al Dios de Israel.

Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino». Le dicen los discípulos: «¿Cómo hacernos en un desierto con pan suficiente para saciar a una multitud tan grande?». Díceles Jesús: «¿Cuántos panes tenéis?». Ellos dijeron: «Siete, y unos pocos pececillos». El mandó a la gente acomodarse en el suelo. Tomó luego los siete panes y los peces y, dando gracias, los partió e iba dándolos a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas.