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¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?

Tener miedos y temores es algo muy humano. Desde que salimos del vientre de nuestra madre nos enfrentamos a un mundo lleno de peligros y cosas que no conocemos.

Tenemos miedo a fracasar, a enfermar, a no tener con que vivir y hasta tenemos miedo de morir. El miedo nos acompaña durante toda nuestra vida. ¿Qué nos dice al respecto Jesús?

Es normal tener miedo. Lo que dice Jesús es que jamás debes dudar del amor de Dios en medio de tus dificultades. El que se apoya el el Señor tiene que tener la seguridad que la “tempestad” siempre será calmada. Jesús es aquel que del mal siempre saca el bien. Confía en Él

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,23-27): En aquel tiempo, Jesús subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero Él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?».

Quiero, queda limpio

Las enfermedades siempre son males que nos aquejan y no nunca son bien recibidas. La salud es símbolo de bendición pero cuando tenemos que enfrentar una situación de deterioro de nuestra vida nos ponemos tristes y depresivos. ¿Por qué Dios permite que nos enfermemos?

Uno de los signos que acompañaron a Jesús en su misión por esta tierra fue precisamente su capacidad de sanar o curar. Cuando iba de pueblo en pueblo predicaba que el Reino de Dios había llegado y como signo de esta buena noticia los enfermos quedaban libres de sus dolencias físicas. ¿Hay algo peor que una lepra o discapacidad?

Todo estamos enfermos de algo. Tenemos traumas, complejos, vicios y situaciones enfermizas que no quisiéramos padecer. Unos celos obsesivos, una manía, un temperamento colérico; en fin, todo necesitamos de la sanación que nos ofrece en Dios en Jesús. ¿Quieres ser sano?

¡Grita a Jesús! Dile que te salve y sane. El tiene poder. Y ¿sabes que?  ¡EL QUIERE SANARTE!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,1-4): En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio».

Les enseñaba como quien tiene autoridad

Las enseñanzas de Jesús, o por lo menos una parte, están consignadas en las Sagradas Escrituras. Una de las cosas que el Señor hizo en su paso por esta tierra fue enseñar. Predicaba e instruía siempre a todos los hombres y mujeres que le acompañaban o eran objeto de sus milagros y obra salvífica. Precisamente uno de los temas centrales de su doctrina fue poner en practica lo que se predica.

Tenemos que reconocer que el principal desafío de la vida cristiana es que no haya un divorcio entre Fe y Vida diaria. Tenemos la tentación de asumir que ser cristiano es hacer cosas y cumplir con ritos. Pensamos, como los escribas y fariseos, que llevar una vida según la voluntad de Dios es someterse al cumplimiento de leyes y preceptos.

Nadie que diga que cree en Dios puede pensar en ir a misa y al mismo tiempo odiar a su prójimo. ¡Eso sería un absurdo! Cuantas veces hemos caído en esa tremenda contradicción.

Lo importante es edificicar sobre roca poniendo siempre en práctica la palabra de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,21-29): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!’. 
»Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».
Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas.

Entrad por la entrada estrecha

Las exigencias evangélicas parecen imposibles de cumplir. Estoy seguro que hemos escuchado muchas veces decir que “no es fácil ser cristiano”. Nos imaginamos que para cumplir lo que Dios nos manda hace falta renuncias a muchas cosas buenas. En este sentido ser cristiano parece ser algo difícil y retador. ¿Por qué esta percepción?

Construir siempre es más difícil que destruir. Cuando queremos levantar un edificio necesitamos de planos, manteriales, obreros e ingenieros. Todo esto tarda su tiempo. Sin embargo, los resultados hacen que todo esfuerzo valga la pena. Sin todo ese proceso no podríamos disfrutar luego de los resultados. Un joven que no estudie no pasarán de curso, un atleta que no entrene no ganará la competencia y una madre que no asuma sus 9 meses de gestación nunca tendrá su hijo. 

Es en este sentido que se debe entender “el camino que lleva a la vida es estrecho”. La bendición que supone caminar por el camino de Dios hace que cualquier renuncia o negación valga la pena.
Hoy, tu y yo, necesitamos entrar por la puerta estrecha. Ese es el camino de la vida que Dios quiere que podamos recorrer.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,6.12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen. Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas. Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran».

No juzguéis, para que no seáis juzgados

¿Qué hay en nosotros que estamos constantemente mirando lo que hacen los demás? ¿Qué fuerza gobierna nuestros ser que nos sentimos siempre inclinados a mirar los defectos de las personas que conocemos?

El juicio u opinión que hacemos de una persona siempre estará afectado por nuestra actitud hacia ellos. Muchas veces escuchamos en la Iglesia una palabra y en lugar de aplicarnos lo que dice en nuestra vida lo que hacemos es pensar en aquel amigo o familiar que debería escuchar esa palabra, no tú.

Jesús nos ha enseñado qe juzgar es lo mismo que condenar. ¡No condenes a tu hermano! 

La raíz de todo juicio es que siempre nos creemos superiores a los demás. Si tan solo hoy reconocieras que no eres mejor que tu pareja, amigo, compañero de trabajo o vecino; estarías disculpando a los demás y experimentarías un verdadero amor.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,1-5): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».

No os amontonéis tesoros en la tierra

En nuestra época actual existe una amplia literatura, conferencias, cursos y seminario sobre cómo hacerse millonario en el menor tiempo posible y con el mínimo esfuerzo.

Parece que todo el mundo ha definido que la única forma de ser feliz es tener dinero y fama. Nos empeñamos en tener aquí en la tierra el cielo material.

Jesús nos plantea una forma de felicidad plena. Nos dice que la única forma de alcanzar la felicidad verdadera es no “amontonar” en este mundo. Todo en este mundo tiene su fin. Por eso es absurdo poner tu ser en las cosas perecederas. 

Poner nuestro corazón en las cosas del cielo es la verdadera forma de ser feliz aquí en la tierra. De esta forma podemos disfrutar todo lo que Dios nos da aquí y luego vivir en plenitud en el cielo.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 6,19-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. 
»La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!».

Al orar, no charléis mucho

Se podría decir que la oración es la práctica espiritual más común a todas las religiones y espiritualidades del mundo. Todos los humanos que buscan de Dios, si lo hacen en serio, deben intentar por todos los medios de hacer verdadera oración.

La oración no es decir un montón de palabras vacías de significado. No es repetir sin conciencia una serie de palabras a las que no prestamos atención. Hacer verdadera oración es un acto de Fe que uno hace con Dios para entregarle nuestra vida y que Él haga siempre su voluntad.

Los frutos de la verdadera oración son paz, serenidad, tranquilidad, equilibrio emocional y sobretodo felicidad. Dios se encuentra con nosotros cuando en la oración nos “vaciamos” de nosotros y nos quedamos a solas con Dios. 

Hoy intenta orar de esa manera. Al cerrar tus ojos piensa en Dios como un padre que te cuidará hoy y siempre. La oración es siempre un encuentro de amor con el Señor.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 6,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. 
»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará

Las prácticas religiosas son muy comunes en nuestros países latinoamericanos con gran tradición cristiana. Siempre me ha impresionado cuando estoy en cualquier reunión académica y alguien se le ocurre decir que hagamos una oración. Todos aceptan e inmediatamente cierran los ojos y levantas las manos para orar. Es decir, nuestra sociedad es altamente religiosa.

Las manifestaciones externas de nuestro Fe ayudan mucho a los demás. Hoy en día, es de valientes andar con la Biblia y leerla en público. Siempre ayudan estos signos.

Sin embargo, cuando hacemos estas cosas debemos cuidar la intención con que lo hacemos. Si la idea es decirle a quien nos rodea que somos mejores que ellos o mostrar una apariencia de bondad, estamos totalmente equivocados.

La practica de la Fe no debe ser nunca para aparecer como buenos o mejores que los demás. Nuestra Fe es para mostrar signos, claro está, pero a Dios se le encuentra en lo secreto de nuestro corazón.

Nuestra Fe y nuestra vida deben estar en plena comunión. Nuestras acciones deben mostrar que verdaderamente somos hijos de Dios. Esto solo es posible si hacemos encuentro profundo y personal con Dios en nuestro corazón.

¡Ánimo! Que Dios, viendo en lo secreto, te recompensará.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 
»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 
»Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».

Amad a vuestros enemigo

La mayor parte de la humanidad cree en la existencia de Dios. La inmensa mayoría piensa que somos seres creados por un ser divino. Esto significa que nuestro origen y fin solo puede entenderse en función de la Fe en un Dios que nos creó.

Jesús nos ha hecho hermanos suyos e hijos adoptivos de Dios. ¿Cómo podemos ser verdaderos hijos de Dios? Si amamos como Dios ama. Esa es la clave. Y ¿cómo ama Dios? Dios ama al enemigo.

En Jesús, Dios ha mostrado su amor. Jesucristo en la cruz ha amado a sus enemigos, ha pedido perdón al Dios Padre por los pecados de quienes le asesinaban. Amar el enemigo es romper con los círculos de odios y rencores. 

¿Tú estás dispuesto a amar a tus enemigos? ¿Estás dispuesto a perdonar y orar por aquellos que te hacen el mal? Si aceptas, entonces serás hijo de Dios y serás feliz como nadie en este mundo.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».

No resistáis al mal

Uno de los grandes punto diferenciadores de la doctrina cristiana respecto a las demás religiones del mundo es su posición con respecto al enemigo. Si nos preguntáramos cual sería el centro del la buena noticia cristiana es que en Jesús se ha manifestado el amor divino que es capaz de llegar inclusive a amar al enemigo. 

Dios en Jesús nos llama a ser hijos suyos. Ser hijo de Dios es tener su misma naturaleza y esto significa que podemos amar de la misma forma en que Él nos ama y ama a toda la humanidad. ¿En qué consiste este amor?

El amor a Dios se manifiesta en Jesús porque el Señor Jesucristo amó a todos los hombres y mujeres hasta el extremo. No se resistió al mal que le hacían. No juzgó ni condenó. Jesús ha amado al enemigo y nos invita a hacer lo mismo.

¿Cuál es tu enemigo hoy? ¿Quien te está haciendo algún mal? ¡ÁMALE! Y verás que su mal te santificará y a tu enemigo salvará. En el cristianismo no hay venganza ni odio. Solo es posible el amor y un amor en la dimensión de la cruz.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,38-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda».