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Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros

Los primeros en el Rieno de los cielos son aquellos que lo han dejado todo por amor a Cristo. Ellos son los qué haciendo la voluntad de Dios ponen su vida al servicio de la causa divina. ¿Quienes están invitados a dejar todo para ponerse al servicio de la misión? Todos.

El hecho de ser cristianos nos da el carácter de enviados. El bautismo nos envía al mundo a ser sal, luz y fermento de la tierra. El mundo necesita de nuestro servicio. Estamos llamados a dar por el Señor todos los bienes de la tierra.

¿Estás dispuesto? No te preocupes, todo aquel que trabaja para el Señor recibirá siempre el ciento por uno. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 10,28-31): En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora en el presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros».

Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios

Estamos apegados a los bienes. Esa es la verdad. Si reconocemos nuestros pecados, debemos asegurar que uno de los principales es la idolatría. Lo único que conocemos es lo material. Por eso, es natural que nos pasemos la vida queriendo acumular riquezas. El dinero nos da estatus social y nos hace importantes ante los ojos de los demás. Queremos ser amados mediante la posesión de bienes que nos aseguren la felicidad aquí en la tierra.

Ante esta realidad Jesús da una palabra. Sabe muy bien que esto no es duradero. No es algo que podamos decir que es seguro. Todo pasa. Todo es precario. Todo es perecedero. El Señor nos invita a buscar la felicidad y la vida donde está.

A nosotros nos resulta difícil creer esto. Constantemente nos hacemos ídolos. Pero Dios hace posible lo que es imposible para nosotros.

¡Vendamos los bienes! Vivamos desprendidos de este mundo qué pasa. Nuestro destino final es el cielo. ¿Te has preparado para pasar de este mundo a la casa del Padre? ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 10,17-27): Un día que Jesús se ponía ya en camino, uno corrió a su encuentro y arrodillándose ante Él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre». Él, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud». Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme». Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.

Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!». Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: «¡Hijos, qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios». Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: «Y ¿quién se podrá salvar?». Jesús, mirándolos fijamente, dice: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios».

Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre

El Papa Francisco publicó hace dos años la exhortación apostólica Amoris Laetitia. En ella se aborda el tema de la familia y el matrimonio. En relación a la unión de un hombre y mujer, lo dicho por Jesús y transmitido por la iglesia permanece invariable. Se ha dicho que: lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Ciertamente, se reconoce en el documento pontificio que esto resultado una utopía difícil de cumplir. En un siglo XXI marcado por el individualismo y los cambios profundos en la cultura y valores de los pueblos; el mundo no cree en las relaciones humanas perdurables en el tiempo. Antes que eso, hay una lógica de praxis instrumentalista que nos lleva a ver todo en clave de beneficio: si me conviene lo hago, si no, lo dejo de hacer. Es decir, si algo me beneficia contínuo con ello, si por el contrario me hace daño lo descarto inmediatamente. Ya nadie predica la paciencia, el perdón profundo y la reconciliación permanente. Al contrario! La moda es la intolerancia, la justicia a puños y la no aceptación de los defectos de los demás.

La palabra de Dios habla de establecer relaciones basadas en el amor. Se nos invita a amar como Dios ha amado. ¿Cómo lo ha hecho Dios con nosotros? Amándonos cuando hemos sido pecadores. ¿Tú amas así? Pues ahí está la clave de la indisolubilidad matrimonial. No es una ley que aplasta u obliga. Es un mandato de amor que conduce al perdón. La ley del amor nunca acaba. No se rompe. Permanece en la unión amorosa por siempre.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 10,1-12): En aquel tiempo, Jesús, levantándose de allí, va a la región de Judea, y al otro lado del Jordán, y de nuevo vino la gente donde Él y, como acostumbraba, les enseñaba. Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?». Él les respondió: «¿Qué os prescribió Moisés?». Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre».

Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».

Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros

La sal es uno de los elementos fundamentales en la dieta diaria de un ser humano. Es tan importante, que en la antigüedad se pagaba con sal en muchas transacciones comerciales. De ahí es que viene el término “salario”.

En el cristianismo se tomó dicho símbolo para hacer referencia al papel de los cristianos en el mundo. La sal da sabor a los alimentos, así como los cristianos estamos llamados a dar sentido a la vida en el mundo. ¿Cómo debemos hacerlo? Con nuestras obras.

La Iglesia y sus miembros están llamados a ser luz y sal de la tierra. Manifestar la obra y misericordia de Dios. Que nuestros hechos de vida sean la puesta en práctica del mensaje evangélico. Una buena noticia de amor de Dios a todos los pecadores. Por tanto, perdonemos, excusemos, integremos, reconciliemos al mundo con Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 9,41-50): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa. Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga; pues todos han de ser salados con fuego. Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros».

Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros

Hacer el bien es la norma de aquellos que dicen ser cristianos. Pero el bien no es exclusivo de los hombres y mujeres de Fe. Dios ha puesto bondad en el corazón de todos los seres humanos. Entender esto, nos hace cambiar radicalmente nuestra forma de entender el mundo y nuestro rol en el mismo.

No podemos andar juzgando a todos. Nunca debemos ponernos por encima de los demás. Los cristianos no son una élite espiritual que nos hace colocarnos en un espacio privilegiado por encima de los demás. ¡Todo lo contrario!

Seamos humildes. Pidamos a Dios que tenga misericordia de nosotros. En medio de nuestra fragilidad se manifiesta la potencia de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 9,38-40): En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros». Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros».

Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos

Todos queremos ser los primeros. En el trabajo, Camila, universidad y en cualquier ambiente, nuestro objetivo es sobresalir e imponer nuestros criterios. Es por eso que la mayoría busca fama y dinero. Estas cosas te permiten tener un puesto de relevancia en la sociedad. Es por eso, también, que los políticos hacen lo que sea para llevar al poder. Al obtenerlo, se colocan por encima de los demás. ¿Qué dice Jesús al respecto?

Jesucristos invierte la pirámide. Pone “patas arriba” los criterios humanos. Destroza con una frase los criterios humanos. Dice que para ser el primero debemos ser el último. Que para ser el más importante debemos ser servidores de todos. Esa es la verdad. Ese es el camino de la felicidad.

¿Qué pasaría si todos nos pusiéramos al servicio de los demás? Pues tendríamos, de seguro, una mejor sociedad. Tu matrimonio fuera mejor. Nuestras familias estaría en comunión y los ambientes laborales sería menos agresivos. En fin, el cristiano es aquel que ocupa el último lugar. Es aquel que está dispuesto a dar la vida por los demás, con amor y espíritu de servicio.

¿Estamos dispuestos a servir? ¡Ánimo! Dios nos dará ese espíritu.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 9,30-37): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos iban caminando por Galilea, pero Él no quería que se supiera. Iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará». Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle.

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».

¡Creo, ayuda a mi poca fe!

Jesucristo pasó por esta tierra exorcizando demonios y sanando de muchas dolencias. A pesar de estas manifestaciones del poder de Dios, mucho seguían sin entender. Dudaban de Jesús. Lo buscaban solamente por intereses personales.

El Señor quería mostrar el poder de Dios para llamar a la Fe a todos y todas. Quería darles vida eterna y las curaciones eran símbolo de esta victoria de Jesús sobre los poderes del mal. Los milagros tiene como objetivo suscitar el cambio profundo de mentalidad. Transformar los corazones de las personas. Llevarles a la Fe.

¿Qué necesitas hoy? Pídeselo al Señor, pero recuerda que solo una es la más importante: el Espíritu que nos permite hacer su voluntad.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 9,14-29): En aquel tiempo, Jesús bajó de la montaña y, al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. Él les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?». Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido».

Él les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!». Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces Él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?». Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros». Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!». Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!».

Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él». Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?». Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración».

Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero

Nadie puede amar como Dios ama. El Señor manifestó en Jesús la verdadera naturaleza del amor. El verdadero amor, el llamado cristiano, es amar en la dimensión de la Cruz. Es amar al prójimo aunque en algún momento sea tu enemigo. Amar es dar la vida por los demás. Amar es perdonar siempre, excusar siempre y perdonarlo todo! Es dejarse matar por los demás. Amar es subir a la cruz y dar la vida por todos, malos y buenos, pecadores y justos. ¿Tú tienes ese amor?

Alguno puede ponerse tristes. Decir que “eso no es posible”. Es pensar que el cristianismo es un esfuerzo. ¡Eso no es verdad! Ser cristiano es un don que nos viene de lo alto. No podemos ser justo en nuestras fuerzas. Esa es una gracia que nos da el Señor gratuitamente si abrimos nuestro corazón y estamos dispuesto a hacer la voluntad de Dios.

Pedro lo experimentó. El también dejó solo a su maestro. Lo negó tres veces. No supo dar la vida por su líder. Es por eso que cuando Jesús le pregunta, ¿me amas? el dice tres veces que si… pero en la tercera agrega “tú lo sabes todo”. ¡Claro! Jesús sabe muy bien que Pedro es un traidor, un pecador. Pero más que eso, sabe que su misericordia puede transformar el corazón de Pedro. Para que él pueda amar debe experimentar primero el amor profundo de Dios.

¡Ánimo! Lo que tenemos es creernos y apoyarnos en el amor de Dios. Esa es la clave. Eso es ser cristianos.

Leer:

Jn 21,15-19: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.

Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro:

- «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»

Él le contestó:

- «Sí, Señor, tú, sabes que te quiero.»

Jesús le dice:

- «Apacienta mis corderos.»

Por segunda vez le pregunta:

- «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»

Él le contesta:

- «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»

Él le dice:

- «Pastorea mis ovejas.»

Por tercera vez le pregunta:

- «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:

- «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»

Jesús le dice:

- «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:

- «Sígueme.»

Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo

¿Donde está Jesús? En el cielo a la derecha del Padre. ¿Dónde quiere Cristo que estemos? En el cielo que Él. Este es el centro de nuestro Fe.

Estamos en el mundo enfrentando muchas situaciones. Son muchos los desafíos. Tenemos que estudiar, trabajar, fundamental o cuidar nuestras familias, enfrentar dificultades, y demás situaciones en nuestra vida. La buena noticia es que Dios quiere que experimentemos el cielo aquí en la tierra.

¡Ánimo! No estamos solos. Dios nos ama y quiere que ese amor nos resucite con Jesús para recibir el Espíritu Santo y experimentar la vida eterna desde aquí.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 17,20-26): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.

»Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».

Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros

Al recibir el Espíritu Ssnto ya no somos del mundo, somos del cielo. Nuestra naturaleza pecadora ha sido transformada en una naturaleza divina. Nos convertimos en hijos e hijas de Dios. ¿Cómo sucede esto?

Esas palabras muy bonitas nos suenan extrañas cuando vemos todos los días la precariedad de nuestra vida. Nos molestamos cuando alguien no habla mal, nos resentimos cuando nos hacen alguna injusticia, nos quejamos cuando las cosas no marchan como quisiéramos, nos sentimos mal cuando pensamos que las personas nos traicionan. ¿Cómo experimentar esta pertenencia a Dios si con frecuencia sentimos los contrario? Reconociendo humildemente nuestra debilidad y pidiéndole a Dios misericordia y perdón. No hay de otra.

Ser una sola cosa con Dios en el amor consiste en eso. Es saber que todo nos viene de Dios. Que no hay nada que podamos hacer más que recibir de Él las gracias especiales que nos ayudarán en la vida. Abrir nuestro corazón al Espíritu Santo es la condición fundamental para experimentar hoy las maravillas del amor de Dios y su acción en nuestras vidas. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 17,11b-19): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura.

»Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad».