Archivo por meses: septiembre 2014

Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén

Todos podemos controlar algunos aspectos de nuestras vidas. Hay algunas cosas que escapan a nuestro control o voluntad. En nuestra Fe cristiana sabemos que Dios es causa primera de todo. ¿Cómo podemos entonces interpretar esas cosas que se nos imponen en nuestro diario vivir?

Jesús es el Hijo de Dios. Fue enviado por nuestro Padre divino para cumplir una misión. Se encarnó en la tierra para dar la vida por todos. Vino para ir a Jerusalén y ser matado. Subió a la ciudad tres veces santa para morir y resucitar por nosotros. ¿De qué manera participamos en este misterio?

Hemos sido rechazados muchas veces. En algún momento alguien nos ha tratado mal o con desprecio. Un amigo, tu esposo, un compañero de trabajo o algún familiar nos ha hecho sentir miserables o poco importantes. Estos son los momentos para perdonar y amar con Jesús.

No pidamos que “baje fuego del cielo”. Imitemos a Jesús en como responde ante la injusticia. ¡AMA A LOS ENEMIGOS! Perdona a todos los que te han hecho algún mal.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,51-56): Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.

Cuando estabas debajo de la higuera, te vi

La expresión “te vi” tiene una gran profundidad. La expresión de la mirada dice mucho. Las personas somos capaces de entender por la mirada si alguien nos ama o nos desprecia. ¿Cómo nos “mira” Dios?

Una mirada de Dios siempre es de misericordia y de amor hacia nosotros. El nos conoce profundamente y sabe si en nosotros hay “engaño o no”. Entonces, ¿qué es lo que importa?

El Señor quiere que reconozcamos que el nos “mira”. Que cuando escrutamos las escrituras, oramos o estamos en alguna situación difícil, el nos ve y nos cuida.

Sí tienes alguna situación difícil, el Señor nos mira y envía ángeles a cuidarnos. Nuestros ángeles de la guarda, enviados por Dios, siempre están con solicitud representando aquí en la tierra esa mirada de Dios. ¡Ánimo! Déjate mirar por el Señor. El te ama y cuida. Nunca dudes de eso.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 1,47-51): En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».

El Cristo de Dios

¿Qué significa creer que Jesús es el Cristo de Dios? Repetimos tanto que Jesús es Señor, Cristo y demás títulos, que puede ser que no nos demos cuenta de la profundidad de dichas formas de referirnos a nuestro Salvador.

Cuando proclamamos y confesamos que Jesús es el Cristo de Dios, estamos reconociendo que Él es Señor de todos y que es el camino que nos lleva a la vida. ¿Y cuál es este camino que lleva a la vida? El camino de la cruz.

Jesucristo nos salva mediante el sufrimiento y muriendo por todos nosotros. Algunos pensarán, “pero esto suena un tanto masoquista”. ¡Para nada! Jesús transforma el sufrimiento de algo aparentemente malo en algo bueno. El sufrimiento, en la fe de nuestro Señor, es redentor y santificador.

Acoger el amor de Dios en nuestros corazones es lo mejor que nos puede pasar y este amor se manifiesta de una forma admirable cuando descubrimos que Jesús ha dado la vida por nosotros cuando hemos sido malvado, pecadores y malos con Él. Este amor, hasta el extremo, nos puede transformar y hacernos verdaderos cristianos. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,18-22): Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».

¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?

En esta generación nos maravillamos ante muchas cosas. Los avances tecnológicos y científicos nos hacen pensar en las grandes posibilidades que tenemos de seguir descubriendo las maravillas de este planeta y el universo. ¿Existe algo que pueda superar todo esto?

Que los cojos anden, que los leprosos queden limpios, más aún, que los muertos resuciten, parecen ser hechos asombrosos que pueden asombrar hasta al más incrédulo de los mortales. Símbolo de toda esa incredulidad y perversidad es Herodes. Su interés por estas cosas no viene de su deseo de conocer a Dios. Parte más bien de una curiosidad mal sana de novedades.

El gran hecho asombroso, que los “Herodes” de este tiempo son incapaces de ver, es que en el Señor todos podemos encontrar salvación. Que Él, en su inmensa misericordia, cambia el corazón de las personas. El milagro MORAL, es el hecho más asombroso de todos los tiempos. Herodes no busca a Jesús para convertirse, el quiere “entretenerse” en su perversidad.

Mis queridos hermanos. ¡No seamos Herodes! Busquemos al Señor no porque pueda cambiar “milagrosamente” los hechos que no aceptamos de nuestra vida. Encontremos en Jesús el camino de salvación y aceptación de la voluntad de Dios. Él puede cambiar nuestras vidas, hacernos el gran MILAGRO de nuestra conversión.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,7-9): En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?». Y buscaba verle.

Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen

Jesús quiere mucho a su madre. Él hace milagros y prodigios por el simple hecho de que ella se lo pida. En los momentos más difíciles de su vida siempre ha estado. Para todo el mundo la madre siempre es importante. Sin embargo, en el evangelio de hoy ella no es la protagonista.

Jesús ha dejado su casa, su aldea, su círculo familiar íntimo para anunciar que el reino de Dios ha llegado ya. La familia se preocupa por Él y va a buscarlo. Ellos pretenden, en su amor familiar, convencerle de que sería bueno dejar aquello y volver a la seguridad social que da la familia. Esa actitud es normal pero para Jesús hay algo mucho más importante.

Para nuestro Señor el amor de una madre y de unos familiares es importante. ¡Esto lo tiene muy claro! Pero reconoce que mucho más importante es hacer la voluntad de Dios. Escuchar la palabra del Señor y ponerla en práctica no sólo es amar a tu familia, también es dar la vida por los demás. Es amar al mundo entero mediante la evangelización de palabra y de obras.

Mis queridos hermanas y hermanos. ¿Alguna vez has hecho este mismo “gesto” de Jesús? ¿Has preferido obedecer a Dios antes que mantener el afecto de una novia o novio, amigo o familiar? Hoy Jesús nos invita a seguirle e imitarle. Sólo así podemos ser totalmente libres. Sólo así tendremos la oportunidad de amarle con todo el corazón, la mente y las fuerzas.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 8,19-21): En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».

Nada hay oculto que no quede manifiesto

Cuando algo nos sale bien, nuestra tendencia es darlo a conocer a todos y todas. Un reconocimiento, medalla o logro personal nunca queda en lo secreto. Siempre hacemos notar las cosas que entendemos tienen importancia.

En el caso de nuestra Fe, sucede algo parecido. Dios no nos ha llamado para “mantenernos en lo secreto”. Es decir, que si hemos sido llamados a ser cristianos, estamos para iluminar con nuestras obras al mundo entero. Tenemos la misión de ser “sal y luz del mundo”.

¿Cuáles son estás obras que pueden iluminar esta generación? El amor en la dimensión de la cruz y la perfecta unidad. Dios nos llama a mostrar la naturaleza de Cristo actuando en nuestra vida. Nos invita a iluminar mediante el amor y el perdón a nuestro prójimo.

¡Ánimo hermanos! Tenemos la oportunidad de bendecir en lugar de maldecir, de ser luz en vez de oscuridad, de dar amor en lugar de odio. Esa es la luz que puede transformar hoy el mundo entero.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 8,16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará».

Proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios

Con los líderes siempre van mucha gente. Sólo basta con observar a los políticos y sus sendas escoltas y avanzadas. Todo un espectáculo ver como llegan los jefes siempre con un “regero” de aduladores, asistentes y ayudantes. ¿Con quién iba Jesús por los caminos?

Nuestro Señor rompe todos los esquemas de un líder tradicional. Los que caminan al lado de Jesús son los que han experimentado su gracia salvadora, su perdón y amor. Son hombres y mujeres que han sido SALVADOS de la muerte por Él. Son personas tocadas en lo más profundo de su corazón por el amor de Dios.

¿Caminas al lado de Jesús? Muchas veces, y lo digo por mi experiencia… No lo hacemos. Si te das cuenta, en las escrituras se habla de que Jesús iba evangelizando, anunciando la buena nueva. Es decir, que aquellos que han sido transformado por Él lo dejan todo y le acompañan en su misión evangelizadora. Un apóstol es uno que camina junto al Señor dando testimonio de Él.

Hagamos hoy renovación de esta promesa con el Señor. Pidamos la gracia de amarle y dar testimonio de este amor con nuestras palabras y obras. Seamos como las mujeres del evangelio, siempre agradecidas, enamoradas y fieles al Señor.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 8,1-3): En aquel tiempo, Jesús iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.

¿Quién de ellos le amará más?

Desde siempre para el ser humano ha sido difícil conocerse a sí mismo. Las filosofías, ideologías y religiones intentan dar respuesta a esta problemática mediante diferentes métodos. El principio de felicidad depende de que podamos conocernos y vivir plenamente.

Diógenes, filósofo antiguo, recorría las ciudades en pleno día con lámpara en mano haciendo la siguiente afirmación: “busco un hombre”. Este acto simbólico significa que buscaba una persona que viviera en plenitud y tomara la vida en serio, en peso.

En el cristianismo hay una respuesta. Lo primero es reconocer que TODOS somos pecadores. La experiencia de la vida es que todos buscamos la felicidad y que muchas veces esta búsqueda no llega a su objetivo o no se logra fácilmente. Somos seres que vivimos buscando constantemente ser felices pero nos encontramos dificultades y situaciones que nos impiden esta meta existencial. Queremos vivir pero muchas veces es la muerte que sale a nuestro encuentro.

El que tiene mucho dinero quiere más. El que tiene esposa de 40 años quiere una de 20. El que tiene muchos hijos se lamenta de este hecho y el que no tiene… también. La vida nos da lo que en algunas ocasiones nos hace infeliz.

Jesús ilumina nuestra realidad. Lo primero es que todos somos pecadores. En el contexto de las escrituras significa que todos experimentamos la muerte del ser o somos infelices y estamos necesitados de amor. En otra palabras, todos necesitamos de perdón y sentido en nuestra vida. Descubrir esto es la BASE de todo el cristianismo.

Los fariseos juzgan a los demás pero no se dan cuenta que también ellos necesitan perdón. Al que mucho se le perdona mucho se le ama. El que conoce cuanto se le ha perdonado, quedará por siempre profundamente enamorado de la persona que le perdonó.

Queridos hermanos y hermanas. Hoy es el día de RECORDAR, hacer memoria y meditar el inmenso amor que Dios nos ha tenido perdonando nuestros pecados. Contemplemos su amor y desde este reconocimiento pleno de su gracia, amemos a los demás.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,36-50): En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.

Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».

Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».

¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación?

En el mundo hay “palo si boga… Palo si no boga”. Buscamos excusas para no dar crédito a las personas. La envidia nos ciega y nos impide reconocer en los demás sus éxitos y talentos. Jesús fue víctima de lo peor de esta realidad humana.

Juan el Bautista y Jesús eran primos. El primero preparó al segundo. Juan, con ayuno y limosna, llamaba a una conversión en preparación de la venida del Señor.

Jesús, el Mesías esperado, inaugura una nueva realidad. Una etapa de fiesta y alegría. Nos invita a unas “bodas” y “banquete”. No es necesario ayunar mientras el novio está con nosotros.

El evangelio nos invita a reconocer en las palabras y obras del profeta su importancia con respecto a nuestra conversión. Tu amigo, jefe, compañero de trabajo, o colaborador puede en un momento dado jugar el rol de profeta, de enviado por Dios para darte su mensaje o llamarte a conversión. No mires las apariencias, que si “come o ayuna” o que si “bebe vino o es abstemio”. Dios utiliza como instrumentos suyos diversos tipos de personas. ¡No juzgues al profeta! Escucha su mensaje con apertura de corazón y conviértete.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,31-35): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonando endechas, y no habéis llorado’. Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: ‘Demonio tiene’. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos».

¡No llores!

En la palabra de Dios hay muchos relatos sorprendentes. Los milagros están al orden del día. Uno de los que más llama la atención son los hechos de la resurrección. Que un muerto resucite es el hecho más grandes que puede pasar. ¿Todavía hoy podemos ser testigos de ese milagro?

La muerte física es algo natural pero a su vez muy temida por todos nosotros. El fin de nuestra existencia aquí en la tierra es algo que determina nuestra conducta y nos deja en estado de “shock”. Pero lo importante no es este hecho inevitable para todos nosotros. Somos invitados por el Señor a ver en este hecho el símbolo de algo más importante: la muerte del ser.

En momentos específicos de nuestra vida hemos vivido como muertos. Cuando hemos estado en un sufrimiento fuerte, cuando hemos sido víctimas de una difamación o calumnia, cuando hemos tenido que enfrentar problemas serios en la familia o en el matrimonio; en fin, en diversas situaciones existenciales hemos experimentado la muerte interior y nos hemos sentido como “muertos en vida”.

La buena noticia del evangelio de hoy es que tenemos la posibilidad de vivir. Jesús tiene poder de resucitarte! De resucitarnos. ¿Te sientes como muerto? ¿Estás triste por alguna situación en tu vida hoy? ¡Alégrate! Dios está contigo siempre. En Jesús tenemos la garantía de la resurrección.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,11-17): En aquel tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él dijo: «Joven, a ti te digo: levántate». El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.