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Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir

¡Ya viene nuestro Dios! ¡Ya viene nuestro rey! El mundo se llena de sabiduría y gracia porque el Señor de Señores se ha hecho carne y quiere habitar en nuestros corazones. ¿Estás dispuesto?

Seamos verdaderos seguidores de Cristo. Sigamos su ejemplo y pongamos en práctica su palabra. Esa es la vía que conduce al encuentro profundo y personal con el mesías y salvador del mundo entero.

¡Vivamos adviento! Entremos en el tiempo de gracia del Señor que nos permitirá acoger con gracia y dignidad a Jesús que ya viene… volverá y se quedará con nosotros. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,11-15): En aquel tiempo, dijo Jesús a las turbas: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga».

Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres

¿Qué da sentido a nuestra vida? La misión a la que nos llama el Señor. Él quiere que seamos pescadores de hombres. Desea que los cristianos podamos evangelizar con nuestras buenas obras.

Lo más importante de nuestra vida no son los pequeños proyectos que armamos cada día. Lo más importante es hacer la voluntad de Dios ahí donde Él nos ponga.

Seamos fieles a la llamada de Dios. Digamos siempre que si a su invitación de trabajar en su reino. Seamos partícipes de la gloria divina mediante una evangelización viva que haga presente el misterio pascual: la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucrito.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 4,18-22): En aquel tiempo, caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Y ellos al instante, dejando las redes, Le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, Le siguieron.

¿Quién dice la gente que soy yo?

Estamos viviendo tiempos extraños. Por un lado las personas en general están rechazando toda forma de religión o adoctrinamiento. Pero por otro lado hay un despertar en el deseo de lo espiritual. Las personas hacen yoga, meditaciones y todo tipo de ejercicios espirituales para alcanzar la paz interior que tanto anhelan. En este contexto tan propio de este tiempo, ¿qué piensa la gente de Cristo?

Se convierte en una necesidad imperiosa conocer verdaderamente a Jesús. Es decir, los hombres y mujeres de este tiempo necesitan hacer un encuentro personal con un Cristo vivo que les ha salvado de la muerte y les lleva a una nueva vida. No es suficiente explicarle verdades dogmáticas y razonadas de la fe. Lo que realmente espera el mundo es poder tener una experiencia profunda de conocimiento íntimo de lo divino, de lo trascendente, de lo espiritual.

Tenemos la invitación de proclamar quien es Cristo para nosotros. Tenemos el deber de testimoniar con fe lo que Jesús ha hecho con nosotros. Es lo que necesita el mundo. Testigos fieles que proclaman con sus vidas el amor de Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,18-22): Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».

Una señal pide, y no se le dará otra señal que la señal del profeta Jonás

La situación está muy difícil. La pandemia sigue en crecimiento y sus consecuencias nos afectan a todos. Esto produce una sensación de desesperanza. Pedimos a Dios una señal de que todo mejorará, ¿en qué consiste dicha señal?

Dios ha mostrado su misericordia en Jesucristo. Nuestro señor Jesús nos enseñó el camino cuando en medio de la pasión dijo: “hágase tu voluntad”. Aceptó la historia que Dios estaba haciendo con Él. Como consecuencia la señal se hizo visible: Jesús entró en la muerte y luego resucitó de entre los muertos.

La gran señal del amor de Dios es que nos muestra en Jesucristo la victoria sobre la muerte. No hay otra. Al final nuestro Dios nos liberará de todo peligro y entraremos en su presencia salvadora. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 12,38-42): En aquel tiempo, le interpelaron algunos escribas y fariseos: «Maestro, queremos ver una señal hecha por ti». Mas Él les respondió: «¡Generación malvada y adúltera! Una señal pide, y no se le dará otra señal que la señal del profeta Jonás. Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con esta generación y la condenará; porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón».

Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo

Jesús no fue reconocido por muchas personas de su tiempo. Pensaban que era un profeta más o un simple carismático que curaba y predicaba. El pueblo judío no le reconoció como su mesías esperando. Y tú, ¿qué dices de él?

Para poder ser perdonados por nuestros pecados y experimentar la salvación de Dios, es fundamental reconocer a Jesús como nuestro Salvador y mesías. Alguno podrá decir “pero yo le reconozco”. Sin embargo, en nuestras acciones diarias estamos negando a Jesús. Le quitamos autoridad a su palabra y preferimos llevarnos de todos los memes, mensajes de WhatsApp, publicaciones de redes sociales y palabras de “expertos” en la felicidad según una visión puramente material.

Nuestro Señor es el hijo de Dios que vino a quitar el pecado del mundo. Nos viene a liberar de las ataduras que nos hacen creer que la vida está en los ídolos de este mundo. Hoy es un buen día para proclamar solemnemente nuestra fe en Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre que nos resucita de la muerte. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Señor, si quieres puedes limpiarme

En tiempos de pandemia podemos reflexionar, de una manera más pertinente, sobre los diferentes tipos de enfermedades que pueden afectar al ser humano. Existen dolencias físicas, como el coronavirus, y otras afecciones espirituales que afectan el alma. Todos hemos padecido de algún virus que contagia nuestro ser.

Nuestro espíritu puede enfermar de orgullo, soberbia, odio, resentimiento, envidia, gula, avaricia, apego a los bienes materiales y diversas formas de afecciones espirituales. Dichas “fiebres” y “gripes” nos amargan la vida, nos roban el entusiasmo y nos meten en la tristeza. Necesitamos un buen médico que nos cure. ¿Quién nos devolverá la salud espiritual?

Nuestro Señor Jesús es nuestro médico que puede curarlo todo, no sólo las enfermedades físicas. Jesucristo es el doctor que sana nuestras dolencias y nos permite volver a ser personas felices y sin miedo. Pidamos al Señor que nos vacune de todo mal y nos proteja de todos los virus peligrosos que pueden matar nuestra alma. Confiemos en Él. Cristo es nuestro Salvador. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,1-4): En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio».

No juzguéis, para que no seáis juzgados

A propósito de hoy, día en que celebramos la festividad de Santo Tomás Moro, debemos reflexionar sobre nuestro rol como laicos que estamos llamados a ser sal, luz y fermento de la tierra. ¿De qué manera podemos, los cristianos, cumplir la misión que el Señor nos ha encomendado? No juzgando a nadie.

En las próximas semanas veremos como el ambiente político se caldea. Lloverán ríos de difamaciones y calumnias por las redes sociales y diferentes medios de comunicación digital y tradicional. Los cristianos no podemos ser parte de ese circo. Santo Tomás Moro, un laico declarado patrono de los políticos y gobernantes por San Juan Pablo II y que llegó a ser en su tiempo canciller de Inglaterra, nunca juzgó a nadie. En cambio, siempre habló bien del Rey Enrique VIII, aún cuando éste le apresó y le mandó a decapitar por oponerse a su separación de la reina Catalina de Aragón y unión irregular con Ana Bolena. Tomás Moro denunciaba el pecado pero nunca odiaba al pecador. ¿Cómo podemos despreciar y juzgar a nuestro prójimo si Dios nos ha amado cuando hemos sido unos malvados y pecadores?

No juzgar, en este tiempo, sería la manera más hermosa y valiente de manifestar el amor de Dios en medio de una generación que daña y acusa antes que sanar y perdonar. ¡Ánimo! Mostremos la misericordia de Dios con hechos. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,1-5): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».

Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará

El Señor mira el corazón y no las apariencias. Nuestro Dios habita en lo profundo de nuestra alma y nos da la gracia de hacer su voluntad, y ¿cuál es? Que vivamos en comunión con Él.

Vivimos en un combate diario contra la carne, el mundo y el demonio. Este combate intenta separarnos de Dios y su voluntad. Es por eso que necesitamos armas espirituales que nos ayuden a salir victoriosos. Dichas ayudas divinas son el ayuno, la limosna y la oración. Dichas prácticas ascéticas no son para ser visto por las personas.

No podemos instrumentalizar las prácticas cristianas para que las personas vean que somos supuestamente buenos. Es por eso que nuestro Señor quiere que se realicen con la intención correcta. Nos invita a practicar nuestros ejercicio de piedad con un corazón limpio y con un profundo deseo de hacer siempre su voluntad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

»Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».

Amad a vuestros enemigos

Sinceramente, ¿tú amas a tus enemigos? Dime la verdad, ¿oras por aquellos que te han hecho mal? ¿Bendices a las personas que te insultan, te hacen alguna injusticia, te critican o difaman?

El ser humano no puede amar al enemigo. Es algo imposible para sus fuerzas naturales. Necesita una ayuda sobrenatural. Necesita ser transformado mediante la sangre preciosa de Jesús que da la vida por nosotros, muere y resucita, para mostrarnos su amor.

San Juan dice en sus cartas que podemos amar al hermano porque Dios nos ha amado primero. Es decir, que cuando éramos una malvados y pecadores, el Señor nos amó y dio la vida por nosotros. Ser hijos de Dios es precisamente amar de esa manera, amar incluyendo a los enemigos. ¿Tú amas así?

Tranquilos. No nos desanimemos. Dios nos dará la gracia, en cada momento particular, de amar como Cristo ama, en la dimensión de la Cruz. Lo hará el Señor, no nosotros. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».

Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti

Jesús proclamó un discurso en el monte de las bienaventuranzas. Sus palabras sonaron muy fuertes en los oídos de aquellos que no querían convertirse. Parecía que el Señor aumentaba las exigencias y hacía más dura la ley de Dios. ¿Realmente fue así?

Dios quiere que seamos felices y por eso en Jesucristo nos muestra el camino de la felicidad. Nos hace ver que sus mandamientos no son un conjunto de normas externas que debemos cumplir. Nos muestra que el camino de la vida inicia en nuestro corazón y en las intenciones buenas o malas que surgen de él. Todo pecado se genera primero en los pensamientos y en el corazón, por eso es importante purificarlo. Solo una persona de corazón limpio puede contemplar a Dios.

No nos preocupemos. No nos desanimemos. El sermón de la montaña de las bienaventuranzas no es una ley llevada al extremo. Es más bien una buena nueva que nos muestra el proyecto de hombre nuevo que Dios quiere realizar en cada uno de nosotros. Confía en Él. Nuestro Señor llevará adelante su obra. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 5,27-32): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna.

»También se dijo: ‘El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio’. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio».