Archivo por meses: julio 2015

Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio

Mirar las apariencias es algo muy humano. Cuando vemos algo automáticamente nos hacemos una idea de que debe ser o debería ser. Nos inclinamos siempre a realizar juicios de valor a todo lo que vemos o las personas que observamos.

Dios se vale de muchas vías y formas para hacernos llegar su mensaje. Un compañero de trabajo, amigo o simplemente una persona que nos encontramos en la calle puede ser en un momento dado un enviado de Dios en nuestra vida.

Por tanto, es un error juzgar por la apariencia a las personas que Dios ha puesto para nuestra salvación. Podemos fijarnos en los defectos del presbítero o del catequista que nos anuncia la buena de Dios y desestimar el mensaje de Dios que nos ofrece. 

Aprendamos hermanos a ver más allá de las apariencias. Del que menos esperamos puede venir ser el mensajero que Dios ha elegido para darnos su mensaje de amor. 

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,54-58): En aquel tiempo, Jesús viniendo a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?». Y se escandalizaban a causa de Él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.

También es semejante el Reino de los Cielos

Entender las parábolas de Jesús es un don que Dios da a quienes desean con sinceridad hacer su voluntad. Es por eso que cuando se habla del Reino de Los Cielos hay dos actitudes: los que escuchan la palabra y la ponen en práctica y los que no.

Escuchemos la voz de Dios y pongamos en practica su palabra. Eso es hacer presente el Reino de los Cielos aquí en la tierra.

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 13,47-53): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.

Marta, Marta, te preocupas y te agitas

Muchas cosas en el día a día nos preocupan y agobian. El trabajo, los problemas familiares, los estudios y tantas situaciones hacen que enfrentar los desafíos diarios sea en algunas ocasiones difícil. ¿Qué dice Jesús respecto a eso?

El Señor nos dice que hay dos formas de enfrentar la vida. Por un lado, puedes estar enfocado en esas cosas diarias. Te consume la inmediatez de la vida y no te das cuenta de los detalles importantes que perdemos por estar atento a tantas cosas.

Son embargo, existe una manera superior de vivir. Puedes estar contemplando las maravillas de Dios en todo. Las amistad, tus padres, tus hijos, el sol que amanece y hasta los problemas se convierten en bendición cuando sabemos descubrir en ellos la presencia y voluntad de Dios. 

Contemplar el amor de Dios es vivir de una forma plena y maravillosa. Hazlo hoy y experimentarás la diferencia. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».

Abriré en parábolas mi boca

Los evangelios están llenos de parábolas de Jesús. El Señor tenía un lenguaje muy particular para comunicar los misterios del Reino de Dios en lenguaje sencillo, cercano y entendible. 

Una de las maravillas del anuncio de la buena noticia es su universalidad. Todos estamos llamados a acoger en nuestro corazón el Reino de los Cielos que no se expresa en la gloria humana sino que lo hace mediante lo sencillo y lo humilde.

El Reino de Dios es descubrir la grandeza de Dios en las pequeñeces de cada día. Un abrazo de un amigo, un pobre que te pide dinero, un atardecer especialmente hermoso, una dificultad vivida con fortaleza; en fin, el Reino de huesito Señor se hace presente en nosotros en las cosas sencillas.

La palabra de Dios tiene esa potencia y produce ese milagro. Hoy puedes ser feliz si aprendes el hermoso lenguaje de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,31-35): En aquel tiempo, Jesús propuso todavía otra parábola a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».
Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo». Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: ‘Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo’.

Éste sí que da fruto y produce

Podríamos decir que si hay una cosa que hizo el Señor fue hablar. Su palabra llegó a los oídos de todas las personas que estuvieron que Él. Su palabra tenía el don mas grande: transformaba el corazón de las personas. ¿Esto siempre se daba?

Decía San Agustín que “Dios que te creó sin ti, no puede salvarte sin ti”. Esto quiere decir que para poner en práctica la palabra de Dios se debe tener un corazón bien dispuesto. Solo una persona que quiera que la palabra del Señor le transforme, será transformado.

Pidamos al Señor que nuestro corazón sea tierra buena donde la “semilla” de la palabra de Dios caiga y de buenos frutos.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,18-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta».

¿Por qué les hablas en parábolas?

La escritura está llena de relatos y parábolas. Es uno de los mejores medios para explicar misterios espirituales en un lenguaje llano y cercano. ¿Qué otro objetivo tiene Jesús en este sentido?

Muchos escucharon a Jesús en su tiempo. Me imagino que si voz y su oratoria enganchaba rápidamente a la gente. Mas sin embrago, una cantidad importante de personas le rechazaban. Muchos no aceptaban o entendían su predicación. ¿Por qué? La intención en los corazones de esos que le escuchaban.

La frase “para que él que tenga oídos para oír, no oiga” hace entrever la intención de quien. Si una persona no  está en disposición de aceptar lo que se le está diciendo, jamás entenderá o acogerá lo que se le predica.

¡Ánimo! Hermanos y hermanas. Dios nos invita a desear en nuestro corazón aceptar y poner en práctica su palabra. ¿Tenemos oídos? Pues escuchemos la voz de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,10-17): En aquel tiempo, acercándose los discípulos dijeron a Jesús: «¿Por qué les hablas en parábolas?». Él les respondió: «Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: ‘Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane’.
»¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

Mujer, ¿por qué lloras?

Hoy el Señor te hace una pregunta: ¿por qué lloras?. Es la misma pregunta que le hiciera a María Magdalena hace ya dos milenios. Jesús se preocupa por ti. 

Lloramos por muchas razones. Los sufrimientos, problemas, dolores, enfermedad y contratiempos hacen que nuestra sensibilidad se altere y lloremos. Llorar es signo de tristeza y angustia. Lloramos cuando perdemos a un ser querido o amado. Lloramos cuando pensamos que algo mal nos ha pasado.

Jesús aparece hoy en medio de tú llanto y te dice: ¿por qué lloras? No hay razón para llorar. ¡Él está resucitado! Tu vida tiene sentido en su resurreción. Las cosas aparentemente malas te ayudan a resucitar con Él. No por casualidad ha permitido los acontecimientos presentes en tu vida. Quiere sanarte. Él quiere purificarte.

¡Ánimo! Tenemos a un Dios que nos ama y siempre saca el bien de todo lo que pasa. ¡Dios te ama! Nunca lo dudes.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 20,1-2.11-18): El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».
Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» —que quiere decir: “Maestro”—. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.

¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?

Jesús, como todo buen hijo, quería mucho a su madre. Tenía primos, que en aquel entonces se les consideraba hermanos, a los que queria también. Es por tanto seguro que ciertamente Jesús tenía un entorno familiar muy cercano. ¿Eran ellos los únicos cercanos a Jesús?

El Señor aprovechaba cualquier oportunidad para dar una palabra que ayudará a sus discípulos o quienes les escuchaban. Si su madre le buscaba, aprovecha ese gesto para dar un mensaje. ¿Cuál era este? Que los que hacen la voluntad de Dios también son sus cercanos.

La filiación divina, a la cual todos somos llamados, es un don que se ofrece gratuitamente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Solo debemos abrir nuestro corazón a su voluntad. ¿Cuál es la voluntad de Dios? ¡Que seamos felices! Abre tu corazón a esta oferta generosa que Dios te hace hoy y siempre.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 12,46-50): En aquel tiempo, mientras Jesús estaba hablando a la muchedumbre, su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte». Pero Él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Maestro, queremos ver una señal hecha por ti

Una de las grandes obras que Dios ha hecho es la creación. La naturaleza es tan ordenada y maravillosa que ha inspirado a miles de filósofos e idealistas por generaciones. En ella está la presencia de Dios. Solo con observar el universo bastaría para creer que Dios existe. ¿Por qué se pide señales para confirmar lo evidente?

Lo que vemos y observamos es lo que Dios puede hacer. Lo que pide el ser humano es una señal profunda del amor de Dios. La generación de Jesús no niega la existencia de Dios, lo que no son capaces de aceptar es que el amor se ha hecho carne en Jesucristo.

La palabra de Dios nos invita a reconocer en el Señor al salvador y al amor de Dios. La señal es esa. Dios nos ha amado tanto que ha entregado a su único hijo por amor a todos nosotros. Reconozcamos su amor y su perdón.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 12,38-42): En aquel tiempo, le interpelaron algunos escribas y fariseos: «Maestro, queremos ver una señal hecha por ti». Mas Él les respondió: «¡Generación malvada y adúltera! Una señal pide, y no se le dará otra señal que la señal del profeta Jonás. Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con esta generación y la condenará; porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón».

Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados

En muchos momentos estamos en baja. Esto quiere decir que nuestro estado de ánimo se muestra apático y depresivo. Nos parece que las cosas de la vida no nos llenan o que hay cosas que no funcionan como quisiéramos. En palabras evangélica nos sentimos “cansados y agobiados”.

Jesús nos dice que él entiende muy bien nuestros problemas. Recuerda que Él vivió en nuestra tierra y pasó todas las cosas que un ser humano puede pasar hasta la muerte en la cruz. 

Nuestro Señor te entiende muy bien y quiere ayudarte. El quiere que sepas que te ofrece descanso y paz. Su amor es más grande que todo en esta tierra.  Y puedes sentirte amado o amada en Él.
Abre tu corazón al amor de Dios y siente su paz y descanso.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, Jesús dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».