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No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán

Antes de la resurrección el miedo reinaba en los corazones de los discípulos. Habían visto morir al maestro. Pensaban que todo había acabado. El amor de sus amores había fallecido y lo habían enterrado.

¡Oh feliz alegría! ¡Oh admirable descubrimiento! El amor no había muerto. Había vencido a la muerte con su muerte. De un golpe había eliminado el temor y la angustia que oprimía el alma de aquellos que habían sido sanados y salvados por Él. ¡Qué maravilla! ¡Resucitó!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 28,8-15): En aquel tiempo, las mujeres partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!». Y ellas se acercaron a Él, y abrazándole sus pies, le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: «Decid: ‘Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos’. Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones». Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.

La paz con vosotros

¡Cuanta inquietud existe en el corazón de todos y todas! Las ocupaciones diarias nos mantienen en un constante ajetreo. Eso nos lleva a perder el horizonte. Nos hace creer que la verdad plena está en los dos o tres bienes que podamos acumular.

Cristo resucitado nos trae La Paz. Nos dice que no nos afanemos en tantas cosas. ¡La muerte ha sido vencida! Cristo ha resucitado y nos hace participar de su victoria sobre la muerte. Eso nos debe llevar a una paz plena. A una alegria que no tiene fin. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 24,35-48): En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.

Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».

Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura

Jesucristo había hecho muchos milagros. Entre ellos, había resucitado a Lázaro. Muchos creían en Jesús por causa de Lázaro. Veían a uno que estaba muerto y ahora vivía. ¿Podemos tener la misma experiencia?

Ese es el centro de la Pascua de Resurrección que vamos a vivir en estos días. Nuestro Señor nos quiere hacer partícipes de su misterio Pascual. Quiere que resucitemos con Él. La muerte ha sido vencida. Ya no hay que vivir en luto.

¡Ánimo! Esta es la semana de nuestra salvación. Vivamos a plenitud su nuestra pascua.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 12,1-11): Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa.

Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?». Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis».

Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

Mujer, ¿por qué lloras?

Hoy el Señor te hace una pregunta: ¿por qué lloras?. Es la misma pregunta que le hiciera a María Magdalena hace ya dos milenios. Jesús se preocupa por ti. 

Lloramos por muchas razones. Los sufrimientos, problemas, dolores, enfermedad y contratiempos hacen que nuestra sensibilidad se altere y lloremos. Llorar es signo de tristeza y angustia. Lloramos cuando perdemos a un ser querido o amado. Lloramos cuando pensamos que algo mal nos ha pasado.

Jesús aparece hoy en medio de tú llanto y te dice: ¿por qué lloras? No hay razón para llorar. ¡Él está resucitado! Tu vida tiene sentido en su resurreción. Las cosas aparentemente malas te ayudan a resucitar con Él. No por casualidad ha permitido los acontecimientos presentes en tu vida. Quiere sanarte. Él quiere purificarte.

¡Ánimo! Tenemos a un Dios que nos ama y siempre saca el bien de todo lo que pasa. ¡Dios te ama! Nunca lo dudes.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 20,1-2.11-18): El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».
Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» —que quiere decir: “Maestro”—. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.