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El más pequeño de entre vosotros, ése es mayor

¿Quién es el más pequeño? Muchas son las interpretaciones sobre esa figura que utiliza Jesucristo para hacer referencia a los que evangelizan en su nombre. Es decir, los pequeños pueden ser los más pobres o los humildes de corazón pero la interpretación más certera es la que tiene que ver con la evangelización.

Todos los cristianos somos enviados. Nuestro bautismo nos constituye en profetas. Nuestra misión es hacer presente en todos los ambientes y de todas las maneras el amor de Dios. Los pequeños son aquellos que van sin seguridades humanas por todas partes anunciando la buena noticia de que el Señor ha enviado a la tierra a su único hijo Jesucristo para que muriera y resucitara por todos nosotros.

¿Estás dispuesto a evangelizar? ¡Ánimo! ¡Dios lo quiere!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,46-50): En aquel tiempo, se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor».

Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros». Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros».

¿Quién dice la gente que soy yo?

Cuando te toca hablar de Jesús, ¿qué dices de Él? Muchas veces ni siquiera hablamos de nuestra experiencia de fe con los amigos, familiares o personas con quien nos encontramos en nuestra vida diaria.

Aquel que ha experimentado profundamente en su vida el amor de Dios tiene celo por anunciar la buena noticia de que Jesús ha venido a salvarnos a todos y mostramos el amor de Dios.

¡Proclamemos en todo momento y en todas partes las maravillas de Dios! Demos testimonio valiente de lo que Dios ha hecho en nuestra vida. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,18-22): Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».

¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?

Jesús suscitó admiración en su tiempo. Rápidamente, por sus obras, las personas le reconocían importancia y trascendencia. Nuestro Señor extendió su fama por todas las comarcas de la época por las maravillas que realizaba a través de su predicación y milagros. ¿Todos los reconocieron como mesías?

A pesar de todo lo que distinguió a Jesús en su paso por la tierra, nos corresponde a nosotros al igual que los que le conocieron, reconócele como mesías y salvador. Nuestro Señor no fue solo un profeta importante. Él vino a salvarnos, curarnos y perdónanos.

Hoy podemos reconocer a Jesús como nuestro Señor. Acogamos al Señor como nuestro mesías. Recibamos a nuestro mesías en el corazón. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,7-9): En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?». Y buscaba verle.

Recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes

La mies es mucha y los obreros son pocos. El mundo necesita que se les predique. Necesitan escuchar la voz de Dios a través de hombres y mujeres que den un testimonio potente sobre la accion de Dios en sus vidas.

Las personas de esta generación ya no escuchan. Han perdido la fe. No entienden los sacramentos y las diversas normas o preceptos. Necesitan de un testimonio verdadero de alguien que haya hecho un encuentro personal con Jesús. Necesitan ven los milagros que el Señor hace a través de personas débiles y pecadoras.

¿Estás dispuesto a salir? ¿Estás disponible para la misión? ¡Ánimo! El cristiano siempre dice si a la llamada de Dios. Él siempre estará con nosotros.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,1-6): En aquel tiempo, convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos». Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.

Jesús iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios

¿Cuáles son los espíritus malignos que habitan dentro de tí? Es decir, ¿cuáles son tus esclavitudes y debilidades? Es importante conocerse uno mismo para saber que pedir o esperar de Jesús.

Lo que reconocemos es que Jesús tiene poder de salvarnos y curarnos. Hoy podemos experimentar la acción maravillosa de su amor mediante la palabra de Dios y los sacramentos. A través de la predicación viene el Señor a nuestras vidas. El poder sanador de Jesús se manifiesta en nuestra vida siempre. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 8,1-3): En aquel tiempo, Jesús iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.

Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor

La verdad es que hemos pecado mucho. Reconozcamos que no tenemos obras buenas que mostrar. Pensemos que a la hora de hacer el bien, sólo el quererlo está a nuestro alcance. Esto último lo dice nada más y nada menos que el mismísimo San Pablo.

La buena noticia es que nuestro Señor perdona TODOS nuestros pecados. Él, que es todos misericordia, nos perdona mucho. No toma en cuenta nuestros pecados. Nos ama en la dimensión de la Cruz.

Descansa, reposa, no tengas miedo. Déjate amar por Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,36-50): En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.

Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».

Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».

Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos

Dios tiene muchas maneras para poner en evidencia nuestras verdaderas y profundas intenciones. Nos da una palabra que podemos cumplir y observa cómo nos excusamos o evadimos el verdadero sentido de la palabra divina.

La palabra dice que amemos a Dios con todo el corazón y pensamos que es otra cosa. Se nos invita a amar a los enemigos y decimos que somos incapaces de hacerlo. La palabra nos ilumina nuestros pecados y nadie puede corregirnos dejando en claro que no nos creemos nada y tenemos una falsa humildad.

Pidamos a Dios la sabiduría para dejarnos iluminar por la palabra de Dios. Tengamos la gracia de bendecir a Dios y acoger con humildad su palabra. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,31-35): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no habéis llorado’. Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: ‘Demonio tiene’. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos».

Joven, a ti te digo: levántate

Dios no quiere la muerte para nosotros. En el Génesis se habla de que el Señor nos ha creado para que tengamos vida. Los evangelios hablan de que Jesús dice que ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia. Entonces, ¿Por qué tenemos que morir?

El morir físico no es un fin. Es la puerta a otra vida. La vida que ofrece Jesús es el fruto de reconciliarse con la historia y amar a Dios con todo el corazón, el alma y la mente. ¡Dios nos ha creado para que seamos felices!

Hoy nos toca rezar. Pedir con humildad al Señor que nos libere de todas las esclavitudes. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,11-17): En aquel tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él dijo: «Joven, a ti te digo: levántate». El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.

Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande

Los milagros ocurren para suscitar la fe. Jesús demuestra con sus milagros que tiene poder para cambiar el corazón de las personas.

El Señor nos quiere a todos, sin importar nuestras debilidades. Nos conduce por un nuevo camino de sanación. Jesús, cuando aparece en medio de la vida del ser humano, lo cambia todo. Nos hace pasar de la enfermedad y levado, a la salud espiritual y material.

¡Ánimo! Tengamos fe. ¡Él viene a salvarnos!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,1-10): En aquel tiempo, cuando Jesús hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde Él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Éstos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga».

Jesús iba con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».

Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande». Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.

Eligió doce de entre ellos

La elección de DIos es gratuita y misteriosa. El Señor elige según le place a aquellos que luego envía para realizar su misión. De entre sus discípulos elige apóstoles que evangelizan a los que Él mismo quiere salvar.

Jesús sana todas las heridas. Mediante su acción salvifica transforma el corazón de todos los seres humanos. Y su obra se realiza mediante la disponibilidad de hombres y mujeres que dicen si a su llamada. Es por eso que nos invita a decirle que si a su llamada.

¡Ánimo! Digamos si al llamado de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.