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La Sabiduría se ha acreditado por sus obras

La obra de Dios es que tengamos vida eterna. La voluntad de Dios es que tú y yo seamos felices, que podamos recorrer el camino de la vida que conduce al cielo y nos hace experimentar las maravillas de su amor.

Sin embargo, es posible que rechacemos esta maravillosa oferta. En un mal uso de nuestra libertad podemos negarnos al llamado de salvación de nuestro Señor y hacer con nuestra vida lo que nos dé la gana. La realidad es que podemos cerrar nuestro corazón a la acción salvífica de nuestro mesías.

Hoy se nos llama a acoger la buena noticia de salvación que se nos ofrece. Somos invitados a reconocer en Jesús a nuestro único Señor. Delante de nosotros se abre un camino que conduce al cielo, que nos llevará con nuestro Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,16-19): En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras».

Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras

La sabiduría, que es Cristo, se puede conocer por sus obras. Muchos la rechazan, otros la acogen con entusiasmo y humildad. Los que quieren tener vida eterna saben reconocer a Jesús donde está. Los que no les interesa la sabiduría que viene de Dios no la encontrarán nunca.

En este adviento estamos invitados a abrir nuestro corazón a la sabiduría divina. Es una sabiduría que sabe ver la presencia de Dios en todos los acontecimientos de la vida. Sabiduría que nos ayuda a aceptar el sufrimiento y ser purificados interiormente. ¡Ánimo! ¡Nunca dudemos del amor de Dios!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,16-19): En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras».

Yo os daré una elocuencia y una sabiduría

El Espíritu Santo asiste a todos los que se enfrentan con adversarios que quiere apartar a las personas del amor de Dios. Es el defensor por excelencia que defiende el proyecto de salvación con cada uno de nosotros.

La clave es apoyarse el el Señor. ¡No tengamos miedo! ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 21,12-19): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos

Dios tiene muchas maneras para poner en evidencia nuestras verdaderas y profundas intenciones. Nos da una palabra que podemos cumplir y observa cómo nos excusamos o evadimos el verdadero sentido de la palabra divina.

La palabra dice que amemos a Dios con todo el corazón y pensamos que es otra cosa. Se nos invita a amar a los enemigos y decimos que somos incapaces de hacerlo. La palabra nos ilumina nuestros pecados y nadie puede corregirnos dejando en claro que no nos creemos nada y tenemos una falsa humildad.

Pidamos a Dios la sabiduría para dejarnos iluminar por la palabra de Dios. Tengamos la gracia de bendecir a Dios y acoger con humildad su palabra. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,31-35): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no habéis llorado’. Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: ‘Demonio tiene’. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos».

¿De dónde le viene todo esto?

Nuestro Señor Jesús realizó mucho milagros y habló con autoridad a miles de personas. Su fama se hizo grande en Israel. ¿Cómo vivían todo eso sus compatriotas de aquella pequeña ciudad de Nazareth? Pues no se lo creían. Esta actitud nos puede servir para iluminar algunas actitudes que nosotros mismo podemos tener frente a Jesús y su obra en nosotros.

El Señor se hace presente en nuestro diario vivir a través de muchísimas formas y maneras. Algún compañero de trabajo, alguna hermana de comunidad, un acontecimiento bueno o malo; en fin, muchas son las maneras de manifestarse la presencia de Dios. Si alguien hoy te ha corregido, ¿no será Dios mismo que se está manifestando e invitándote a la humildad y conversión? Alguno puede negar eso y en cambio, decir que lo que realmente ha pasado es que se ha realizado una injusticia y no acepta la corrección.

La sabiduría y los milagros de Jesús tienen muchas formas y sabores. En apariencia pueden parecer simples acontecimientos atribuidos al azar o simple causalidad pero cuando los vives en la Fe, y descubres la presencia de Dios en estos acontecimientos, entonces puedes sacar un buen provecho espiritual.

Aprendamos a reconocer la sabiduría y los milagros de nuestro Señor en las cosas que suceden día a día en nuestra vida. En la simpleza se manifiesta de una manera admirable la gloria de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,54-58): En aquel tiempo, Jesús viniendo a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?». Y se escandalizaban a causa de Él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.

Has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños

En el lenguaje popular dominicano, dependiendo de las circunstancias, se dice que una persona es “sabia” cuando queremos decir que “sabe demasiado…”. En otras palabras, que se la “sabe buscar”. Se dice: “ese e’ un sabio” para decir que se tiene que tener cuidado porque fácilmente te puede engañar.

Los sabios e inteligentes del mundo creen que entienden todo pero al final se equivocan en lo más fundamental: Dios. Lo más importante no es tener conocimientos profundos de como funciona el universo, como debe ser nuestra sociedad o la mejor manera de “salirse con la suya”.

Muchas veces nos encontramos en situaciones parecidas. Pensamos que “sabemos” mejor que Dios como llevar nuestra vida, nuestro matrimonio, nuestra profesión, nuestras amistades, nuestro noviazgo. Queremos que estás realidades funcionen según nuestra “sabiduría”. Nos equivocamos.

La base de la felicidad en nuestra vida es ser lo bastante humildes como para reconocer que Dios es nuestro padre y Él sabe como llevar adelante nuestras vidas. El sabio según Dios es aquel que se ajusta a sus leyes.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,25-27): En aquel tiempo, Jesús dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Mi yugo es suave y mi carga ligera

El yugo siempre hace referencia a algo malo. Cuando en los discursos patrióticos se habla de “yugo opresor” se está relacionado el término con esclavitud, maltrato y sometimiento. Entonces, ¿cómo puede Jesús hablar de que su “yugo es suave y su carga ligera”?

El término Sabiduría significa “conocimiento profundo que se adquiere a través del estudio o de la experiencia”. En lo que se refiere al yugo podemos decir que hay dos tipos de sabiduría. El sabio o poseedor de sabiduría que no entiende el yugo, la carga… Y el sabio (según Dios) que lo tiene “iluminado”, claro, comprendido…

Dios ha “ocultado” el conocimiento de su misterio a los sabios de este mundo, y se lo ha revelado a pequeños… A aquellos que poseen la sabiduría, don Espíritu Santo.

Recuerdo cuando un experto internacional en software me hacia las siguiente preguntas “¿como puede ser Dios bueno, si permite las guerras, las enfermedades y los asesinatos?” Este “gran sabio” de la informática no entendía como puede existir “mal” en el mundo. No lo tenía “iluminado”.

El cristianismo es la única realidad mundial que si lo tiene claro. ¡Jesús nos ha hecho descansar! ¿Y donde descansa el cristiano? ¡En la cruz! En el yugo suave… En la carga ligera. Aceptar los acontecimientos que parecen ser adversos es entrar en el descanso. Aceptar que hoy alguien puede humillarnos, que podemos perder el trabajo, que las cosas no saldrán exactamente como queremos… ¡Eso es ser sabio! Eso es descansar…

Entremos en el descanso que sólo Jesús crucificado y resucitado nos puede dar. La cruz, el yugo, la carga… ¡Son ligeras! Ten sabiduría hermana y hermano mío. Dios te ama y todo lo que te pasa y puede pasarte es para tu bien. ¡Créelo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,25-30): En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

»Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».