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Ningún profeta es bien recibido en su patria

Hemos rechazado al Señor cada vez que pecamos y hacemos con nuestra vida lo que nos da la gana. Le damos la espalda a las enseñanzas divinas cuando amamos a nuestros ídolos y odiamos a nuestro prójimo. Somos como los que no acogieron a Jesús cuando no cumplimos la palabra de Dios.

Es por eso que estamos llamados a acoger a Jesús en nuestros corazones. Estamos invitados a escuchar su palabra y ponerla en práctica. Tenemos la oportunidad diaria de escuchar a sus profetas que vienen a nuestra vida con la bendición de su palabra. No rechaces al hermano que te corrige, al catequista que te enseña o al sacerdote que te administra los sacramentos de salvación. Todos ellos son Jesús mismo que viene a salvarnos. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 4,24-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente reunida en la sinagoga de Nazaret: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio».

Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó.

Hijo, tus pecados te son perdonados

El pecado es la acción que nos conduce a separarnos del amor de Dios. Al pecar negamos a Dios y nos hacemos independientes de su voluntad. Pecando nos morimos. Todos hemos sido esclavos del pecado.

Jesús es enviado a la tierra para inaugurar una nueva era. Es el tiempo de la misericordia y el perdón. Dios, en Jesucristo, nos libera d ela esclavitud del pecado y nos conduce a una vida nueva. Los milagros físicos son una confirmación externa del poder de perdonar que solo descansa en Jesús.

Dejemos que la acción salvífica de Dios actúe en nuestras vidas. Pidamos a Dios que nos deje amarle con toda nuestra alma. Así podremos corresponder, como corresponde, al amor que tanto nos tiene. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 2,1-12): Entró de nuevo en Cafarnaum; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra.

Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde Él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».

Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?». Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate, toma tu camilla y anda?’ Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’».

Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida».

Si quieres, puedes limpiarme

Dios tiene poder para curar todas nuestras enfermedades físicas y espirituales. No solo puede, también quiere. Es su voluntad que estemos sanos y libres de todo mal. ¿Cómo se puede realizar su voluntad en nosotros? Pidiéndole con fe que la realice.

Muchas veces oramos sin fe. Creemos que es un acto individual de diálogo con Dios. En cierta medida es cierto, pero no debemos olvidar que también nuestro Señor quiere escuchar nuestras necesidades y problemas. Nuestros gritos de súplica siempre son escuchadas.

Redoblemos nuestras oraciones. Pidamos con fe a Dios. Él escucha y siempre está atento a sus hijos. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 1,40-45): En aquel tiempo, vino a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio».

Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes.

Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres

Jesús quiere que participemos de su misión. El vino al mundo para manifestar con palabras y obras que el reino de los Cielos ya había llegado. Vino a inaugurar una nueva etapa en la historia de la humanidad. Aquella que nos prepara para vivir plenamente unidos a nuestro padre de Dios en una alianza de amor. ¿Qué nos toca hacer?

No vivíamos en nuestros proyectos individualistas. Seamos hombres y mujeres dispuestos a hacer siempre la voluntad de Dios poniendo generosamente nuestro tiempo y talento al servicio de Dios. Digamos un SI pleno y rotundo al llamado que nos hace el Señor a participar en el anuncio de la buena nueva.

La mayor bendición que podamos tener hoy es iniciar este nuevo tiempo litúrgico con la alegria de saber que trabajar para el reino de Dios es un título de gloria. El nuevo año inicia y junto con el también se renueva nuestra disponibilidad de hacer siempre la voluntad de Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 1,14-20): Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva». Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres». Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras Él.

La Sabiduría se ha acreditado por sus obras

La obra de Dios es que tengamos vida eterna. La voluntad de Dios es que tú y yo seamos felices, que podamos recorrer el camino de la vida que conduce al cielo y nos hace experimentar las maravillas de su amor.

Sin embargo, es posible que rechacemos esta maravillosa oferta. En un mal uso de nuestra libertad podemos negarnos al llamado de salvación de nuestro Señor y hacer con nuestra vida lo que nos dé la gana. La realidad es que podemos cerrar nuestro corazón a la acción salvífica de nuestro mesías.

Hoy se nos llama a acoger la buena noticia de salvación que se nos ofrece. Somos invitados a reconocer en Jesús a nuestro único Señor. Delante de nosotros se abre un camino que conduce al cielo, que nos llevará con nuestro Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,16-19): En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras».

Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca

¡Edifiquemos sobre roca! Escuchemos a Dios y pongamos en práctica su palabra. En realidad, esa es la única forma de ser un verdadero cristiano. Dejemos las palabras vacías y pongamos por obra lo que predicamos. Ese es el camino de la verdadera fe.

¡Oh Dios! ¿Cuántas personas afirman ser cristianos pero sus actos dicen lo contrario? ¿Alguna vez te has dado cuenta que no has dado buen ejemplo al reaccionar frente a un acontecimiento de una manera inadecuada? Hablar cosas de Dios es diferente a poner por obra sus enseñanzas.

Hoy nos toca ser coherentes. Se nos invita a renunciar a nuestras falsedades y hacer lo que se nos dice que hagamos. Solo así podemos instáurese el reino de los Cielos aquí en la tierra. ¡Ánimo!

Leer:

Mt 7,21.24-27): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».

Dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios

¡Tantos ritos y poco amor! En las religiones se nos presenta un camino espiritual lleno de acciones externas y prácticas rituales y muchas veces dejamos de lado el amor y la misericordia. El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli Tutti, nos insiste sobre ese peligro, el de reducir el cristianismo a una práctica religiosa carente de profundidad sin centrarnos en lo importante: el amor.

Debemos preguntarnos hoy: ¿hay alguien a quien odio o rechazo? ¿He pedido perdón a los que he ofendido o a los que me han ofendido? ¿Practico todos los días actos de humildad que me ayuden a ponerme al servicio de los demás incluyendo a mis enemigos? No seamos necios. No seamos como los fariseos y legistas. Ellos se creían superiores a los demás porque cumplían los rituales de la ley pero olvidaban el amor.

Hoy es un buen día para comenzar de nuevo. Hoy es un día maravilloso que nos hace pedir a Dios la gracia de ser cristianos en un sentido pleno de la palabra. Dios nos concederá, si se lo pedimos con humildad, la gracia de ser verdaderos hijos suyos. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 11,42-46): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¡Ay de vosotros, los fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios! Esto es lo que había que practicar aunque sin omitir aquello. ¡Ay de vosotros, los fariseos, que amáis el primer asiento en las sinagogas y que se os salude en las plazas! ¡Ay de vosotros, pues sois como los sepulcros que no se ven, sobre los que andan los hombres sin saberlo!». Uno de los legistas le respondió: «¡Maestro, diciendo estas cosas, también nos injurias a nosotros!». Pero Él dijo: «¡Ay también de vosotros, los legistas, que imponéis a los hombres cargas intolerables, y vosotros no las tocáis ni con uno de vuestros dedos!».

Comieron todos y se saciaron

La gente anda, sobre todo en este tiempo de pandemia, inquieta y temerosa. El miedo al contagio invade el corazón de casi todos. ¿Quién podrá sacarnos de tanta incertidumbre? ¿Quién puede darnos la vida que no puede ser vencida por la muerte?

Jesús en su tiempo curó a muchos. Sus milagros eran signo de lo que realizaba o quería realizar en el corazón de cada uno de los que le seguían o escuchaban. Las manifestaciones de su poder divino tenían un único objetivo: suscitar la fe. La fe produce vida eterna. Es decir, el que cree en el Señor y acoge su palabra en el corazón experimenta el paso de la muerte a la vida.

Hoy también el Señor nos quiere dar el alimento de su palabra. Nos quiere dar panes y peces del cielo. Nos pide que comamos su cuerpo y bebamos su sangre en la eucaristía y que mediante la experiencia pascual salgamos del miedo y la desesperanza. Solo Él tiene palabras de vida eterna. Solo Él puede, mediante su amor, hacernos salir de nuestras inseguridades y permitir que quedemos saciados de su paz. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,13-21): En aquel tiempo, cuando Jesús recibió la noticia de la muerte de Juan Bautista, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras Él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos.

Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida». Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer». Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Él dijo: «Traédmelos acá».

Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.