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Yo soy el pan de la vida

Jesús provee el alimento que sacia la sed de amor y perdón. Por el contrario, el mundo nos ofrece un pan que nos deja insatisfechos. Nuestras necesidades sólo pueden encontrar satisfacción en Cristo resucitado que todo lo transforma para mejor.

Escuchemos la voz de Dios. Pongamos en práctica la palabra de Dios. Demostramos que nuestras obras de que estamos dispuestos a ser discípulos de Jesús.

Busquemos al Padre a través del Hijo. Busquemos a Dios a través de Cristo. Él es el camino, verdad y vida. Solo Jesús nos lleva a disfrutar el amor pleno de nuestro Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,44-51): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».

Yo soy el pan de la vida

Jesús nos dan el pan de la vida. ¿En qué consiste? En el amor que él nos ha manifestado siempre a través de su perdón y misericordia. El amor de Dios sacia. Todo lo demás nos deja siempre insatisfechos.

Nos afanamos todos los días por conseguir el pan material. Nos pasamos horas y horas preocupados y ocupados en diversas actividades buscando bienestar económico y afectivo. Ciertamente necesitamos sostenernos de alguna manera pero no olvidemos nunca que lo más importante es sostener el alma con alimento espiritual.

Sigamos en la comunidad comiendo un pan que sacia plenamente. Vivamos nuestra liturgia sabiendo que en ella encontramos a Dios y por tanto la vida eterna. El señor nos ama y quiere que vivamos. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,30-35): En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna

La obra de Dios es nosotros tengamos vida y vida en abundancia. Él génesis muestra a un Adan y a una Eva destinados a vivir felices para siempre en un jardín creado espacialmente para ellos. Lamentablemente preferimos lo menos a lo más: vivir haciendo la voluntad de Dios. ¿Qué haces para ajustar tu vida a Dios?

El Señor nos ha dado un alimento que sacia. El mundo nos da un alimento que no satisface nuestras ansias de eternidad. Podemos vivir momentos felices pero nunca una verdadera felicidad. ¡Basta ya! No sigamos perdiendo nuestro tiempo buscando el sentido de nuestra vida en lugares, cosas y personas que no pueden satisfacer plenamente nuestras ansias de amor y vida.

¡Ánimo! Cristo con su resurrección nos hace vivir en una dimensión nueva. Nos hace experimentar el cielo. Nos regala su amor redentor. Eso si sacia. Lo demás es pura paja que se la lleva el viento.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,22-29): Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.

Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello». Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado».

Comieron todos y se saciaron

La gente anda, sobre todo en este tiempo de pandemia, inquieta y temerosa. El miedo al contagio invade el corazón de casi todos. ¿Quién podrá sacarnos de tanta incertidumbre? ¿Quién puede darnos la vida que no puede ser vencida por la muerte?

Jesús en su tiempo curó a muchos. Sus milagros eran signo de lo que realizaba o quería realizar en el corazón de cada uno de los que le seguían o escuchaban. Las manifestaciones de su poder divino tenían un único objetivo: suscitar la fe. La fe produce vida eterna. Es decir, el que cree en el Señor y acoge su palabra en el corazón experimenta el paso de la muerte a la vida.

Hoy también el Señor nos quiere dar el alimento de su palabra. Nos quiere dar panes y peces del cielo. Nos pide que comamos su cuerpo y bebamos su sangre en la eucaristía y que mediante la experiencia pascual salgamos del miedo y la desesperanza. Solo Él tiene palabras de vida eterna. Solo Él puede, mediante su amor, hacernos salir de nuestras inseguridades y permitir que quedemos saciados de su paz. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,13-21): En aquel tiempo, cuando Jesús recibió la noticia de la muerte de Juan Bautista, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras Él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos.

Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida». Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer». Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Él dijo: «Traédmelos acá».

Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

El pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo

¿Por qué vivimos la cincuentena pascual de eucaristía en eucaristía? Porque necesitamos alimentarnos todos los días de pan del cielo que es el cuerpo de Cristo.

Así como necesitamos hacer las tres comidas diarias; ingerir suficientes nutrientes, vitaminas, proteínas y carbohidratos para tener un día sano y feliz, asimismo necesitamos todos los días comer del pan de su amor y misericordia.

Pedimos en la oración del Señor, el llamado Padre Nuestro, que Dios nos de “el pan nuestro de cada día”. Sin su pan nunca podremos tener vida eterna. ¿Quieres de ese pan que sacia el alma? Pídeselo al Señor. Él te lo quiere dar. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,44-51): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».

Yo soy el pan de la vida

Jesús, como una vez el Maná en el desierto, es el alimento que baja del cielo. Nuestro Cristo es el pan de la vida que sacia el hambre de amor y sed de perdón que tenemos todos. ¿Crees en eso? ¿Lo has experimentado?

La voluntad de Dios es que nos salvemos todos. Él quiere que tengamos vida y vida en abundancia. Nos quiere felices. Nos quiere resucitados. ¿Cómo puede realizarse el proyecto de Dios en nosotros? Si creemos en nuestro corazón que ha resucitado y está vivo en nuestro corazón. ¡Nunca dudes del amor de Dios! ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,35-40): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día».

El pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo

Necesitamos tener hambre y sed de Dios. El Señor nos quiere dar un alimento que sacia definitivamente todos nuestros anhelos y aspiraciones, ¿alguna vez le has pedido al Señor que te alimente?

Dicen los científicos que un ser humano no puede sobrevivir más de cuarenta días sin beber y sin comer. Las personas mueren de inanición cuando les faltan los nutrientes necesarios para vivir. De una forma parecida nos sucede cuando no nos alimentamos del pan espiritual, del pan que viene del cielo. Al dejar de alimentarnos del espíritu de Dios, nos quedamos famélicos espirituales y por eso no podemos soportar los tiempos de prueba o sufrimiento. Nos morimos espiritualmente.

Nuestro Señor nos da a comer de un alimento que nos sacia y nos hace experimentar la vida eterna aquí en la tierra. El nos quiere vivos, nos quiere bien alimentados del pan de su palabra y sus sacramentos. ¡Comamos todos los días del pan de vida que nos da el Señor! ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,30-35): En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo

Jesús manifiesta, en su vida terrestre, su fuerzo a través de milagros, señales y prodigios. Estos hechos tienen la función de mostrar al mundo que el reino de Dios había llegado y que él era el mesías esperado. ¿Qué tipo de Salvador era Jesús?

Jesucristo no era un mesías político. Era alguien que venía a curar las heridas, sanar a los enfermos, exorcizar endemoniados y dar de comer a los hambrientos. Nuestro Señor vino a dar un alimento que sacia el hambre de justicia, paz y amor. Transforma la vida de aquellos que le conocen manifestado, de una forma maravillosa, el amor de Dios. ¿Te lo crees? Pues serás saciado del alimento espiritual que Dios quiere darte hoy.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,1-15): En aquel tiempo, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia Él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?». Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?».

Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo.

Venid y comed

La pascua es una eucaristía plena. Es el sacramento de la acción de Gracias donde celebramos el misterio Pascual. En ella, el mismo Señor se nos da en su cuerpo y sangre. ¿Qué no podemos comulgar ahora por el tema del coronavirus? No te pongas triste, que tenemos a nuestro alcance la comunión espiritual.

El Señor se nos da cada día. En la oración profunda y sincera. En los acontecimientos que se nos presentan. En el perdón que pedimos y damos todos los días. En fin, Cristo está hoy más cerca que nunca. ¡Tócale!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 21,1-14): En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas

El Señor da de comer un alimento espiritual que sacia toda hambre y sed. Su amor se concretiza en la curación de todos los males y dolencias. Entrar en contacto con él supone un cambio radical de vida.

Acércate a Cristo. Abre tu corazón al poder sanador de su presencia. Pídele que te cure y que te de comida buena y abundante. Un pan que baja de cielo que es su cuerpo y sangre que se parte y derrama para el perdón de todos nuestros pecados. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 15,29-37): En aquel tiempo, pasando de allí, Jesús vino junto al mar de Galilea; subió al monte y se sentó allí. Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos, mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y Él los curó. De suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y glorificaron al Dios de Israel.

Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino». Le dicen los discípulos: «¿Cómo hacernos en un desierto con pan suficiente para saciar a una multitud tan grande?». Díceles Jesús: «¿Cuántos panes tenéis?». Ellos dijeron: «Siete, y unos pocos pececillos». El mandó a la gente acomodarse en el suelo. Tomó luego los siete panes y los peces y, dando gracias, los partió e iba dándolos a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas.