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Y comieron todos hasta que quedaron satisfechos

Los seres humanos de esta época viven como ovejas sin pastor, ¿qué significa eso? Que están rodeados de mucho ruido y acelerado ritmo de trabajo pero pierden el sentido trascendental y profundo de la vida. Jesús vuelve para salvar esa situación.

Hoy más que nunca necesitamos de Cristo. Viene a darnos el alimento que necesitamos para tener paz y amor en nuestras vidas. Se manifiesta una vez más a todos los seres humanos mediante la gracia de su misericordia. Si tienes alguna situación de sufrimiento, no desesperes… grita a Dios y él te escuchará y vendrá en tu auxilio.

¡Ánimo! Dios nos ama. Esa seguridad da paz interior y calma todas las inquietudes que puedan surgir. En este hermoso día hagamos pausa en nuestra afanes y repitamos en nuestro interior la siguiente frase: “gracias Señor por todo, se que tú me amas ciertamente”. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6, 34-44): En aquel tiempo, vio Jesús una gran multitud y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tienen pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas. Y como fuese muy tarde, se llegaron a Él sus discípulos y le dijeron: «Este lugar es desierto y la hora es ya pasada; despídelos para que vayan a las granjas y aldeas de la comarca a comprar de comer». Y Él les respondió y dijo: «Dadles vosotros de comer». Y le dijeron: «¿Es que vamos a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?». Él les contestó: «¿Cuántos panes tenéis? Id a verlo». Y habiéndolo visto, dicen: «Cinco, y dos peces».

Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos de comensales sobre la hierba verde. Y se sentaron en grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces y levantando los ojos al cielo, bendijo, partió los panes y los dio a sus discípulos para que los distribuyesen; también partió los dos peces para todos. Y comieron todos hasta que quedaron satisfechos. Y recogieron doce cestas llenas de los trozos que sobraron de los panes y de los peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.

El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día

En el pueblo de Israel, en tiempos de Jesús, la hospitalidad era un mandato divino. Todo buen judío tenía la “obligación” de acoger al peregrino. Tenía el deber de compartir con él su pan. Comer el pan juntos era símbolo de comunión, de acogida y de amor. Se realizaba, de una forma muy concreta, el principal mandamiento de la ley: “amar al prójimo como a uno mismo”.

Lo mismo sucede con Jesús. Él nos da a comer un alimento que produce en nosotros vida eterna, felicidad plena. Nos da a comer, peregrinos en esta tierra, su propia carne, su misma esencia divina y su amor en la dimensión de la Cruz. ¡Qué maravilla! Podemos hacernos una misma cosa con el Señor.

En los primeros siglos del cristiano, los Padres de la Iglesia llamaban teóforos (portadores de Dios) a los cristianos que salían de celebrar la Eucaristía. En su interior llevaban al mismísimo Señor. Hoy, por temas de coronavirus, no podemos comulgar físicamente pero la comunión espiritual la podemos hacer todos los días. ¡No te desanimes! ¡Hoy también puedes hacerte uno en el Señor! Comamos un alimento bueno, la mismísima carne y sangre de nuestro amado Jesús.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,52-59): En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.

El pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo

Necesitamos tener hambre y sed de Dios. El Señor nos quiere dar un alimento que sacia definitivamente todos nuestros anhelos y aspiraciones, ¿alguna vez le has pedido al Señor que te alimente?

Dicen los científicos que un ser humano no puede sobrevivir más de cuarenta días sin beber y sin comer. Las personas mueren de inanición cuando les faltan los nutrientes necesarios para vivir. De una forma parecida nos sucede cuando no nos alimentamos del pan espiritual, del pan que viene del cielo. Al dejar de alimentarnos del espíritu de Dios, nos quedamos famélicos espirituales y por eso no podemos soportar los tiempos de prueba o sufrimiento. Nos morimos espiritualmente.

Nuestro Señor nos da a comer de un alimento que nos sacia y nos hace experimentar la vida eterna aquí en la tierra. El nos quiere vivos, nos quiere bien alimentados del pan de su palabra y sus sacramentos. ¡Comamos todos los días del pan de vida que nos da el Señor! ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,30-35): En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna

Nuestra preocupación diaria es que vamos a comer o vestir. Estamos tan pendientes de las cosas materiales que olvidamos las espirituales. Quizás, este tiempo de pandemia, ha servido para que descubramos lo realmente importante.

El mundo se ha detenido. La sociedad a desacelerado su ritmo. Nos hemos visto obligados al confinamiento y distanciamiento. ¿De qué ha servido todo esto? Para que podamos acércanos a lo que realmente da sentido a la vida: Dios. Aprovechemos este tiempo para llenar nuestro corazón del Espíritu Santo que testifica a nuestro espíritu que Dios es amor y que en él podemos ser verdaderamente felices.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,22-29): Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.

Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello». Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado».

Yo soy el pan de la vida

La vida nos viene de Dios. Él sacia toda nuestra hambre y toda nuestra sed. Hambre y sed de amor, justicia y perdón. En Jesús, Dios nos ha dado un alimento que nos lleva a la vida eterna. ¿Cuando podemos comer de este alimento?

La eucaristía es fuente de vida para todos. En ella podemos recargar nuestras baterías espirituales y experimentar un poco de cielo aquí es la tierra. La pascua de todos los días nos hace experimentar el amor de Dios en toda su dimension.

¡Nunca te pierdas de dicho alimento! Vayamos todos juntos al banquete del Señor. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,30-35): En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado

Jesús vino a salvar, no ha condenar. Este rostro misericordioso de Dios se manifiesta de forma admirable a través del Señor. Es un rostro de pastor amoroso que cuida de sus ovejas. ¿Alguna vez has experimentado esa protección diligente de Jesús?

Nuestro Señor está siempre presente aunque no lo sintamos o no lo veamos. A veces nos pasan acontecimientos que nos hacen pensar que Dios se olvidó de nosotros. Creemos que el Señor nos ha abandonado, que nos ha tratado mal o simplemente no le interesa nuestra precariedad o dolor. Todo eso es falso! Dios nos ama y nunca nos deja solos! Ánimo!

En esos momentos de dolor, está a nuestro lado sufriendo con nosotros y esperando que podamos crecer aprendiendo de esos acontecimiento que el permite.

Nuestro Jesús ha venido para que tengamos vida! Vida en abundancia! Nunca lo dudes! Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,35-40): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día».

Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna

¡Cuanto afán! Todos los días nos levantamos con la tensión de salir a la calle a buscar “el peso”. Con razón dicen que los lunes, según las estadísticas, es el día de mayores suicidios de la semana. Se inicia, muchas veces, sin ganas y con el pesar de saber que “hay que buscar el pan con el sudor de su frente”. Este mundo supone muchos desencantos, decepciones y traiciones. ¿Qué nos dice Jesús al respecto?

Busquemos las cosas de arriba, jamás las de la tierra. Acerquémonos al Señor buscando tener un encuentro personal con Él. Tengamos la seguridad de que Jesús está siempre presente en nuestra vida y quiere que seamos felices, que tengamos vida eterna!

No busquemos el pan de esta tierra. Hoy es un buen día para alimentarnos con lo que viene del cielo. Es nuestro Señor Jesús el pan que se nos ofrece hoy y siempre. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,22-29): Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.

Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello». Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado».

Yo soy el pan vivo, bajado del cielo

El pan era, en la antigüedad, uno de los alimentos que no podía faltar en la mesa. Así como los dominicanos llaman “bandera nacional” al arroz, habichuela y carne, también podría decirse que el pan es la “bandera” gastronómica de los pueblos judíos en los tiempos de Jesús. Era prácticamente indispensable en la mesa de los comensales antiguos.

Pues tomando como referencia esto podemos decir que mucho más fundamental para la vida de todos es el pan que baja del cielo. El alimento que necesitamos todos los días es el que nos ofrece Jesús. El se da, como pan, para que podamos comerle y saciar nuestra hambre de amor y paz. Jesús es el alimento que sacia todo. En Él podemos crecer espiritualmente sanos y fuertes. Él es un alimento rico en vitaminas y minerales para el alma.

Es importante cumplir nuestra dieta espiritual todos los días. Tomemos el alimento más importante de todos. Hagamos que Jesús esté en nuuestro corazón y hagamos que nuestro ser sea una sola cosa con Él.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,44-51): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».

La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado

Tenemos necesidades materiales. Salimos a trabajar todos los días buscando el sustento para nosotros y para los nuestros. Sin embargo, el Señor Jesús nos invita a mirar más allá.

Jesús hizo señales y prodigios. Entre los signos que realizó estuvo uno que causó especial atención a los que le seguían: multiplicó los panes. ¡Eureka! Ya todos los problemas están solucionados. Ya tenemos alguien que nos da de comer sin límites. Una solución a los problemas de alimento y sustento. El Señor aprovecha esto para dar una catequesis especial. 

Trascender a lo material es el mensaje del Señor. Que busquemos ante todo las cosas de arriba. Esa es la clave de la felicidad. De vivir plenamente. Hoy tenemos la oportunidad de levantar los ojos al cielo y no quedarnos sólo con los problemas de aquí. Veamos al Señor en nuestra vida. Pidámosles al Señor que nos de siempre el alimento que no perece y nuestra hambre espiritual siempre será calmada.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,22-29): Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. 
Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello». Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado».

Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna

La obra de Dios es que todos podamos alimentarnos bien, ¿suena rara esta afirmación? Veamos.

Si hay algo que los líderes de todo tipo y sobre todo los políticos es que para mantener contento al pueblo es necesario satisfacer sus necesidades básicas. “Pan y circo” era una máxima romana que significaba que para mantener a un pueblo satisfecho era necesario darle entretenimiento y mantener su barriga llena. 

Muchos seguían a Jesús no porque quería convertirse o poner en práctica sus enseñanzas. Le buscaban porque les solucionaba sus problemas concretos. Les sanaba de sus padecimientos físicos o les daba de comer pan y peces. Buscaban una solución terrenal a sus problemas. Jesús desde el primer momento aclara la cuestión.

Les dijo que el motivo de su misión era que todos tuvieran Vida Eterna. Que a pesar de los Milagros físicos que realizaba quería hacer el milagro mas grande que era el moral, el espiritual.

Aquellos que tuvieran el corazón herido, que su vida no tuviera sentido o simplemente buscaban algo mejor en sus vidas, podían acercarse y descubrir en Jesús la fuente de agua viva que brota para la vida eterna.

Tomemos el alimento que viene del cielo. Reconozcamos el amor de Dios que se manifiesta en nuestra vida con hechos concretos. ¡Ánimo! Dios nos ama y quiere que VIVAS.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,22-29):Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. 


Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello». Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado».