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¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios?

La fe se le concede, como una gracia, a todos aquellos que han experimentado la resurrección. La misma no es sólo física. Es decir, que podemos empezar a vivir como resucitados desde ya, cuando creemos en Jesús y dejamos que su poder sanador actúe en nosotros.

Nuestro mesías y salvador, durante su misión aquí en la tierra, liberó a muchos de sus males, pecados y enfermedades. Su poder exorcizaba demonios. Hacia salir la maldad del corazón de todos aquellos que se encontraban en las tinieblas.

Dejemos que el poder de Cristo actúe en nosotros. No nos resíganos al poder de Jesús. Iniciemos el camino de nuestra liberación total, guiados siempre por la luz del Señor que ilumina toda nuestra vida. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,28-34): En aquel tiempo, al llegar Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?». Había allí a cierta distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplicaban los demonios: «Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos». Él les dijo: «Id». Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas. Los porqueros huyeron, y al llegar a la ciudad lo contaron todo y también lo de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término.

Todo árbol bueno da frutos buenos

Cuando Jesús dice en el evangelio “por sus frutos los conoceréis”, da una clave fundamental para saber cuándo algo viene de Dios o viene del demonio. El proceso de discernimiento no se basa en apariencias. Debemos elegir el camino que debemos recorrer en función de los hechos que se presentan día a día.

Los hijos de Dios se conocen por sus obras. Son frutos de paz, concordia, perdón, comunión. Aquellos que están fuera de la gracia de Dios están siempre peleando, difamando, calumnia de, criticando y cometiendo hechos contrarios al mandato divino.

Seamos como árboles buenos que dan frutos buenos. Seamos cristianos que se distinguen más por sus obras que por su palabras. Demos frutos abundantes de amor que nos ayuden siempre en nuestro camino hacia la vida eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis».

No deis a los perros lo que es santo

Entremos por la puerta estrecha. Emprendamos el camino del bien. Renunciemos a las obras muertas y hagamos siempre la voluntad de Dios. Este es el camino que conduce a la vida.

No podemos desperdiciar nuestra vida poniendo nuestro corazón en cosas superfluas. No nos conviene “arrojar a los puercos” nuestra alma teniendo un apego desordenado a los bienes de este mundo. Solo Dios basta. Lo demás vendrá por añadidura.

Renunciemos a los ídolos de este mundo. Aligérenos la carga. Para entrar por la puerta estrecha es necesario desprenderse de todo, hacerse pequeño y ponernos de rodillas ante quien todo lo puedo, nuestro Dios. La cruz es la puerta estrecha que conduce a la vida eterna. Entremos por ella. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,6.12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen. Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas. Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran».

No juzguéis, para que no seáis juzgados

El que juzga a su prójimo es porque se siente superior a los demás. Tenemos una tendencia constante a ver los defectos de los demás. Hacemos, todos los días, un juicio condenatorio sobre los pecados de los demás. ¿Así mismo lo hizo Jesucristo? No

El juicio de Dios sobre nosotros es el perdón y la misericordia. Cristo, el cordero sin mancha nacido de María, nunca cometió pecado y sin embargo jamás condenó de manera injusta a los demás. Todo lo contrario, manifestó su amor y perdón a todos los pecadores y le invitó a cambiar para bien.

Dispensemos a nuestro prójimo el mismo amor que recibimos. Seamos misericordiosos como nuestro Padre Dios lo es. Veamos primeros nuestras debilidades y hagamos conciencia de que no somos mejores que nadie. Ese es el camino de comunión con los demás y de amor según Dios. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,1-5): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».

Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón

Miremos el mundo desde la fe. Pongámonos lentes que nos permitan ver a la luz de la palabra de Dios lo que realmente es importante en esta vida.

El corazón del cristiano está puesto en las cosas de Dios. Nuestro anhelo es hacer siempre la voluntad de Dios. Nuestra mayor aspiración es que en nosotros se cumpla la voluntad de Dios.

Renunciemos a todas aquellas cosas que nos impiden poner en práctica la palabra divina. Renunciemos al odio, a la soberbia, al rencor, al deseo de venganza, al amor desordenado del dinero y los afectos. Dejemos que en nuestro corazón solo reine Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 6,19-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.

»La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!».

Padre nuestro que estás en los cielos

La oración, mas que palabras, es acción. Orar es comunicarse con Dios, aceptar su voluntad y vivir en íntima comunión con Él. La oración transforma el corazón y hace que nuestras acciones se ajusten a la ley de Dios.

El cristiano ora en todo momento porque sabe que su Padre que está en el cielo siempre escucha su súplica y le da consuelo. Ora porque reconoce que es débil y necesitado del auxilio divino. La oración nos hace hacer la voluntad de Dios que consiste en que amemos a todos incluyendo a nuestros enemigos.

La oración es acción. Nos conduce hacia el descanso en el amor de Dios. Nos ayuda a amar como Dios ama. No invita a personar como el Señor nos ha perdona. Pidamos en la oración la posibilidad de amar como Cristo nos amó y así seremos verdaderos hijos de nuestro Padre celestial. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 6,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.

»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos

El ayuno, la oración y la limosna son armas poderosas contra los enemigos del alma. En manos humildes pueden ahuyentar al demonio y hacernos verdaderos hijos de Dios. ¿La utilizas asiduamente?

La verdad es que muchas veces dejamos de un lado las gracias que el Señor nos regala para podamos ser felices. No buscamos tiempo para orar, nos da perece y dificultad ayunar y nos apegamos al dinero de tal manera que no soltamos un solo peso en limosna. Eso no es ser Cristiano.

Estemos contentos. El Señor no nos ha dejado solos. Nos ha dado los medios para ir seguros por un camino que conduce a la vida. Ayunemos, demos limosna y sobre todo, oremos a Dios para que su voluntad siempre se realice en nosotros

Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan

Para ser cristiano solo hace falta una cosa: amar a nuestros enemigos. Los musulmanes oran con unción varías veces al día, los judíos cumplen fielmente el sabbat, los budistas hacen meditaciones de varias horas, y nosotros los cristianos hacemos lo anterior pero sobre todo estamos llamados a amar a nuestros enemigos, ¿quién, en este mundo, hace cosa semejante?

Tenemos siempre alguien de quien no queremos saber. En nuestras relaciones diarias nos peleamos o sentimos mal con la pareja, con los hijos, algún familiar, amigo, vecino o conocido. En ocasiones sufrimos las injusticias que nos hacen nuestros prójimos. ¿Cómo responde un cristiano? Con amor en la dimensión de la Cruz.

Si, mis queridos hermanos. Estamos llamados por Dios a amar a nuestro prójimo y perdonarlo todo. Ese es el camino de la santificación cristiana. Esa es la vereda que conduce a la vida eterna. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».

No resistáis al mal

La esencia del cristianismo no es moral, ideológico o filosófico. El centro de nuestra fe consiste en una experiencia de encuentro con un resucitado. Jesús está vivo hoy y nos demuestra su amor. El Señor nos invita a resucitar con Él.

Los cristianos pensamos que cumplimos con la voluntad de Dios cuando vamos a la liturgia, no hacemos mal a nadie o rezamos con cierta frecuencia. Eso mismo hacen los musulmanes, budistas o judíos. Lo que nos diferencia de todos ellos es que nosotros estamos invitados a amar a nuestros enemigos. ¿Quién puede hacer algo tan fuera de toda lógica?

Si hermanos. El sello distintivo de todo cristiano es amar con Cristo nos ha amado. Amar en la dimensión de la Cruz. Perdonar a todos y todas. Solo así seremos cristianos auténticos. No hay otra forma de mostrar la verdadera naturaleza de Dios. Amemos así con la ayuda de la gracia divina. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,38-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda».