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Todo árbol bueno da frutos buenos

Cuando Jesús dice en el evangelio “por sus frutos los conoceréis”, da una clave fundamental para saber cuándo algo viene de Dios o viene del demonio. El proceso de discernimiento no se basa en apariencias. Debemos elegir el camino que debemos recorrer en función de los hechos que se presentan día a día.

Los hijos de Dios se conocen por sus obras. Son frutos de paz, concordia, perdón, comunión. Aquellos que están fuera de la gracia de Dios están siempre peleando, difamando, calumnia de, criticando y cometiendo hechos contrarios al mandato divino.

Seamos como árboles buenos que dan frutos buenos. Seamos cristianos que se distinguen más por sus obras que por su palabras. Demos frutos abundantes de amor que nos ayuden siempre en nuestro camino hacia la vida eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis».

¿Habéis entendido todo esto?

Dios que te creó sin ti, no puede salvarte sin ti, decía San Agustín. Para que la obra de salvación se de en nosotros tenemos que permitir la acción de Dios en nuestra vida. Debemos, en definitiva, aceptar libremente al Señor en nuestro corazón, ¿lo quieres de verdad?

Nuestra mayor aspiración tendría que ser la santidad. Nuestro gran deseo llegar a ser santos. El reino de los Cielos necesita de nuestro consentimiento. Para que se dé en nuestro corazón debemos quererlo profundamente.

Pidamos al Señor ser de los buenos. Oremos para que en nosotros se pueda realizar la voluntad de Dios. Para que cuando vuelva en su Gloria nos encuentre preparados. Amén

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,47-53): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.

Así que por sus frutos los reconoceréis

Cuando recitamos el Yo Confieso decimos: “he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”. Es decir, que ya desde el pensamiento podemos ir incubando el pecado en nuestras vidas. También podemos decir que toda acción de pecado tiene su génesis en los pensamientos. Para llegar a cometer un pecado, hace falta haberlo pensado.

Reconozcamos la verdad. Somos muy débiles y pecadores. Nuestros frutos son muchas veces contrarios al amor de Dios. No son buenos. ¿Y qué debemos hacer? Pues pedirle a Dios que nos cambie la mente, las palabras y las obras. El tiene poder para hacer ese milagro.

El fruto de Dios es el amor. Todos los días son buenos para amar. Perdonemos y amemos. Esos son los buenos frutos del cristiano. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis».

Dame cuenta de tu administración

Todos somos simples administradores de los bienes materiales y espirituales que el Señor nos ha regalado. Los hijos, el dinero, los afectos, en fin, todos son dones de Dios de los cuales tendremos que rendir cuentas. Estamos llamados a ser buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.

Los malos administradores llevan su encargo con astucia y malicia. Administran para provecho propio, es decir, los bienes son un fin en sí mismos a los que le piden la vida.

Los hijos de la luz estamos llamados a estar en este mundo usando libremente los bienes para edificar una mansión en el cielo. Como buenos administradores, con nuestros bienes damos de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo, en definitiva, administramos con amor los bienes de Dios. Seamos buenos administradores según el Espíritu del Señor.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 16,1-8): En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.

»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.

»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».

Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo

La realidad de nuestra vida nos indica que en el mundo encontramos de todo. La realidad es que todos somos pecadores y que lo que nos diferencia es que algunos quieren convertirse a Dios y otros no. Estamos en el mundo todos pero no todos quieren acercarse a Dios.

¿Qué es lo bueno de este mundo? Es aquel que quiere vivir según la voluntad de Dios. ¿Qué es lo malo de este mundo? Es aquel que rechaza a Dios con sus obras y no quiere cambiar para mejor su vida. 

Somos todos invitados a que en el Reino de Dios seamos como los buenos que quieren vivir según el designio de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,47-53): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.

Todo árbol bueno da frutos buenos

Nuestros países tiene una amplia variedad de árboles frutales. Mi preferido es el mango. ¡Qué sabroso es un manguito! Cuando el fruto es jugoso y sabroso que bien nos cae. Algo similar sucede en nuestra vida cristiana.

El Señor nos invita a ser como los árboles buenos que dan frutos sabrosos y jugosos. Qué maravilla es alimentar a una persona con nuestras buenas obras y ver cómo recueros el ánimo, la esperanza y la Fe. 

Mis queridos hermanos, que nuestras obras sean de tan buen ejemplo que pueda ayudar a muchos a descubrir el amor de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis».