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Todo árbol bueno da frutos buenos

Cuando Jesús dice en el evangelio “por sus frutos los conoceréis”, da una clave fundamental para saber cuándo algo viene de Dios o viene del demonio. El proceso de discernimiento no se basa en apariencias. Debemos elegir el camino que debemos recorrer en función de los hechos que se presentan día a día.

Los hijos de Dios se conocen por sus obras. Son frutos de paz, concordia, perdón, comunión. Aquellos que están fuera de la gracia de Dios están siempre peleando, difamando, calumnia de, criticando y cometiendo hechos contrarios al mandato divino.

Seamos como árboles buenos que dan frutos buenos. Seamos cristianos que se distinguen más por sus obras que por su palabras. Demos frutos abundantes de amor que nos ayuden siempre en nuestro camino hacia la vida eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis».

Por sus frutos los reconoceréis

Las personas que han teñido experiencia rural saben muy bien cómo hacer producir la tierra. Sin su valioso trabajo la humanidad no podría vivir. El campo nos alimenta y mantiene vivos.

Cuando se tiene una buena cosecha se benefician los agricultores y a todos nos ayuda comer del fruto de su trabajo. Es por eso que Jesús toma esta figura y da una fuerte palabra para nuestras vidas.

Dice el Señor que seamos como el árbol bien plantado, sano y que produce un buen fruto. Si estos es así el árbol cumple con su cometido y todos los demás nos beneficiamos de lo que da.

Seamos árboles buenos que dan frutos buenos. El fruto bueno es el amor a todos y todas que se hace presente a través de las obras de vida eterna que Dios nos concede realizar por medio de su gracia.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis».

¿A qué es semejante el Reino de Dios?

Es de conocimiento universal que Jesús anunciaba incesantemente el Reino de Dios. Su mensaje de salvación se esparcía por todos los pueblos, aldeas y lugares que visitaba o enviaba a sus discípulos como testigos de esa verdad. ¿En qué consiste dicha buena noticia? ¿Cuál es el centro fundamental del mensaje de salvación?

Nuestro Señor vino a la tierra humilde, pequeño y semejante a nosotros (menos en el pecado). Esto quiere decir que lo que Dios inicia en nosotros siempre empieza sin la apariencia de lo que es. En la medida que Jesús fue manifestándose, grandes señales y prodigios se hicieron presente. Es decir, lo que comenzó en un pesebre se convirtió en la salvación del mundo entero.

Así es el proyecto de Dios en nuestra vida. Pensamos que nunca cambiaremos o que las cosas que nos pasan superan nuestras fuerzas. Nos parece que somos incapaces de cumplir la ley de Dios. Hoy el Señor te dice ¡ánimo!. Lo que hoy parece una semilla insignificante, Dios lo convertirá en árbol grande y frondoso.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 13,18-21): En aquel tiempo, Jesús decía: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».