Los cristianos somos llamados a ser sal, luz y fermento de la tierra. Con nuestras acciones somos invitados a mostrar la naturaleza divina. Los hijos de Dios mostramos al mundo el amor. Cuando no hacemos eso, ¿qué pasa? Escandalizamos.
El pecado de un cristiano tiene un efecto devastador porque las personas esperan de nosotros algo más. En el fondo quieren ser felices y quieren descubrir en nosotros qué podemos ofrecerles para lograr esa meta común a todos: la felicidad verdadera.
Pidamos a Dios la gracia de no faltar nunca a nuestra misión. Esperamos recibir de nuestro Señor la gracia de ser verdaderos cristianos y así mostrar lo puramente divino, el amor a los demás.
Leer:
Texto del Evangelio (Mc 9,41-50): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa. Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga; pues todos han de ser salados con fuego. Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros».