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Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón

El corazón es la sede de todo los sentimientos, afectos e intenciones. Es en lo profundo del corazón donde nos encontramos con Dios. Es con el corazón que podemos amar pero también odiar. Si, así es. Del corazón puede salir lo mejor del ser humano pero también lo peor.

En la antigüedad existía la costumbre de pensar que habían alimentos puros y otros impuros. Se basaban en criterios puramente humanos para afirmar que las cosas externas podían definir la pureza o impureza de las cosas. Obviamente, estaban equivocados.

Pero también hoy podemos caer en la tentación de pensar que por mi condición de cristiano estoy fuera de toda culpa. Es con ir a misa tengo licencia para juzgar a todos. Repito, no podemos reducir el cristianismo a una serie de prácticas externas.

Pidamos al Señor que nos ayude. Pidamos que Dios purifique nuestro corazón y así pueda sacar del mismo obras de vida eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 7,14-23): En aquel tiempo, Jesús llamó a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga».

Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaban sobre la parábola. Él les dijo: «¿Así que también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado?» —así declaraba puros todos los alimentos—. Y decía: «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre».