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Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas

El Señor siempre tenía palabras muy duras para los escribas y fariseos. ¿Por qué tanta corrección a un grupo de personas religiosas que cumplía la ley al pie de la letra? Debemos recordar que el fariseo hacía un esfuerzo consciente para cumplir los mandamientos divinos. ¿Que maldad hay en ello?

El problema es que estos hombres religiosos caían en él mismos error que muchas veces hemos caído nosotros. Reducimos la fe a un conjunto de normas por cumplir. Pensamos que hacer la voluntad de Dios es hacer unos ritos externos, olvidándonos de lo más importante: el amor.

El amor es una experiencia divina. Es decir, primero experimentamos el perdón y la misericordia de Dios y luego, desde esa experiencia, amamos a nuestro prójimo incluyendo a nuestros enemigos. Ese es el centro de nuestra fe. Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Lo demás es añadidura. ¡Adelante!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 23,23-26): En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña y codicia! ¡Fariseo ciego, purifica primero por dentro la copa, para que también por fuera quede pura!».

Ven y lo verás

¿De un acontecimiento trágico puede salir algo bueno? Es la interrogante existencial que los seres humanos se han hecho desde tiempos inmemoriales. Todos tendemos a desconocer la presencia de Dios en los acontecimientos adversos. Nos llega la duda de la fe.

Los cristianos son aquellos que, entre otras cosas, son capaces de aceptar los sufrimientos diarios, subirse a la Cruz y bendecir a Dios en todo tiempo. Somos aquellos que sabemos mantenernos en pie cuando todo es contrario a nuestras fuerzas o expectativas. Somos los hijos de Dios que proclamamos nuestra fe en todo tiempo.

¡Gritemos a Dios con fuerza! Digamos que Jesús es verdaderamente el mesías y nuestro Salvador. La fe es probada, y crece, en medio de la prueba. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 1,45-51): En aquel tiempo, Felipe se encontró con Natanael y le dijo: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Le dice Felipe: «Ven y lo verás». Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».

Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible

Muchas veces enfrentamos desafíos que nos parecen imposibles de superar. La vida nos presenta dificultades que nos hacen pensar que no podemos más. Contemplamos nuestras propias debilidades y decimos: ¿quién podrá salvarme?

En Dios todo es posible. Es posible dejar cualquier apego material o afectivo. Es posible renunciar a todos los ídolos de este mundo. Es posible superar cualquier obstáculos que nos impida hacer la voluntad de Dios.

Tengamos Fe. Nunca desfallezcamos. Dios todo lo puede, como decía Santa Teresa: SOLO DIOS BASTA. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 19,23-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos». Al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: «Entonces, ¿quién se podrá salvar?». Jesús, mirándolos fijamente, dijo: «Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible».

Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?». Jesús les dijo: «Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros».

¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?

El mayor en el reino de los Cielos es aquel que se hace pequeño. Es el hermano o hermana que sigue el camino de Jesús ocupando siempre el último lugar, haciéndose así mismo el servidor de todos.

Normalmente hacemos todo lo contrario. Queremos ser grandes en fama y riqueza para poder ostentar dicho poder sobre los demás. No es así es en el mundo cristiano. Los hijos de Dios tenemos la misma naturaleza de Jesús que no “retuvo ávidamente su dignidad”. Los cristianos estamos llamados a ocupar siempre los últimos lugares en una actitud constante de servicio a los demás.

Ser pequeños es el camino de la vida. Ser humildes es la clave de la felicidad. Pidamos a Dios la gracia de hacer su voluntad. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,1-5.10.12-14): En una ocasión, los discípulos preguntaron a Jesús: «¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?». Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos. ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».

El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna

Perder la vida es hacer siempre la voluntad de Dios. Perder la vida es amar al prójimo incluyendo a nuestros enemigos. Perder la vida es poner en práctica del evangelio y vivir totalmente desapegado de los ídolos de este mundo.

Nos pasamos la vida construyendo una vida según esquemas materiales. Vivimos enfocados en el tener. Nos atraen los lujos, la fama y el dinero. Todo eso es precario y desaparecerá. Lo único eterno es el amor de Dios que nos transforma en sus hijos y nos permite salir de nuestros egoísmos para vivir una vida de entrega y servicio a los demás.

Seamos verdaderos hijos de Dios. Amemos a nuestros hermanos y hermanas. Demos la vida por los demás. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Jn 12,24-26): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará».

Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará

Hermanos, ¡perdamos la vida! Ese es el llamado de nuestro Dios. Jesús nos dice que si nos aferramos a los bienes materiales como si ellos pudieran darnos la felicidad verdadera estamos perdidos.

Apegarnos a los ídolos de este mundo es como construir una torre sobre una plataforma de arena. Tarde o temprano colapsará. No nos apoyemos en arena: afectos desordenados, abundancia de bienes o costumbres obsesivas. Todo es perecedero. Solo el amor de Dios es eterno.

Al renunciar a todo lo que no es Dios recibimos el ciento por uno en añadidura. No existe mayor libertad que saberse desapegado de todo. Ese es el camino de la vida. Ese es el camino del amor de Dios. ¡Amén!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 16,24-28): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O, ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino».

Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas

Suscitar la Fe es el propósito fundamental de todo milagro físico. Cuando el Señor hace un milagro no solo busca solucionar un problema material, más bien sabe que lo que más necesitan las personas es un encuentro personal con Dios. No puede haber milagro físico sin milagro moral-espiritual.

Muchos de nosotros pedimos milagros. Oramos al Señor para que nos cambie la historia. No nos gusta lo que sucede en nuestras vidas. Más sin embargo, Dios permite muchas cosas para ayudarnos en nuestro camino de salvación. El sufrimiento no carece de sentido en el plan divino. Nuestro Dios lo utiliza como medio de purificación.

Pidamos al Señor que podamos creer que Él siempre está presente en todo. Seamos como aquellos que bendicen a Dios en todo momento. Aquellos que sabe al final nuestro Señor lo ha hecho todo muy bien. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 15,21-28): En aquel tiempo, Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada». Pero Él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: «Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros». Respondió Él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel». Ella, no obstante, vino a postrarse ante Él y le dijo: «¡Señor, socórreme!». Él respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». «Sí, Señor -repuso ella-, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas». Y desde aquel momento quedó curada su hija.

¡Ánimo!, que soy yo; no temáis

Tenemos momentos en nuestra vida donde nos sentimos zarandeados por los vientos impetuosos de un acontecimiento adverso o sufrimiento terrible. Nos parece que la barca de nuestra existencia va a zozobrar. Nos sentimos como perdidos en la oscuridad, ¿quién podrá salvarnos?

Son esos precisos momentos los que nos hacen crecer en la Fe. Solo tenemos dos opciones:
Creemos en el poder Salvador de Jesús o nos hundimos en nuestra miseria. ¿Qué eliges? La buena noticia es que hemos sido invitados por Dios a poner nuestros ojos fijos en Jesús y apoyarnos en su misericordia.

No dudemos nunca del amor de Dios. Tengamos la seguridad que en medio de la noche más oscura brillarán en todo su esplendor nuestro mesías y Señor. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,22-36): En aquellos días, cuando la gente hubo comido, Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.

La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, que soy yo; no temáis». Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas». «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».

Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados.

Comieron todos y se saciaron

La gente anda, sobre todo en este tiempo de pandemia, inquieta y temerosa. El miedo al contagio invade el corazón de casi todos. ¿Quién podrá sacarnos de tanta incertidumbre? ¿Quién puede darnos la vida que no puede ser vencida por la muerte?

Jesús en su tiempo curó a muchos. Sus milagros eran signo de lo que realizaba o quería realizar en el corazón de cada uno de los que le seguían o escuchaban. Las manifestaciones de su poder divino tenían un único objetivo: suscitar la fe. La fe produce vida eterna. Es decir, el que cree en el Señor y acoge su palabra en el corazón experimenta el paso de la muerte a la vida.

Hoy también el Señor nos quiere dar el alimento de su palabra. Nos quiere dar panes y peces del cielo. Nos pide que comamos su cuerpo y bebamos su sangre en la eucaristía y que mediante la experiencia pascual salgamos del miedo y la desesperanza. Solo Él tiene palabras de vida eterna. Solo Él puede, mediante su amor, hacernos salir de nuestras inseguridades y permitir que quedemos saciados de su paz. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,13-21): En aquel tiempo, cuando Jesús recibió la noticia de la muerte de Juan Bautista, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras Él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos.

Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida». Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer». Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Él dijo: «Traédmelos acá».

Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.