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Venid y comed

La pascua es una eucaristía plena. Es el sacramento de la acción de Gracias donde celebramos el misterio Pascual. En ella, el mismo Señor se nos da en su cuerpo y sangre. ¿Qué no podemos comulgar ahora por el tema del coronavirus? No te pongas triste, que tenemos a nuestro alcance la comunión espiritual.

El Señor se nos da cada día. En la oración profunda y sincera. En los acontecimientos que se nos presentan. En el perdón que pedimos y damos todos los días. En fin, Cristo está hoy más cerca que nunca. ¡Tócale!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 21,1-14): En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

¿Habéis entendido todo esto?

Leer las escrituras puede en algún momento resultar confuso y ambiguo. Hay en ella un lenguaje especial. Jesús habla en parábolas pero también se utilizan figuras literarias propias de su tiempo. Hace falta entenderlas en su contexto y con la asistencia del Espíritu Santo.

Cuando se habla del Reino de los Cielos se le quiere comparar a realidades que son comunes a las personas sencillas de la antigua Palestina. Lanzar las redes y la figura del escriba son ejemplos concretos de realidades que se daban en la Galilea y Judea de los tiempos del Señor.

En el tiempo de Jesús la palabra “escriba” designaba a una clase de hombre a quien se le había instruido en la Ley. Se dedicaba al estudio sistemático y la explicación de la Ley. Pertenecía al grupo de los maestros de la Ley o los versados en ella.

Cuando un hombre como este reconocía a Jesús como Mesías y Señor era como llevar esa Ley que había estudiado y en la que creía a su máxima expresión. Era “sacar de sus arcas lo nuevo y lo viejo”. ¡Una verdadera bendición! ¿Qué es esto nuevo? Reconocer que el AMOR de Dios era Jesús hecho hombre, muriendo y resucitando por él. Reconocer que el “Shemá Israel”, el mandamiento de la Ley, se realiza plenamente en Jesucristo.

Ser de los “peces buenos” es precisamente eso. Una persona que reconoce el amor de Dios en su vida diaria, que responde a los acontecimientos de su vida con ese mismo amor, es de los “peces buenos”. Ser justo es reconocer que amar es cumplir la ley entera y estar dispuesto a que se cumpla en su vida.

¡El Reino de los Cielos ha llegado ya! No más lutos ni llantos ni pesares. ¡Resucitó!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,47-53): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.