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María ha elegido la mejor parte

¿Elegimos la mejor parte de la vida? Puede ser que nos pasemos el tiempo preocupados y afanados por las mismas cosas superfluas e innecesarias de las que se ocupan las personas sin fe. No sea así entre los cristianos.

La vida nos viene de estar siempre en la presencia de Dios. Adorar al Señor y servirle en todo momento es la verdadera misión de toda persona de fe. Ciertamente, estamos en el mundo para hacer, como la levadura en la masa de harina, fermento de todos. Los cristianos son como antorchas vivas que iluminan las tinieblas del mundo. Esto se hace haciendo la voluntad de Dios. Amándole con todo el corazón, el alma y la mente.

La vida cristiana es de acción contemplativa. Vivimos en el mundo pero no somos del mundos. Amamos a todos y con nuestros hechos damos testimonio creíble de Dios. Con el corazón puesto en el Señor, cambiemos el mundo para mejor. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada».

Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel

La Virgen María es imagen de todo cristiano. Ella nos enseña el camino que conduce a su hijo Jesucristo. No muestra la senda que nos lleva a la vida eterna.

Dicho camino no es fácil. Es por eso que Jesús nos dice que entremos por la puerta estrecha. Y más en este mundo donde los valores han cambiado tanto. Parece que llegará el momento es que pensar y actuar como cristiano será motivo de condenación.

¡Ánimo! La Virgen María sufrió las consecuencias de decirle sí a Dios. Sin embargo, si obediencia santa nos ha hecho experimentar la resurrección. Vivamos como la Virgen Maria, siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios en todo.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,33-35): En aquel tiempo, el padre de Jesús y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Dios con nosotros

La generación de Jesús es el resultado de una trayectoria de santidad. Nuestro Dios ha querido hacer nacer de la santísima Virgen María al salvador del mundo entero. Ella, digna representante de su pueblo, fue humilde y solicita a la hora de acoger el anuncio del arcángel Gabriel.

Es bueno y oportuno celebrar el nacimiento de nuestra madre. Ella ha sido la puerta por la cual a entrado a nuestras vidas el mesías. Ha sido ejemplo de docilidad a la hora de cumplir la palabra de Dios. Gracias a que ella existió hemos podido celebrar, junto con ella, las maravillas de Dios.

Seamos con el Enmanuel que significa Dios con nosotros. Imitemos a Jesús que en todo obedeció a su madre y la amó tanto que nos la entregó desde la cruz para que la acogiéramos en la casa de nuestros corazones. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 1,1-16.18-23): Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David.

David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatam, Joatam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia.

Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliakim, Eliakim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoq, Sadoq engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán, Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.

La generación de Jesucristo fue de esta manera: su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel», que traducido significa: “Dios con nosotros”.

Sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra

El cristiano está llamando a elegir la mejor parte. Lo mejor de esta vida no es el dinero, la fama o el poder. Lo más valioso de esta vida presente no es tener trabajo, afectos humanos y reconocimiento de la sociedad. Lo más importante en la vida es encontrarse con el Señor.

Vivimos en mucho afanes. Estamos siempre con la mente ocupada en los temas mundanos. Casi nunca nos damos la oportunidad de silenciar el ruido mundanal y estar en la presencia silenciosa de nuestro Dios. Él que logra la paz interior, transforma su alma y es capaz de vivir cada día en una alegría maravillosa.

Nunca perdonamos la intimidad con nuestro Señor. Estemos siempre en su presencia. Iluminemos todas las cosas y todas nuestras acciones con la luz de su palabra. Solo así estaremos siempre en el lado bueno de la vida. Así seremos verdaderos cristianos. Amén

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».

Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis

La pobreza espiritual es la peor de todas. Alguno puede escandalizarse con esta sentencia pero es verdad. ¿De qué nos vale tener todo el dinero del mundo si al final estamos vacíos espiritualmente y como muertos en vida? La abundancia de bienes no asegura la vida plena. Es por eso que conocemos cientos de celebridades ricas que han cometido suicidio. Son ellos una prueba que confirma que los bienes materiales, por sí solos, no dan la vida.

Nuestra vida debe ser entregada a Dios. La Semana Santa es tiempo donde aprendemos aún más a morir al pecado y vivir para Dios. La pasión, muerte y resurrección de Jesús es un camino maravilloso al cual estamos invitados. La Pascua nos ofrece la oportunidad de recorrer con nuestro Señor el camino que lleva a Jerusalén a morir y resucitar con él.

Pidamos al Señor que nos conceda un buen triduo pascual. Seamos hombres y mujeres pascuales. Vivos para Dios y muertos al pecado. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 12,1-11): Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa.

Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?». Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis».

Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»

Nada es imposible para Dios. Si nos apoyamos en nuestras fuerzas no podremos hacer nada. Somos muy frágiles y pecadores. Necesitamos en todo de la ayuda divina. ¿Quién podrá salvarnos?

Nuestro Dios ha hecho nacer a su hijo de una Virgen. María es imagen de todo cristiano porque ha dicho que sí a la palabra de Dios. Ha puesto en práctica lo dicho por el Ángel y eso ha redundado en gracias abundastes para ella y toda la humanidad.

En este tiempo de adviento esperemos, como la Virgen María, que en nosotros nazca Jesús. Preparemos nuestro corazón para recibir al rey de reyes, Cristo, que viene a salvarnos de todos nuestros pecados. ¡Tranquilos! Para Dios nada es imposible.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,26-38): En aquel tiempo, fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

Te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola

Cada día trae su propio afán. Estamos sometidos a un activismo diario que perturba nuestra tranquilidad interior. Nos parece que el tiempo no nos y la ansiedad es la norma en nuestra vida. ¿Cómo afrontar esta situación desde la fe? Con la oración.

La comunicación asidua y continua con el Señor es fundamental para vivir en plenitud. Necesitamos estar siempre en la presencia de Dios. No quiere decir que dejemos de trabajar o de atender los asuntos de nuestro tiempo. Lo que significa este llamado urgente a la oración es que todo es vanidad y que lo más importante es saber que Dios es el principio y fin de todo lo creado.

Pidamos al Señor la gracia de la oración. Necesitamos vivir en su presencia. Vivir en su gracia es lo más importante. Estemos a sus pies contemplando siempre su amor eterno. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada».

¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!

El sufrimiento es parte de la vida. Todos los miles de millones de seres humanos que habitan nuestro planeta lo experimentan a diario. Sufrir es inevitable, ¿cómo podemos vivirlo desde la fe cristiana?

Jesús nos mostró el camino de la vida eterna. Nos enseñó que sufrir purifica nuestra alma. La acerca a Dios y nos hace hace crecer en la fe. El sufrimiento nos muestra lo que hay en nuestro corazón, lo débiles que somos y nos hace apoyarnos en la roca firme que es Jesús. Como dice la escritura: “me hace bien el sufrir”.

Hoy estamos invitados a vivir el sufrimiento en la fe. Sabes que Dios nos ama y permite acontecimientos que nos ayudan a crecer y ser más fuertes interiormente. ¡No desesperemos! ¡Cristo ha resucitado! ¡Dios nos ama ciertamente! ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,33-35): En aquel tiempo, el padre de Jesús y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola

Vivimos afanados y preocupados todos los días. Estamos en un continuo esfuerzo diario por tener más cosas y alcanzar nuestras metas materiales. En medio de tanto ajetreo, existe el peligro de descuidar lo más importante: Dios

Los cristianos somos aquellos que centramos nuestro corazón en el Señor. Estamos siempre en la presencia divina y desde ahí podemos vivir en plenitud. Nada está por encima de la voluntad de Dios. Nadie puede alejarnos el amor del Señor.

No caigamos en la tentación de centrar nuestra vida en las cosas que perecen. Busquemos siempre los bienes divinos. Lo demás vendrá por añadidura. Amén.

Leer:
Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».

Mujer, aquí tienes a tu hijo

¿Quién como una madre? Ciertamente, nuestra madre es el regalo más hermoso que Dios nos ha dado. Ayer, en medio de la gran solemnidad de Pentecostés, en el orden civil se celebraba el llamado “día de las madres”. Es bueno recordar en un día lo que debemos tener presente todos los días de nuestra vida. Incluso, es un mandamiento de la ley de Dios: “honrar a padre y madre”.

Más maravilloso es que el mismo Jesucristo ha querido dejarnos en herencia a su propia madre. Desde la cruz nos deja a su madre querida y pide que la acojamos en nuestra casa. Es decir, que le tengamos especial cariño porque ella es la intercesora por excelencia entre nosotros y su hijo Jesucristo. ¿Podrá Jesús negarle algo a su propia madre?

¡Bendigamos a Dios! Tenemos una madre aquí en la tierra y otra en el cielo. El Señor nos ha amado tanto que nos ha premiado con doble ración de amor. Digámosle a Dios: ¡Gracias! ¡Amén!

Leer:
Texto del Evangelio (Jn 19,25-27): Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.