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En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso

Dicen los hechos de los apóstoles que “eran pobres hombres, como tú y cómo yo”. Es decir, que los que Jesús eligió para acompañarle en la misión de anunciar la buena noticia era personas comunes que por gracia de Dios hicieron cosas extraordinarias.

Así somos nosotros. Hombres y mujeres pecadoras que hemos sido elegidos para cosas grandes. A nosotros el Señor nos ha dado una misión. La de hacer presente, en medio de esta generación, de que Jesús ha vendido la muerte y vive para que nosotros tengamos vida.

Digamos si a la llamada de Dios. No nos quedemos en nuestra burguesía. No nos quedemos en nuestros proyectos individualistas. Seamos generosos y pongamos a disposición del Señor nuestra vida para que Él haga con nosotros lo que quiera. ¡Amén!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 3,13-19): En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.

Eligió doce de entre ellos

La elección de DIos es gratuita y misteriosa. El Señor elige según le place a aquellos que luego envía para realizar su misión. De entre sus discípulos elige apóstoles que evangelizan a los que Él mismo quiere salvar.

Jesús sana todas las heridas. Mediante su acción salvifica transforma el corazón de todos los seres humanos. Y su obra se realiza mediante la disponibilidad de hombres y mujeres que dicen si a su llamada. Es por eso que nos invita a decirle que si a su llamada.

¡Ánimo! Digamos si al llamado de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

Subió al monte y llamó a los que Él quiso

La elección de Dios es una iniciativa gratuita de amor y perdón. Es un misterio. ¿Por qué nos ha elegido Dios? ¿Por qué ha pensado en nosotros y no en otros? Nadie puede saberlo.

Lo que sí debemos reconocer es que Dios a nosotros nos ha amado y nos a elegido gratuitamente. De lo profundo de nuestro corazón nace naturalmente un amor inmenso a Dios porque no se ha fijado en nuestros pegados y nos regala la gracia de ser sus hijos.

Bendigamos a Dios y pidamos que podamos corresponder a su amor.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 3,13-19): En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.

Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso

Dios crea a todos los que habitamos este planeta tierra con una misión o encargo. Nadie está fuera del plan de Dios. Para nuestro Dios Padre todos somos su obra creadora y estamos llamados a vivir la vida con sentido y plenitud.

Nuestro Señor Jesús no actuó solo. Como fruto de la oración, pudo elegir al equipo íntimo que le acompañó y ayudó en su misión aquí en la tierra. Ellos son imagen nuestra. Nosotros, al igual que ellos, estamos llamados a una misión importante: expulsar dominios en su nombre. ¿Esto que significa?

Jesús nos da de su espíritu para que podamos ser reflejos del amor de Dios. Existen muchos demonios en este mundo que fomentan el odio, resentimiento, división, y amargura. Estos demonios son expulsados de nuestro corazón en el poder de Jesús.

Hoy nos llama el Señor y nos invita a seguirle y bendecirle. Estemos hoy dispuestos a realizar en nuestra vida el Amor de Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 3,13-19): En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.

Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia

La misericordia es una de las caras más hermosas del amor de Dios. Si empezáramos a contar los hechos donde hemos sido testigos del amor de Dios nunca acabaríamos. El Señor ha sido bueno con nosotros y estamos alegres.

Una de las maravillas de Dios es que nos ha elegido. Esta elección es un don gratuito. Así como eligió a Juan El Bautista desde antes de su nacimiento así lo ha hecho con nosotros para manifestar su amor. 

Abrir nuestro corazón a la misericordia nos hace crecer en gracia y sabiduría . Nos convierte en testigos fieles de su amor. En este día celebremos el poder de Dios que hace el milagro de hacernos nacer a una vida nueva.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,57-66.80): Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados. 
Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.

No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros

La elección de Dios es un misterio de misericordia y amor. Nos han enseñado que hemos sido nosotros los que elegimos ser buenos y cristianos. Que hicimos una opción por Dios y a partir de esta decisión nuestra no entendemos porque otros no hacen lo mismo.

La verdad es que Dios, en su plan de salvación con cada uno de nosotros, es que nos elegido. La iniciativa de amor ha sido de Él. 

Con sorpresa leí ayer que en Islandia todas las personas menores de 25 años se han declarado ateos. ¡Impresionante! Informan, como si fuera un avance, que son el primer país del mundo en contar con una generación entera de ateos. ¿Por qué ellos no han elegido a Dios? ¿Por qué Dios con ellos no ha tenido la iniciativa? Es un misterio.

Lo que sí es cierto es que Dios nos pide que amemos a esa generación y a todas las que como ellos a lo mejor ni creen en Dios. Estamos invitados a amarnos y amar a todos los hombres y mujeres del mundo. Hemos sidos elegidos por Dios para el amor en todas sus dimensiones. ¿Estás dispuesto?

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 15,12-17): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros».

Salía de Él una fuerza que sanaba a todos

Jesús oraba intensamente y en todo tiempo. Cuando se enfrentó al reto de elegir a sus apóstoles o círculo más cercano lo puso en oración. Pasó la noche en el monte orando estando en comunión con su Padre Dios. ¿De dónde le venía la fuerza a Jesús? De la oración.

Los apóstoles, luego de ser elegidos, son enviados a hacer lo mismo que hizo Jesús: predicar y sanar. Fueron enviados a todas las naciones de la tierra a predicar que el reino de los cielos había llegado ya y que se manifestaba en la curación del cuerpo y del alma de todos lo que acogían en su corazón el mensaje de salvación. ¿Con qué fuerza hicieron los apóstoles este ministerio? Con la fuerza de la oración.

Hoy el Señor nos envía al mundo con la misma misión y nos invita, con su ejemplo, a apoyarnos en la misma fuerza: la oración. ¡Nunca dejes de orar! Esa es la fuerza misma de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor. 
Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.

Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador

Siempre me ha impresionado escuchar el decálogo de alcohólicos anónimos. En su primer principio está “reconocer que tienen un problema”. Pareciera que lo más difícil para alguien que padece algún vicio o adicción es reconocer que lo tiene. Esa es la mayor de todas las dificultades.

En la base de todo conflicto o malestar está nuestra incapacidad de reconocer nuestra contribución al problema, es decir, que somos también culpables o responsables. Tendemos siempre a excusarnos y defendernos.

Debemos hoy en primer lugar reconocernos pecadores para que también hoy podamos valorar la maravillosa elección que Dios ha hecho en nuestra vida.

Somos elegidos por Dios no por nuestras virtudes. Su misericordia es inmensa y eso nos hace merecedores de su amor. Disfrutemos hoy de la misericordia de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 5,1-11): En aquel tiempo, estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. 
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.

Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca

La elección de Dios es un misterio. Dios escoge a aquien quiere, cuando quiere y como quiere. Intentar razonar esta realidad es una perdida de tiempo.

Debemos hacer conciencia, aquellos que nos sentimos elegidos por Dios, que nuestro proyecto de vida depende totalmente de la elección divina. Nuestra vida profesional, familiar y afectiva está en función de lo que Dios quiere con nosotros.

Hemos sido elegidos para una misión muy concreta: anunciar y hacer presente el Reino de Dios. Es cierto que este envío a proclamar la buena noticia puede concretarse de diversas maneras. Ha llegado el momento en que descubras de que manera Dios quiere que seas portador de su mensaje.

Eres discípulo de Cristo y como tal tienes la importante encomienda de predicar en tus ambientes las maravillas que Dios ha hecho. ¡Ánimo! ¡El está contigo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 10,1-7): En aquel tiempo, llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó. A éstos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca».

Se pasó la noche en oración con Dios

Dice la escritura que de Él “salía una fuerza que sanaba a todos”. Si le preguntáramos a los niños y niñas de nuestro tiempo sobre esta “fuerza” pensarían inmediatamente en los superpoderes que sus personajes favoritos. ¿Cuál es esta “fuerza” que emana de Jesús?

La palabra pone a Jesús en innumerables ocasiones en actitud de oración. Jesús vive en constante e incesante oración. El Señor ora siempre en los momentos más importantes como la elección de sus apóstoles o ante su muerte inminente. En la Cruz ora al Padre celestial y ante panes y peces de igual forma realiza oración de bendición.

Esta FUERZA a Jesús le viene de la ORACIÓN. ¿Alguna vez te has sentido sin ganas de vivir o sin fuerzas para realizar una tarea importante? ¿En algún momento has sentido el peso duro de la vida y no tienes ganas de seguir adelante? Si tu respuesta es sí, el Señor te propone la oración.

La oración es más que comunicación con Dios. Ella es fuente de vida. La oración nos “conecta” con la vida eterna que nos ofrece nuestro Padre celestial. Es ella camino de vida. Vamos recorrer esta vía santa.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.