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Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo

Jesús no fue reconocido por muchas personas de su tiempo. Pensaban que era un profeta más o un simple carismático que curaba y predicaba. El pueblo judío no le reconoció como su mesías esperando. Y tú, ¿qué dices de él?

Para poder ser perdonados por nuestros pecados y experimentar la salvación de Dios, es fundamental reconocer a Jesús como nuestro Salvador y mesías. Alguno podrá decir “pero yo le reconozco”. Sin embargo, en nuestras acciones diarias estamos negando a Jesús. Le quitamos autoridad a su palabra y preferimos llevarnos de todos los memes, mensajes de WhatsApp, publicaciones de redes sociales y palabras de “expertos” en la felicidad según una visión puramente material.

Nuestro Señor es el hijo de Dios que vino a quitar el pecado del mundo. Nos viene a liberar de las ataduras que nos hacen creer que la vida está en los ídolos de este mundo. Hoy es un buen día para proclamar solemnemente nuestra fe en Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre que nos resucita de la muerte. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Ella, levantándose al punto, se puso a servirles

El anuncio de la buena noticia se concretizaba, en tiempos de Jesús, con señales y prodigios. Una característica fundamental de la misión de Jesús aquí en la tierra era que los enfermos quedaban sanos y los endemoniados liberados de sus posesiones. La buena nueva del evangelio produce liberación y sanación. ¿De qué te ha sanado Dios?

La fiebre, como la que padecía la suegra de Simón Pedro, es símbolo de todas las enfermedades físicas y espirituales que tenemos o hemos tenido. La enfermedad nos impide todo. No nos permite servir, amar, donarnos, perdonar; en fin, nos impide amar al prójimo. 

La buena noticia consiste en que Jesús viene a darnos salud hoy. Pídele a Dios, como los presentes le rogaron por la suegra de Simón Pedro. La clave está en la oración de Fe y humilde. Si! Ora, porque esa es el arma que Dios pone a nuestro alcance para poder ser liberados. Pídele al Señor tu liberación y Él te ayudará. ¡Ánimo! Te Fe.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 4,38-44): En aquel tiempo, saliendo de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo Él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo. 

Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde Él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero Él les dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado». E iba predicando por las sinagogas de Judea.

Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó

Todos hemos estado enfermos en algún momento de nuestra vida. Para muestra un botón, la “Chinkunguya” arrasó con la población dominicana. Fiebres, dolores y vómitos fueron algunos síntomas y padecimientos que tuvieron aquellos atrapados por esta terrible enfermedad. ¿Esta es la peor forma posible virus o epidemia?

Ciertamente las enfermedades afectan nuestra vida cotidiana. Nos impiden ir al trabajo, disfrutar de nuestro tiempo de ocio y vivir de manera normal y tranquila. Sin embargo, existe un peor estado de salud y este es el de la salud espiritual.

Cuando tenemos “fiebre espiritual” no queremos servir ni tenemos ánimos para la vida. Nos encontramos en una situación de desgano y escándalo de nuestra vida. Nos sentimos tristes, solos y abandonados. ¿Estás en una situación parecida?

Quizás te pasa igual que la suegra de Simón. Tienes una fiebre “espiritual” que te impide servir, amar y perdonar. Estás como paralizado por el odio, rencor o rechazo a los demás. Tienes hoy un resentimiento contra tu padre, esposo, o amigo. Tienes la “chinkunguya espiritual”. ¿Cómo puedes sanar de esta terrible enfermedad?

El tratamiento que cura toda dolencia es Jesucristo. Tener un encuentro personal con Jesús nos hace sanar y abrirnos a formas nuevas de vivir. Él cura nuestras dolencias físicas y espirituales porque en su presencia, el amor de Dios, se hace cercano y ¡VIVO!. ¡Ánimo! El Señor nos ama y quiere. Él es nuestra curación.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 4,38-44): En aquel tiempo, saliendo de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo Él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo.

Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde Él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero Él les dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado». E iba predicando por las sinagogas de Judea.