Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó

Todos hemos estado enfermos en algún momento de nuestra vida. Para muestra un botón, la “Chinkunguya” arrasó con la población dominicana. Fiebres, dolores y vómitos fueron algunos síntomas y padecimientos que tuvieron aquellos atrapados por esta terrible enfermedad. ¿Esta es la peor forma posible virus o epidemia?

Ciertamente las enfermedades afectan nuestra vida cotidiana. Nos impiden ir al trabajo, disfrutar de nuestro tiempo de ocio y vivir de manera normal y tranquila. Sin embargo, existe un peor estado de salud y este es el de la salud espiritual.

Cuando tenemos “fiebre espiritual” no queremos servir ni tenemos ánimos para la vida. Nos encontramos en una situación de desgano y escándalo de nuestra vida. Nos sentimos tristes, solos y abandonados. ¿Estás en una situación parecida?

Quizás te pasa igual que la suegra de Simón. Tienes una fiebre “espiritual” que te impide servir, amar y perdonar. Estás como paralizado por el odio, rencor o rechazo a los demás. Tienes hoy un resentimiento contra tu padre, esposo, o amigo. Tienes la “chinkunguya espiritual”. ¿Cómo puedes sanar de esta terrible enfermedad?

El tratamiento que cura toda dolencia es Jesucristo. Tener un encuentro personal con Jesús nos hace sanar y abrirnos a formas nuevas de vivir. Él cura nuestras dolencias físicas y espirituales porque en su presencia, el amor de Dios, se hace cercano y ¡VIVO!. ¡Ánimo! El Señor nos ama y quiere. Él es nuestra curación.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 4,38-44): En aquel tiempo, saliendo de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo Él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo.

Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde Él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero Él les dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado». E iba predicando por las sinagogas de Judea.

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