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Señor, si quieres puedes limpiarme

En tiempos de pandemia podemos reflexionar, de una manera más pertinente, sobre los diferentes tipos de enfermedades que pueden afectar al ser humano. Existen dolencias físicas, como el coronavirus, y otras afecciones espirituales que afectan el alma. Todos hemos padecido de algún virus que contagia nuestro ser.

Nuestro espíritu puede enfermar de orgullo, soberbia, odio, resentimiento, envidia, gula, avaricia, apego a los bienes materiales y diversas formas de afecciones espirituales. Dichas “fiebres” y “gripes” nos amargan la vida, nos roban el entusiasmo y nos meten en la tristeza. Necesitamos un buen médico que nos cure. ¿Quién nos devolverá la salud espiritual?

Nuestro Señor Jesús es nuestro médico que puede curarlo todo, no sólo las enfermedades físicas. Jesucristo es el doctor que sana nuestras dolencias y nos permite volver a ser personas felices y sin miedo. Pidamos al Señor que nos vacune de todo mal y nos proteja de todos los virus peligrosos que pueden matar nuestra alma. Confiemos en Él. Cristo es nuestro Salvador. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,1-4): En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio».

Si quieres, puedes limpiarme

La lepra es una enfermedad terrible. En la antigüedad era aún peor. No existía un tratamiento médico adecuado. Y para colmo, los que padecían dicha dolencia eran excluidos de la sociedad y declarados impuros. Nadie podía tocar un leproso. ¡Jesús si lo hizo!

Nuestro Señor Jesucristo tocó y sanó a los leprosos. Les mostró su amor. No los rechazaba. Les amaba y con su amor sanaba sus padecimientos. El amor lo cura todo. La cercanía de Dios transforma profundamente la vida de las personas.

Dejémonos tocar por el Señor. Permitamos que nos toque y nos transforme. Convirtamos nuestra vida en un testimonio vivo de amor de Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 1,40-45): En aquel tiempo, vino a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio».

Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes.

Señor, si quieres, puedes limpiarme

Jesús cura las enfermedades. Libera a los cautivos. Da la oportunidad de una nueva vida para todos. ¿Quieres participar de el milagro del Señor? Déjate tocar.

Fíjate que Jesús sanaba “tocando” a las personas. No le daba repugnancia la lepra ni cualquier otra enfermedad que padecieran las personas que le buscaban para sanar. Jesús le daba algo más. Le curaba de lo físico pero también transformaba su vida radicalmente.

El mismo mostraba con su ejemplo el camino de la salvación. No se complacía en la fama que adquiría por tantos signos prodigiosos que realizaba. Todo lo contrario. Se apartaba a lugares solitarios a vivir de lo que realmente importa: la relación íntima con Dios a través de la oración.

También nosotros podemos experimentar el encuentro personal con Jesús que todo lo sana y transforma. Solo basta que lo queramos. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 5,12-16): Y sucedió que, estando en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra que, al ver a Jesús, se echó rostro en tierra, y le rogó diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó, y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante le desapareció la lepra. Y él le ordenó que no se lo dijera a nadie. Y añadió: «Vete, muéstrate al sacerdote y haz la ofrenda por tu purificación como prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero Él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba.

Quiero, queda limpio

Muchas veces nos calcomen las enfermedades del alma. Dice la psicología profunda que todos los seres humanos desarrollan a lo largo de su existencia traumas, complejos y fobias. La buena noticia es que Dios puede curar todo tipo de enfermedad.

En un momento de la vida de Jesús le preguntan porque anda con publicanos y pecadores. Si respuesta fue que como médico de almas a venido por los enfermos y no por lo sanos. Lo cierto es que todo necesitamos ser dañados o curados de algo.

Es fundamental estar contentos porque en Jesús podemos encontrar paz y sanación interior. Solo debemos pedírselo. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,1-4): En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio».

Quiero, queda limpio

Las enfermedades siempre son males que nos aquejan y no nunca son bien recibidas. La salud es símbolo de bendición pero cuando tenemos que enfrentar una situación de deterioro de nuestra vida nos ponemos tristes y depresivos. ¿Por qué Dios permite que nos enfermemos?

Uno de los signos que acompañaron a Jesús en su misión por esta tierra fue precisamente su capacidad de sanar o curar. Cuando iba de pueblo en pueblo predicaba que el Reino de Dios había llegado y como signo de esta buena noticia los enfermos quedaban libres de sus dolencias físicas. ¿Hay algo peor que una lepra o discapacidad?

Todo estamos enfermos de algo. Tenemos traumas, complejos, vicios y situaciones enfermizas que no quisiéramos padecer. Unos celos obsesivos, una manía, un temperamento colérico; en fin, todo necesitamos de la sanación que nos ofrece en Dios en Jesús. ¿Quieres ser sano?

¡Grita a Jesús! Dile que te salve y sane. El tiene poder. Y ¿sabes que?  ¡EL QUIERE SANARTE!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,1-4): En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio».

Quiero; queda limpio

Hermanos y hermanas, ¡qué buena noticia! ¡Jesús quiere sanarnos! ¡Jesús te quiere sanar! ¡Jesús nos está sanando!

La lepra es símbolo de las enfermedades que muchas veces afectan nuestra alma. Estas enfermedades son nuestros odios, mentiras, lujurias, idolatrías y demás pecados que como dice la escritura todos tenemos.

La lepra deforma, afea, mutila y traumatiza. Lo mismo hacen los pecados en nuestra vida. Un alma fea es aquella que no se abre al amor. Que no se deja amar de Dios y que no transmite dicho amor a los demás.

Hermanos y hermanas. ¡Hemos sido sanados por Dios! Nuestras “fealdades” han sido “embellecidas” en el Amor de nuestro Señor. Este es el camino de la felicidad. Esta es la oferta que nos hace Dios que nos convierte en proclamado res y testigos de su Amor. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 1,40-45): En aquel tiempo, vino a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio».

Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes.