No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial

Edificar sobre arena es un absurdo desde el punto de vista de la ingeniería. Todos los cálculos dan como resultado que semejante obra tendría como consecuencia un desastre. ¿Por qué queremos “edificar” nuestra vida sobre bienes efímeros y proyectos pasajeros?

Este tiempo litúrgico en que vivimos nos invita a poner nuestro corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra. Se nos pide que recorramos el camino de la verdadera felicidad. Amar a Dios por encima de todas las cosas es lo más prudente que podemos hacer. Eso es edificar sobre roca.

La roca verdadera es Cristo que nos ama y da la vida por nosotros. Seamos felices. Seamos ingeligentes. Pongamos nuestra confianza solo en Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,21.24-27): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».

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