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¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

¡Feliz el que ha creido! Parece simple la expresión, pero así mismo es. El Señor nos ha regalado dicha porque hemos creido que lo prometido por Él en Jesucristo se cumplirá. ¿Cuáles son estas promesas?

Cuando el ángel se le aparece a Zacarías y luego a María, lo primero que dice es que aquello que ellos consideran imposible se podrá realizar. Eso es principio de dicha y felicidad en el Señor. ¿Cuántos imposibles tienes hoy?

La historia muchas veces se nos hace imposible de asumir. Son muchas las pruebas, sufrimientos y acontecimientos que nos hacen dudar e inclusive pedir explicaciones de Dios. Sin embargo, hoy el Señor nos invita a creer. ¡Dichoso el que cree! ¿En qué consiste esta creencia? Es que Dios da sentido a todo y su amor ilumina nuestras precariedades.

¡Ánimo! Que todos tengamos abundante luz en nuestras vidas y la confianza absoluta de que el Señor nos ama ciertamente.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,39-45): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres

Existen personas que basan su experiencia de Fe en la práctica piadosa de prácticas externas. Es cierto que es algo bueno y saludable mantener esta relación con Dios desde la práctica religiosa. Sin embargo, Dios quiere siempre llevarnos a un nivel más profundo y sincero de relación con Él.

Zacarías e Isabel son imagen de todo cristiano practicante, pero que tiene algún tipo de “oprobio” o sufrimiento que les hace dudar del amor de Dios. Muchos creemos en Dios pero no en sus milagros. Asistimos a misa pero no pensamos en Dios que se hace cercano y tiene poder de salvarnos. ¡Todos necesitamos vivir una experiencia profunda de Dios!

En estos tiempos de Navidad pidamos año Señor que nos envíe un ángel que nos haga ver su amor y poder salvífico. La Navidad es para que él mismos Dios nazca en nuestros corazones. ¡Alegría hermanos! ¡Jesús nacerá en nuestros corazones y nos salvará!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,5-25): Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad.

Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».

Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad». El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo».

El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres».

Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo

Es posible que algunos días o momentos del día nos sintamos tristes o cansados del agobio del día a día. Estamos sometidos constantemente a las preocupaciones normales de la vida. ¿Cómo pagaré las deudas? ¿Cómo le daré mejores condiciones de vida a mi gente querida? ¿Por qué me pasan cosas que no me gustan o me hacen sufrir? En fin, una sería de temas que si no las aceptamos nos pueden hundir en la tristeza y angustia.

Es por eso que necesitamos la visita de Dios todos los días. Cuando el Señor se aparece a través de la oración, la liturgia o una palabra de algún profeta quedamos como llenos del Espíritu Santo. Es decir, el gozo y la alegría de sentirnos amados de Dios y experimentar que todo es bueno nos hace saltar de gozo y en entrar en la paz del Señor.

Abrir nuestro corazón a la visita de Dios es la clave de nuestro camino hacia la vida eterna ofrecida por Dios a través de la Iglesia. Este es el ejercicio espiritual diario que nos da el máximo bien: el Espíritu Santo.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.