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Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador

¡Proclamemos las maravillas de Dios! Seamos una bendición para toda la humanidad que hoy, en medio de la pandemia, necesita tanta esperanza. Los hijos de Dios somos como antorchas encendidas que iluminan las oscuridades que existen en el corazón de las personas. Estamos llamados a ser sal, luz y fermento de la tierra porque sin nosotros el mundo carecería de la trascendencia necesaria para vencer las “muertes” que nos agobian.

Bendigamos al Señor en todo tiempo. Que en nuestra boca siempre esté un cántico de alabanza a nuestro Dios. Bendigamos a Dios por todo lo que ha hecho en nuestra vidas ¡Todo es bendición!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,46-56): En aquel tiempo, dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos».

María permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa.

Ha puesto los ojos en la humildad de su esclava

¡Hermosa la proclamación gloriosa de María! Ella, como nadie, sabe dar testimonio del amor de Dios manifestado en Jesús para con los humildes y pobres. ¿Quién se acuerda de los menos afortunados? Solo Dios y aquellos en los que se manifiesta el amor suyoz

Los pobres, humildes, hambrientos, pequeños y despreciados pueden estar contentos. ¡El Señor viene a salvarlos! ¡Liberarles de toda dolencia y dolor. Así que ánimo! Ya se acerca la fiesta del nacimiento del Señor Jesús en nuestros corazones. ¡Bendito sea el Jesús!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,46-56): En aquel tiempo, dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos».

María permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa.

Proclama mi alma la grandeza del Señor 

¿Cuál es la grandeza de Dios? Que ama al pecador, al débil, al enemigo. Si mis queridos hermanos, Dios ha mostrado en Cristo su naturaleza divina qué consiste, como dice el evangelio, en hacer salir su sol sobre justos e injustos, sobre buenos y malos. ¡Oh admirable misterio! 

Maria, siendo su criatura, por misericordia del mismo Dios pasó a ser madre de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. ¡Oh admirable misterio!

Pues esta virgen María, madre Jesús y madre nuestra, testigo de la crucifixión, siempre ha estado y está con su hijo, tanto en la muerte como en su resurrección. ¿Por qué no creer que el hijo quiera tener a su madre siempre cerca? ¡Oh admirable misterio!

Este misterio nos revela una gran verdad. El mismo Dios que ha hecho tantas maravillas en la siempre Virgen María, quiere también hacer lo mismo con cada uno de nosotros. ¡Oh admirable misterio! El misterio de nuestra salvación.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

Proclama mi alma la grandeza del Señor

Jesús vino al mundo a manifestar el amor de Dios. El Señor nace de una persona muy especial. María, siendo virgen, da a luz por obra y gracia del Espíritu Santo, al salvador del mundo entero. Esto es de por sí un momento de gozo y alegría.

María es modelo de todo cristiano. En ella podemos aprender muchas cosas. La primera cosa que podemos imitar es su acción de gracias. María, madre de Jesús y madre nuestra, entonó un himno de alabanza al Señor. Es una proclamación llena de gozo donde canta a las maravillas que Dios ha hecho en su vida. ¿Tú haces los mismo?

Ciertamente tenemos la costumbre de ver siempre el vaso medio vacío. Estamos siempre contemplando lo que no tenemos. ¡Ánimo! El Señor te invita hoy a contemplar con alegría las maravillas que Dios ha hecho en tu vida. Solo así podemos ser felices como Dios quieres.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Dicen los expertos en comportamiento humano que los seres humanos somos seres miméticos. Esto quiere decir que imitamos con frecuencia el comportamiento de los demás. Por eso es que los seguidores de un líder se parecen a ellos en su forma de hablar y hasta de gesticular. Tenemos la tendencia a “mimetizar” el comportamiento de los que ejercen influencia o poder sobre nosotros.

En las escrituras hay figuras bíblicas que encarnan de manera admirable rasgos específicos del comportamiento de Jesús. Desde Adán hasta Juan el Bautista tenemos hombres y mujeres que con su ejemplo nos inspiran y nos refieren a Jesús. Los santos y santas, canonizados oficialmente o no, también son personas dignas de emular. ¿Cuál sería el personaje más importante de todos ellos?

Sin duda, la persona que encarna de forma más plena la imagen de un cristiano es María, la madre de Jesús. Ella es imagen de la Iglesia y de todo cristiano, porque en ella se dan los comportamientos y acciones que deberíamos todos imitar, reproducir y seguir.

En el día de hoy, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, somos invitados por ella a la alegría, al gozo, a la felicidad.

María, madre de Jesús y madre nuestra, proclama con alegría las maravillas de Dios. Es ella, más que cualquier criatura que haya existido sobre la tierra, la que experimenta más plenamente el amor de Dios. Ella siendo hija de Dios fue elegida para ser la vía a través de la cual Dios decidió encarnar a su hijo aquí en la tierra. Los cristianos somos llamados, como María, ha “dar a luz” al hijo de Dios en esta generación, ser otro “Cristo” aquí en la tierra.

Nosotros somos llamados ha imitar a María. Hoy es el día propicio para cantar a todo pulmón el “Magnificat”. Hoy es el día para estar alegres en María, porque grandes cosas ha hecho el Señor en nosotros, ¿lo reconoces? ¿Has visto el amor de Dios en tu vida? Pues en el ejemplo de María podemos descubrirlo con mayor profundidad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.