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Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?

A ti, que estás leyendo este escrito, te pregunto: ¿alguna vez te has molestado con alguien o has sido violento? Me imagino, si respiras y comes, que tu respuesta será si. La verdad es que todos en algún momento de nuestra vida hemos experimentado algún nivel ira o violencia.

Normalmente esto sucede cuando algo o alguien no es como quisiéramos que fuera. Nos molestamos con todo lo que va en contra de nuestros esquemas. Nos resistimos a asumir la vida como es.

Es por eso que Jesús nos invita a ser siervos, humildes o pequeños. La misión del cristiano es ir a morir en el monte de Jerusalén, es decir, dar la vida por los demás. ¡Ánimo! Quien ama acepta todo y ama a todos.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,51-56): Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno

La naturaleza de Dios se ha manifestado de manera admirable en la tierra. No solo a través de la creación, sino también a través de la encarnación de su hijo. Esta maravillosa y única realidad de la historia de la creación, se realizó mediante una frágil mujer, la Virgen María.

Ella, María madre de Dios, es imagen de todos los cristianos que debemos albergar en nuestros corazones a Jesús y así ser liberados de la corrupción del pecado.

Ciertamente no somos inmaculados como María, pero ella en su pureza nos purifica de las manchas del pecado. Tenemos en la Virgen María la gracia de hacer realidad las maravillas de Dios que nos ama y salva de todos nuestros pecados.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

Proclama mi alma la grandeza del Señor 

¿Cuál es la grandeza de Dios? Que ama al pecador, al débil, al enemigo. Si mis queridos hermanos, Dios ha mostrado en Cristo su naturaleza divina qué consiste, como dice el evangelio, en hacer salir su sol sobre justos e injustos, sobre buenos y malos. ¡Oh admirable misterio! 

Maria, siendo su criatura, por misericordia del mismo Dios pasó a ser madre de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. ¡Oh admirable misterio!

Pues esta virgen María, madre Jesús y madre nuestra, testigo de la crucifixión, siempre ha estado y está con su hijo, tanto en la muerte como en su resurrección. ¿Por qué no creer que el hijo quiera tener a su madre siempre cerca? ¡Oh admirable misterio!

Este misterio nos revela una gran verdad. El mismo Dios que ha hecho tantas maravillas en la siempre Virgen María, quiere también hacer lo mismo con cada uno de nosotros. ¡Oh admirable misterio! El misterio de nuestra salvación.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

Proclama mi alma la grandeza del Señor

Jesús vino al mundo a manifestar el amor de Dios. El Señor nace de una persona muy especial. María, siendo virgen, da a luz por obra y gracia del Espíritu Santo, al salvador del mundo entero. Esto es de por sí un momento de gozo y alegría.

María es modelo de todo cristiano. En ella podemos aprender muchas cosas. La primera cosa que podemos imitar es su acción de gracias. María, madre de Jesús y madre nuestra, entonó un himno de alabanza al Señor. Es una proclamación llena de gozo donde canta a las maravillas que Dios ha hecho en su vida. ¿Tú haces los mismo?

Ciertamente tenemos la costumbre de ver siempre el vaso medio vacío. Estamos siempre contemplando lo que no tenemos. ¡Ánimo! El Señor te invita hoy a contemplar con alegría las maravillas que Dios ha hecho en tu vida. Solo así podemos ser felices como Dios quieres.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Dicen los expertos en comportamiento humano que los seres humanos somos seres miméticos. Esto quiere decir que imitamos con frecuencia el comportamiento de los demás. Por eso es que los seguidores de un líder se parecen a ellos en su forma de hablar y hasta de gesticular. Tenemos la tendencia a “mimetizar” el comportamiento de los que ejercen influencia o poder sobre nosotros.

En las escrituras hay figuras bíblicas que encarnan de manera admirable rasgos específicos del comportamiento de Jesús. Desde Adán hasta Juan el Bautista tenemos hombres y mujeres que con su ejemplo nos inspiran y nos refieren a Jesús. Los santos y santas, canonizados oficialmente o no, también son personas dignas de emular. ¿Cuál sería el personaje más importante de todos ellos?

Sin duda, la persona que encarna de forma más plena la imagen de un cristiano es María, la madre de Jesús. Ella es imagen de la Iglesia y de todo cristiano, porque en ella se dan los comportamientos y acciones que deberíamos todos imitar, reproducir y seguir.

En el día de hoy, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, somos invitados por ella a la alegría, al gozo, a la felicidad.

María, madre de Jesús y madre nuestra, proclama con alegría las maravillas de Dios. Es ella, más que cualquier criatura que haya existido sobre la tierra, la que experimenta más plenamente el amor de Dios. Ella siendo hija de Dios fue elegida para ser la vía a través de la cual Dios decidió encarnar a su hijo aquí en la tierra. Los cristianos somos llamados, como María, ha “dar a luz” al hijo de Dios en esta generación, ser otro “Cristo” aquí en la tierra.

Nosotros somos llamados ha imitar a María. Hoy es el día propicio para cantar a todo pulmón el “Magnificat”. Hoy es el día para estar alegres en María, porque grandes cosas ha hecho el Señor en nosotros, ¿lo reconoces? ¿Has visto el amor de Dios en tu vida? Pues en el ejemplo de María podemos descubrirlo con mayor profundidad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.