Porque han visto mis ojos tu salvación

Algunos privilegiados han tenido la dicha de ver físicamente al Señor Jesús. Vivieron con Él. Caminaban junto a Él. Reían y lloraban con Él. En fin, compartieron la existencia terrenal y fueron testigos oculares de sus milagros y predicación. ¿Es posible hacer la misma experiencia que esos hombres y mujeres hicieron hace dos mil años?

En el evangelio hay un pasaje que dice “dichosos aquellos que creen sin ver”. Es decir, aquellos que como nosotros no han visto físicamente al Señor pero le han conocido a un nivel mucho más profundo y cercano. A Jesús se le conoce y experimenta en lo profundo del corazón.

Simeón, hombre justo y piadoso, pudo ver y sostener en sus brazos al salvador del mundo. Nosotros podemos hoy, si abrimos nuestro corazón, sentir la presencia del Señor en casa momento, a cada instante de nuestra vida. Podemos, junto a Simeón, decir que hemos contemplado y vivido la salvación del mundo. La luz de Cristo ha iluminado nuestra vida y la ha hecho resurgir de la muerte. ¡Dichosos los que han visto y experimentado la presencia de Dios en sus vidas!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.

Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.

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