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¡Señor, sálvanos, que perecemos!

La tempestad y el mar son símbolos que representan, en algunos pasajes de las escrituras, la muerte, pruebas y sufrimientos que tenemos que enfrentar en el transcurso de nuestra vida. Todos los seres humanos nos vemos sometidos a momentos de angustia y desesperación, ¿quién podrá venir en nuestra ayuda?

Jesús es nuestro Salvador. Él tiene poder sobre todos los acontecimientos. A través de la palabra que sale de su boca podemos pasar de la inquietud a la paz y tranquilidad que solo puede brotar en el corazón de alguien que pone su confianza en Dios.

¡No tengamos miedo! Dios está con nosotros siempre. Aunque en este momento experimentamos los fuertes vientos de una tormenta existencial, Jesús está en la barca de nuestra vida y nos salvará. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,23-27): En aquel tiempo, Jesús subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero Él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?».

¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?

Cuando enfrentamos dificultades, sentimos que el mundo se nos viene encima. Sentimos que la vida pierde sentido. Nos parece que ya no vale la pena vivir. El sufrimiento nos invita a caer en la tentación de pensar que estamos solos, que Dios no nos quiere.

En medio de la tempestad del día a día tenemos la certeza de que Dios nos ama profundamente. Cuando las olas de lammuerte golpean nuestra existencia podemos tener la seguridad que tarde o temprano Dios aparecerá con todo su poder para salvarnos. Esa es la verdad. Esa es nuestra esperanza.

¡Ten confianza! ¡Dios te ama! Nunca te dejará solo. Nunca nos abandonará.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,23-27): En aquel tiempo, Jesús subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero Él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?».

¡Ánimo!, que soy yo; no temáis

No mires la violencia del viento. Pedro, impetuoso como siempre, pide al Señor que le conceda ir donde Él estaba. ¿Donde está Jesús? Caminando sobre las aguas; es decir, victorioso sobre la muerte.

No mires el agua, el viento, tus sufrimientos, tus dolores, en fin, todos aquellos aspectos de tu vida que consideras oscuros. Mira más bien a Jesús. Pon tu mirada en Él. ¡Ten Fe! ¿Qué cosa es tener Fe? Tener la seguridad puesta en Dios y saber, que los vientos fuertes de la vida, Dios lo permite para nuestro bien, para que podamos descubrí que en Jesús todo podemos lograrlo. 

¡Ánimo! No temas a nada ni nadie. El Señor está con nosotros y nos salva.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,22-36): En aquellos días, cuando la gente hubo comido, Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.
La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, que soy yo; no temáis». Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas». «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados.

¡Ánimo!, que soy yo, no temáis!

Todos tenemos momentos de “tormenta” en nuestras vidas. La enfermedad, muerte, sufrimiento propio y ajeno, son realidades que vivimos con relativa frecuencia. ¿A quien no le ha fallecido un ser querido, ha tenido un accidente o perdido un empleo? La vida es difícil y tiene sus momentos bueno y momentos malos.

En el evangelio Jesús siempre aparece en el momento que mas lo necesitamos. Es interesante observar que el no quita el sufrimiento de nuestras vidas y muchas veces parece tardar demasiado en venir en nuestra ayuda. Lo importante es saber que siempre aparece y nos salva.

¡Ánimo! Podemos estar en medio de una tormenta pero tenemos la esperanza y la seguridad que Dios nos ayuda SIEMPRE. Ten confianza.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,45-52): Después que se saciaron los cinco mil hombres, Jesús enseguida dio prisa a sus discípulos para subir a la barca e ir por delante hacia Betsaida, mientras Él despedía a la gente. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar. Al atardecer, estaba la barca en medio del mar y Él, solo, en tierra.

Viendo que ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar y quería pasarles de largo. Pero ellos viéndole caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos le habían visto y estaban turbados. Pero Él, al instante, les habló, diciéndoles: «¡Ánimo!, que soy yo, no temáis!». Subió entonces donde ellos a la barca, y amainó el viento, y quedaron en su interior completamente estupefactos, pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada.

Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?

Estamos en una época donde el “soplo de los vientos” está de moda. Los vientos soplan y las personas parecen vivir en función de la dirección que indiquen los mismos. También significan algo más que una simple metáfora.

La vida está llena de situaciones de “inestabilidad climática”. Un día despertamos, salimos a la calle y todo nos sale tan bien que parece que estamos viviendo un día soleado y tranquilo. Quisiéramos que esa fuera la realidad de todos los momentos de la vida. Vivir en una clase de “paraíso tropical” donde no hay estaciones y el año vive en una especie de eterno verano. Esto no representa la verdad de la existencia humana.

Nos enfrentamos con frecuencia a momentos difíciles. Situaciones que nos hacen sufrir o inquietar. Hay momentos en nuestra vida en los que parece que estamos en medio de un huracán categoría 5, con vientos que amenazan con destrozarnos. La salud de un ser querido empeora, un hijo o hija tiene dificultades en el colegio, el matrimonio no marcha como quisiéramos; en fin, estamos con los “vientos en contra”. Ante esta situación nos asustamos, dudamos, perdemos la Fe.

Jesús en el evangelio nos invita a vivir estos momentos de una forma distinta. Los momentos difíciles de la vida, que siempre tendremos mis queridos hermanos, se viven mirando a Jesús. En este gesto queremos significar que la actitud de un hombre o mujer cristiana debe ser la de poner siempre su confianza en el Señor. Orar y esperar siempre en Dios. Al que confía en Él, siempre le llega la “calma” a su vida. ¡Ánimo! No estás solo.Él siempre está con nosotros, cuidándonos y protegiéndonos.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,22-36): En aquellos días, cuando la gente hubo comido, Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.

La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis». Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas». «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».

Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados.