Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado

Uno de los pasajes más famosos de la escritura es el de los discípulos de Emaús. Novelistas y escritores de todos los tiempos los han utilizado como “pie de amigo” para escribir sus relatos. Muchos movimientos apostólicos e iniciativas cristianas se inspiran en este pasaje de la escritura que encanta y engancha. ¿Cual es el por qué de este fenómeno?

Me parece que en la actitud de los discípulos que van de camino tristes y pesarosos podemos identificarnos muchos de nosotros. Vamos de “camino” por la vida pensando en lo que nos pasa y nos ha pasado, quejándonos porque las cosas que nos han sucedido no han sido las esperadas. Muchas veces tenemos una actitud pesimistas ante la vida. Vivimos suspirando por lo que queremos que nos pase y lamentándonos por lo que no nos pasó.

Jesús se nos “aparece” en estos momentos de la vida. Nos da consuelo y nos reconforta. Nos da ánimos en el camino para seguir adelante. ¿Cómo lo hace? Nos muestra que el tiene poder sobre todos nuestros males. Se muestra victorioso sobre la muerte. Nos introduce en sus liturgias para que encontremos descanso y consuelo. El nos ama y nos muestra su amor.

El tiempo de la Pascua es el tiempo de encontrarnos personalmente con Jesús que está vivo, que está resucitado. ¡Ánimo! ¡CRISTO ha resucitado!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 24,13-35): Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. 


Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?». Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?». Él les dijo: «¿Qué cosas?». Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras. 


Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 


Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.

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