Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis

Jesús enseña constantemente a sus más cercanos. No desperdicia la más mínima oportunidad para dar una planeta útil y una instrucción provechosa para ellos y todas las personas. Por eso es que se hizo admirado de todos por su sabia doctrina.

Uno de los temas en que mas insistió fue en la oración. Una persona pragmática y racional puede pensar que la oración es un tiempo que se pierde. Inclusive, vemos como las manifestaciones externas de oración puede hacer vacías y deformarse al punto de su “comercialización”.

Uno de los grandes frutos de la oración es que tiene el poder de transformar al ser humano. Lo convierte en “árbol que da fruto” y “amante de Dios”. La oración nos conecta con Dios y nos hace bendecirle siempre. Nos hace sentir en lo más profundo de nuestro ser el amor de Dios.

Hoy es importante que renovemos nuestra práctica de oración. Es lo único que puede producir amor y alegría en nuestro corazón.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 11,11-25): En aquel tiempo, después de que la gente lo había aclamado, Jesús entró en Jerusalén, en el Templo. Y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania. 

Al día siguiente, saliendo ellos de Betania, sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella, no encontró más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces le dijo: «¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!». Y sus discípulos oían esto. 
Llegan a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo. Y les enseñaba, diciéndoles: «¿No está escrito: ‘Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes?’.¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos!». Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarle; porque le tenían miedo, pues toda la gente estaba asombrada de su doctrina. Y al atardecer, salía fuera de la ciudad. 
Al pasar muy de mañana, vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. Pedro, recordándolo, le dice: «¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca». Jesús les respondió: «Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’ y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas».

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