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Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pesca

Todos tenemos una vocación. Hemos nacido para alguna tarea en específico. En el mundo hay abogados, médicos, arquitectos, ingenieros y expertos en tecnología. Un abanico amplio de profesiones y oficios existen en nuestra sociedad, tan diverso como pueden ser las necesidades del ser humano. ¿Cuál es la más importante de todas ellas?

En tiempos de Jesús existía un oficio popular en las aldeas que rodeaban el mar de Galilea y esta era la pesca. Los aldeanos que aquel tiempo incluían en su dieta diaria el consumo de pescado. Entre los discípulos de Jesús, la mayoría galileos, habían muchos pescadores.

Jesús, cuando hace la elección de sus apóstoles, parte de su realidad u oficio para llamarles. Les da trascendencia a lo que ya están haciendo. Son transformados en discípulos de Jesús, al aceptar su llamada, pero partiendo de su realidad existencial. Ya no son pescadores normales, después de su llamada se convierten en pescadores de hombre.

Dios llama a los hombres y mujeres de este tiempo. Les invita a manifestar en sus trabajos la vocación más importante de todas. Todos hemos sido llamados al amor, al servicio de los demás.

En la Iglesia hay profesores, médicos, amas de casa, ingenieros y técnicos. Todos somos llamados a ser cristianos, la vocación más grande de todas, partiendo de nuestra vocación primera. Yo vivo el servicio que hago en el ITLA como un llamado que Dios ha hecho en mi vida. No podría trabajar si no tuviera la certeza de que lo que hago tiene trascendencia. Tengo la seguridad de que Dios me ha llamado a servir a tantos jóvenes que necesitan ser educados, formados y amados.

¿Cuál es el llamado que te hace Dios hoy? ¿A cuál carisma específico Él te está invitando? La forma no es tan importante. La gran verdad es que todos y todas hemos sido llamados a dar la vida por los demás. Nuestra vocación como cristianos es manifestar en este mundo el inmenso ¡amor de Dios! Seamos discípulos de Cristo. Pescadores de hombres con nuestras palabras y hechos.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 5,1-11): En aquel tiempo, estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.