El Señor hizo mucho milagros. Realizó innumerables señales y prodigios. En muchas ocasiones obraba por medio de sus apóstoles o discípulos más cercanos. Los eligió para que lo acompañara en su misión. ¿De donde le ha venido toda esta fuerza?
Si hay un hábito o costumbre, si se puede decir así, que el Señor tenía era orar. Jesús estaba en constante oración. En momentos importantes se retiraba a un lugar solitario para orar a solas con Dios. Esa era su costumbre, necesidad y secreto. De ahí le venía la fuerza en los momentos claves de su vida. Oró al elegir los apóstoles, lo hizo también al momento de sanar a muchos y también desde la cruz.
Dios quiere que tengamos este mismo espíritu. ¿Cómo podemos enfrentar las situaciones y problemas de día a día? Mediante la oración. Esta es el arma y el oficio propio de un cristiano. Por favor, oremos sin cesar para que así podamos tener al mismo Cristo dentro de nosotros.
Leer:
Texto del Evangelio (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.
Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.