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La señal de Jonás

¿Qué le pedimos a Dios? Que nos cambie la vida, que nos sabe de una enfermedad, que nos ayude a pasar un examen, que no permita tener una casa o carro, que podamos conseguir una buena esposa o esposo; en fin, un número amplio de necesidades y deseos. Oramos siempre en petición como si Dios fuera una secretaria o genio que concede deseos a quien se lo pide. Esto es una perversidad y degradación de la Fe cristiana.

La generación de Jesús no lo acepta entre otras cosas porque quiere acomodar a Jesús a sus esquemas “mesiánicos” y doctrinales. No entienden que lo que se manifiesta en Jesús es la VERDADERA naturaleza y misión de Dios. 

La “señal de Jonás” es la de uno que entra en la muerte y resucita a los tres días. Jonás es tragado por la ballena pero no muere. Dios le salva de ese peligro y le envía a anunciar su mensaje de salvación. Jesús es uno que muere en la cruz pero resucita al tercer día. La verdadera señal cristiana es la resurrección que quiere decir la victoria sobre la muerte.

La palabra de Dios nos invita a aceptar la voluntad de Dios. Una “señal” quiere hacer el Señor con nosotros y esta es la de dar muerte a nuestro hombre viejo en este tiempo cuaresmal mediante el ayuno, la oración y la limosna. Luego dar la vida eterna a todos los hombres y mujeres que acepten su palabra de salvación. ¡Ánimo! Entremos en la Cuaresma para resucitar en la Pascua.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 11,29-32): En aquel tiempo, habiéndose reunido la gente, Jesús comenzó a decir: «Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los condenará: porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás».

Esto es lo que ha hecho por mí el Señor

La esterilidad en la antigüedad era sinónimo de maldición. Esterilidad significaba un futuro incierto, que algo salió muy mal en nuestras vidas o que no se ha tenido el favor de Dios.

Los seres humanos tenemos nuestras propias “esterilidades”. Momentos difíciles que nos hacen sentir abandonados de Dios o incapaces de ser felices en esta vida. ¿Para qué Dios ha permitido esos momentos oscuros? Precisamente para manifestar su gloria.

Dios es aquel que da la vida y la muerte. Esta dinámica natural de la vida sirve para que recordemos que somos criaturas no dioses. La felicidad es tener la seguridad de que Dios siempre aparece y nos saca de la oscuridad, de nuestras “esterilidades”.

¡Ánimo! Ya viene el Señor! Seremos el pesebre donde el mismo Jesús nacerá. Pasaremos de ser “estériles” de obras buenas a padres y madres del mismo Jesús naciendo en nuestros corazones.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,5-25): Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad.

Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».

Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad». El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo».

El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres».

La generación de Jesucristo fue de esta manera

El nacimiento de Jesucristo es indudablemente el evento más importante de nuestra era. Ha marcado un antes y un después en la historia de la humanidad. Toda una revolución universal.

Al centro de este acontecimiento hay un protagonista importante y este es el Espíritu Santo. Dice el evangelio que esto se hará por “obra y gracia del Espíritu Santo”.

Es importante que celebremos el nacimiento de Jesús, pero mucho más importante para nosotros es que celebremos su “nacimiento” en nuestros corazones. ¿Cómo puede ser esto posible? ¿Cómo puede una persona egoísta, ocupada, pecadora y con tantas debilidades “parir” al Señor? Hermanos y hermanas, esto es OBRA del Espíritu Santo. ¡No te preocupes! El lo hará todo.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 1,18-24): La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.

Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.