Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado

Ser cristianos en este tiempo nos lleva al riesgo. El estar en comunión con lo que la Iglesia ha dicho con respecto a la vida, el matrimonio o familia supone muchas veces que debemos dar testimonio hasta el martirio. Hoy vivimos una etapa muy parecida a la de Juan el Bautista.

Este hombre justo y santo denunciaba lo que él entendía no venia de Dios. El hecho de que un gobernante dejará su mujer y se casara con la mujer de su hermano era algo que iba en contra de la revelación de Dios. Juan no es un moralista. Él es un hombre sabio que tiene la luz divina para ayudar al ser humano de su época a entrar en el camino de felicidad que ofrece Dios.

¿Qué pasó con Juan El Bautista? Que lo asesinaron. ¿Por qué? Por ser profeta. La mayor intolerancia, por ejemplo, de nuestro tiempo es querer imponer un modelo de familia que muy pocos aceptan y va en contra del orden natural. No es un asunto de lo que está bien o mal. Es que Dios, con su inmenso amor, nos quiere mostrar la mejor forma de vivir esta vida y en esta época se rechaza dicha oferta divina.

Hermanos y hermanas, hoy más que nunca el Señor nos llama a ser otro “Juan El Bautista” para poder anunciar al mundo el plan divino de Dios que siempre es amar al ser humano en todas sus dimensiones. ¿Estás dispuesto a ir a Jerusalén a ser matado como lo fue Cristo? ¡Ánimo! El Señor nos ayudará

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,14-29): En aquel tiempo, se había hecho notorio el nombre de Jesús y llegó esto a noticia del rey Herodes. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas». Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los demás profetas». Al enterarse Herodes, dijo: «Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado». Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano». Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto.

Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino». Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?». Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista». Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

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