El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará

Las exigencias evangélicas parecen exageradas. La persona promedio diría que lo que pide Jesús es imposible de cumplir. En un mundo donde se promueve el disfrute personal y el éxito material las palabras del Señor nos suenan medievales, arcaicas y carentes de vigencia. ¿Cuál es el sentido hoy del mensaje de Jesús?

Muchos de nosotros hemos tenido una experiencia de amor un tanto desordenada. Hemos querido hacer un proyecto de felicidad basado en cosas pasajeras y perennes. Les pongo un ejemplo. Una joven se casa con la ilusión de que lo ha hecho con el hombre perfecto. Luego descubre que no lo es y empiezan los problemas. Ella construyó un proyecto de vida con alguien que no conocía bien y que no puede darle el amor como ella quiere. En otras palabras, le pidió la vida a algo que no se la puede dar.

El amor de Dios es mas grande y estable que cualquier otra forma de amar. No hay nadie ni nada en el mundo que supere al creador de todo lo que existe. Por tanto, lo correcto sería, ajustar nuestra vida a las indicaciones y mandatos del amor de Dios que está por encima de todo.

La propuesta evangélica de Jesús es poner en orden nuestra vida. Todo ser humano que quiere ser plenamente feliz debería asumir el proyecto divino. Buscar la vida en la voluntad de Dios es el camino de nuestra felicidad.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 10,34–11,1): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él. 
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».
Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

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