Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle

A mi hijo le encanta la película “Transformers”. Pienso que lo que le atrae es el hecho de que un vehículo común pueda “transformarse” de forma casi mágica en una especie de héroe-robot lleno de súper poderes.

La idea de que una “naturaleza” pueda convertirse en algo mejor es muy atractivo a la mente de aquellos que quieren algo mejor.

Jesús experimenta una “transfiguración”. Los tres apóstoles, testigos de esta manifestación asombrosa, quedan impactados. Se escucha una voz del cielo. Es Dios que dice que el Señor es su hijo amado, que eran invitados a escucharle. Este es el centro de la cuestión.

La belleza de la fiesta que celebramos hoy consiste en la experiencia de Jesús es el anuncio de nuestra propia transfiguración. Podemos tener la naturaleza de hijos de Dios.

En la oración, a la escucha de la ley y los profetas, podemos hacer en nuestra vida realidad este maravilloso milagro. Los apóstoles son protagonistas. ¿Para qué Jesús se asegura de que estén presentes? Para qué todos, ellos y nosotros, sepamos que podemos también en Él, ser hijos de nuestro padre Dios.

Ser hijos de Dios es vivir la vida de una forma totalmente diferente. Llena de luz y amor, sin ausencia por supuesto, del necesario sufrimiento y de los acontecimientos que nos llevan a la humildad. Por eso no es para “hacer tres tiendas” la transfiguración. Jesús muestra su naturaleza divina para que tengamos esperanza. La buena noticia es que podemos tener la naturaleza misma de Dios. En Jesús podemos pasar de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo eterno.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 17,1-9): En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».

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