Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres

De una manera u otra, en algún momento o circunstancia, nos hemos identificado con el liderazgo de una persona. Un padre, una madre, amigo, profesor o guía espiritual, siempre hay alguien que influye en nosotros y al que deseamos imitar o seguir.

Jesús es el líder de los líderes. Un modelo ejemplar de lo que debe ser un maestro e “influenciador” y para que esto se realizará concretamente, tenían que reconocerle como tal. Sus discípulos dicen de Él lo que han visto y oído. Son personas que en la práctica han experimentado la fuerza y amor del líder Jesús.

Pedro, impetuoso como siempre, es el primero en reconocer que Jesús es “el Cristo, hijo de Dios vivo”. Una profesión de Fe que le mereció ser constituido en “piedra sobre la cual se construye la Iglesia”. Jesús debe confirmar, afinar, validar y perfeccionar esta afirmación de su discípulo. Inmediatamente se da cuenta que dicen o piensan algo que no es exactamente lo que Jesús espera de ellos.

Ser Cristo e hijo de Dios es dar la vida por los demás. Ser el Mesías y Salvador es subir a la cruz y morir para el perdón de los pecados de su pueblo y todos los hombres y mujeres de todas las generaciones. Ser enviado por Dios para redimir a la humanidad entera significa hacer realidad el Siervo de Yahveh que da la vida por los pecadores, que entra en la muerte para destruir dicha muerte y resucitar para darnos a todos la vida.

Los pensamientos de los discípulos no son estos. No entienden el sentido de la muerte o del sufrimiento. Su concepto de Cristo es otro distinto al de Jesús. ¡Quieren vivir la vida light! Esperan que nada malo les suceda, en otra palabras, vivir en una especie de fantasía tipo cuentos de hadas.

Hermanos y hermanas, estos no son los pensamientos de Dios. Nuestro Señor sabe que para que podamos ser libres, humildes y felices, la vida debe vivirse tal cual se presenta día a día. Un cristiano es uno que como Cristo, entra en el sufrimiento de cada día y experimenta, apoyado en el Señor, que lejos de destruirle, dicho sufrimiento le hace fuerte, humilde, sencillo, capaz de amar a los demás, incluyendo al pecador de tu esposo o esposa, de tu hermano o hermana, de tu compañero de trabajo y cualquier persona que en algún momento entendemos que nos ha hecho algún mal.

¡Ánimo!. Jesús, “el Cristo, hijo de Dios vivo”, nos concederá, si queremos, hacer realidad en nosotros su mensaje de salvación. ¡Tengamos los mismo pensamientos de Dios! Que ama hasta dar la vida por los demás.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,13-23): En aquellos días, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo.

Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!». Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!».

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