Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón

En el mundo, se nos enseña a apoyarnos en nuestras fuerzas y capacidad. Hay una tendencia a reforzar en las personas el amor propio. Dicen, quiérete a ti mismo primero y valórate para que te valoren. Es decir, lo primero es el yo y luego es el tú. No es así en el cristianismo.

Jesús nos enseñó, con su ejemplo, a ser mansos y humildes. Nos dijo que el hijo de Dios ocupa siempre el último lugar. Nos mostró que el camino que lleva a la vida es el camino del servicio y de la humildad.

Todos aquellos que viven la experiencia de la humildad cristiana descubren que es la base de la comunión y el amor de los hermanos. ¿Cómo puede alguien pelear con una persona que siempre perdona, excusa y valora a los demás más que a sí mismo?

Seamos mansos y humildes. Dejemos atrás nuestra soberbia. Consideremos a los otros como superiores. Vivamos como Jesús, amando al extremo a nuestro prójimo. Él nos dará la gracia para hacerlo.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, Jesús dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

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